Para quienes aquí tenían su casa, debía ser algo habitual, pero para mí, que, como aquel que dice, acababa de llegar, me hizo enorme ilusión poder no sentirme solo. Los carnavales eran la próxima fiesta que viviría en esta ciudad, y que me invitaran a un ensayo fue algo maravilloso. [Lee aquí los capítulos anteriores]
El idioma no revestía tanto problema como los juegos de palabras y el conocimiento del entorno, pero gracias a mi leal compañero, fui poco a poco entendiendo aquellos dobles sentidos que casi todo tenía.
Según me dijeron, El Puerto siempre fue mas de Feria que de Carnaval, y que solo cuando un alcalde, que al parecer salía en un coro, apostó por esa fiesta se logró levantar.
Con lo poco que fui conociendo vi que había mucha gente involucrada, gente que siempre miró a Cádiz, pero sin perder de vista su ciudad. No sé que me depararía mi nueva experiencia, porque, conocer conocer, conocía los de Cádiz.
Tras aquel ensayo general, previo a su actuación en el Falla, me interesé un poco mas por la fiesta, pero realmente, no todos la vivían con entusiasmo. Toda fiesta es bien recibida en cualquier lugar, y noté que en la ciudad se respiraba un ambiente de incertidumbre, de expectación. Al parecer el alumbrado era una novedad, las agrupaciones también y el anuncio de las elecciones de coquineras y otros personajes creaban en mucha gente una sana ilusión.
Quedaba claro que toda tradición debía tener un comienzo, y sobre todo que a veces las cosas no cuajaban o se hacían imprescindibles por la desidia o la falta de interés. Sin embargo, la expectación por algo que sin ser novedoso se renovaba era ilusionante.
Por propia experiencia sabía que en la mayoría de los casos no era cuestión de disponibilidad económica, sino de iniciativas y tesón. Cuán fácil es a veces organizar cuando se dispone de muchos medios, pero cuando esto ocurre, la expectación es menor.
Camino de casa, tras aquel ensayo de los Majaras, a los que en un principio pensé que los llamaban Mojaras -hasta que me aclararon que eran majaras, de majareta- me sentí también ilusionado, y comprendí que en esta ciudad había mucho sanísimo majareta, ilusionados… y majaras.