Daniel Bastida (Desde La Pasarela).- El Paseo del Aculadero es un trasiego de deportistas de temporada, señoras rollizas que cuidan la línea, atletas en forma, repentinos paseadores, y ejemplares ciclistas con complejo de Induráin que juntos forman lo que popularmente se conoce como ‘el paseo del colesterol’. Pero en el hábitat de este singular paraje destaca un morador de pupilas rasgadas que comenzó a poblar el planeta hace más de 12 millones de años: el minino sibilino. La historia del gato es ciertamente curiosa: fue elevado a la categoría de dioses por la civilización egipcia para luego, en la edad media, ser asociado con la brujería y el diablo. Las persecuciones mermaron la especie hasta el punto de que careciendo las ratas de su mayor depredador extendieron la peste fulminando a la cuarta parte de la población europea. Castigo divino.
Pero volviendo al lugar que una vez fue la playa de La Colorá, es notorio como micifuz ha hecho del sitio el refugio para los sin hogar originando el interés tanto para los turistas como para los vecinos por acercarse para acariciarlos mientras unos lucen sus orondas colas al aire y otros los observan impasibles con somnolienta mirada gatuna. Pudiendo superar el centenar, la colonia de gatos que se ha generado se debe a la explosión demográfica de este animal, siendo ésta la principal causa de los abandonos y maltratos animales a lo que se une la ausencia de un plan para la esterilización de machos y hembras. Los hay de todas clases y pelaje brincando, vagando y agradecidos de que sus gattares (en Roma, mujer que ayuda a los gatos) se esmeren en alimentarlos con suculentos tápers.
No existe problemática gatuna en la ciudad pero sí han surgido daños colaterales como son la falta de higiene de algunos lugares y la grave merma que han sufrido las valiosas poblaciones de camaleón común en las Dunas de San Antón, especie ésta en peligro de extinción. Se deberían tomar medidas por parte del área medioambiental municipal para impedir el crecimiento exagerado con campañas esterilizadoras, planes de adopción y carteles que indiquen que no se debe traer más gatos pues la zona no es un albergue.
Con esto, los roedores que asolan la zona de la Bajamar ni se asoman por el lugar así que una de dos: o se traslada un puñado de michos a la ribera del río o se contrata al flautista de Hamelín para acabar con la plaga. Mejor lo primero no sea que no se le pague luego y nos haga la faena del cuento.