
“Nuestra harina El Vaporcito siempre apoya la cultura, el deporte y el arte”.
En 1762, Jean-Jacques Rousseau publicó Emilio, o de la educación, un tratado sobre «el arte de formar a los hombres», que iba a tener una gran acogida. Sin embargo, sus propuestas pedagógicas no son ni mucho menos fáciles de adoptar.
En esa obra, en lugar de dirigirse al niño como al hombre que llegará a ser, en lugar de formarlo para una profesión o un cargo, Rousseau lo sitúa en el lugar de la infancia como tal, atento a su desarrollo natural.
Recuerdo que mi niñez transcurrió en el campo junto a dos de mis hermanos, hasta los nueve años, cuando fuimos a cursar el Ingreso al Bachillerato de aquellos entonces. Una niñez caracterizada por la familiaridad con los árboles, las plantas, los animales y cierto silvestrismo que siempre agradeceré, pues luego tuve tiempo sobrado para el estudio.
También había en mi casa libros, discos, radio y juegos de mesa con los que aprendimos a leer, a valorar la música y a hacer los cálculos elementales de sumar, restar o multiplicar. Mi madre, maestra en la época de la República, tal vez pensó que era eso mejor que asistir a la escuela infantil y su adoctrinamiento.
Al hilo de estos recuerdos y en esta línea que distingue una educación naturalista de otra institucional, quiero hoy abordar dos películas sobre esta temática. Pero entrando más en tema, estas películas plantean un dilema ya antiguo que persiste aún hoy.
La aparición, desde el siglo XVII de dos líneas de pensamiento con relación a la educación y la crianza de los niños:
- La denominada «línea dominante» que propone la necesidad de una instrucción reglada de la mano paciente y afectuosa de padres y educadores, en sociedad, en la escuela como institución educativa.

- La «línea disidente», cuyo máximo representante fue Jean-Jacques Rousseau (1712-1778), quien planteó que el infante necesita de un entorno natural y libre para su educación, pues renunciar a la libertad es renunciar a los derechos de la humanidad e incluso a los deberes básicos de la persona.
Expuso Rousseau estas ideas en su conocida novela y tratado filosófico Emilio, o de la Educación: «El hombre es bueno por naturaleza (…) asignad a los niños más libertad y menos imperio, dejadles hacer más por sí mismos y exigir menos de los demás». Lo que viene a concluir en su sentencia: «La educación debe tener su lugar dentro de la naturaleza para que el potencial del niño pueda desarrollarse según el ritmo de la naturaleza y no al tiempo de la sociedad». Su obra influyó en el movimiento de renovación pedagógica de Pestalozzi y Motessori, entre otros.
Enunciados suyos aclaratorios fueron que «el hombre nace libre, pero en todos lados está encadenado”, por lo tanto «la única costumbre que hay que enseñar a los niños es que no se sometan a ninguna (costumbre)», pues «hay siempre un libro abierto para todos los ojos: la naturaleza» y que «la infancia tiene sus propias maneras de ver, pensar y sentir; nada hay más insensato que pretender sustituirlas por las nuestras».
Las dos películas que abordo hablan, bien por convicción, bien por circunstancias, de una educación natural o roussoniana son: Captain Fantastic (2016) y Los robinsones de los mares del sur (1960)
CAPTAIN FANTASTIC (2016). Segunda película del director norteamericano Matt Ross, en la que nos habla sobre los perjuicios del estilo de vida contemporáneo, pero no por ello hace una defensa de la alternativa llevada a cabo por los protagonistas de su relato, que viven, se educan e instruyen en medio de la salvaje naturaleza.
No olvida Ross el humor ni el sentido reflexivo para que pensemos en este controvertido asunto que opone a la civilización el naturalismo, como entorno educativo antagónico y antitético.
El guion del propio Ross está muy bien construido y deja claro su mensaje que opone sociedad versus naturaleza, dejando caer que tal vez en el punto medio esté la virtud.

El reparto está encabezado por un Viggo Mortensen en plenitud, el cual es siempre una apuesta segura y fiable: impecable. El trabajo de los seis jóvenes-niños es excelente, con un sembrado George MacKay a la cabeza; y quiero destacar también el breve pero sabroso ejercicio actoral de Frank Langella que está estupendo en su papel de abuelo.
Llama la atención que el filme, siendo comercial y norteamericano, tome a modo de tótem cultural al icono de la izquierda yanqui, el psicolingüística, filósofo y escritor Noam Chomsky y su frase que sale en el filme bien subrayada: «Si asumes que no hay esperanza, entonces garantizas que no habrá esperanza. Si asumes que hay un instinto hacia la libertad, entonces aún hay posibilidades de cambiar las cosas».
La película es la radiografía de un arriesgado experimento, pues Ben (Mortensen) es un hombre que ha pasado diez años viviendo en los lejanos bosques al noroeste del Pacífico, criando y educando a sus seis hijos en un entorno silvestre y en permanente contacto con la naturaleza.
Pero la madre de sus hijos, una mujer enferma, ha fallecido en dramáticas circunstancias. Esto hace que la singular familia abandone su modo de vida en medio del bosque y los ríos para volver a la civilización, lo cual supone un serio proceso de adaptación.

Se da un mensaje de revolución controlada, propio de película para hacer pensar, y al mismo tiempo entretener. Hay también cierta irreverente subversión: la de educar y criar a los hijos sin relación con otros semejantes, siendo el padre quien enseña modales y cultura: Historia, Matemáticas, Filosofía, idiomas, etc., amén de supervivencia en plena naturaleza.
Y todo ello desde una explícita renuncia al capitalismo rampante y a los poderes fácticos. Podemos escuchar alusiones extrañamente laudatorias a personajes como el funesto Stalin, Pol Pot (dictador genocida camboyano líder de los Jemeres Rojos), el siniestro Mao Zedong u otros similares. O sea, en el fondo de la cinta está la idea de una utopía con el fundamento de los seis estupendos niños y un protagonista maoísta y viudo.
El carácter formal de la obra no es muy original y el esquema de la road movie con familia disfuncional, ya ha sido visto en otras ocasiones (ttp://elpuertoactualidad.es/2019/10/26/de-ninos-artistas/).
Destacar que no hay muchas películas americanas que se atrevan a debatir con tanto empeño los los cimientos del integrismo religioso, la sociedad de consumo y la sobreprotección de la infancia.
Más extenso en revista Encadenados
LOS ROBINSONES DE LOS MARES DEL SUR (1960). No creo que haya una película que viera en tantas ocasiones en mi infancia como esta. A mí y a mis hermanos, aún pequeños, nos encantaba y repetimos y fuimos a verla en su época de estreno y posteriores, siete u ocho veces más, mínimo.
Había en esta aventura elementos que me fascinaban y que aún hoy, recuerdo con singular agrado, sobre todo la libertad en la naturaleza, los mares transparentes y la aventura.
En la historia, una familia de origen suizo huye de Francia embarcando para llegar a Nueva Guinea, pero durante este periplo se encontrarán con una gran cantidad de obstáculos que incluye tormentas, naufragio, pérdida en una isla desierta y piratas, consiguiendo salvar del barco víveres y herramientas con los que la familia construye una hermosa y amplia casa en la copa de un árbol.
Era una de esas casas con las que soñábamos de críos, descubriendo que la isla está llena de animales, a los que se suman dos perros Gran Danés que viajaban en el barco y ¡piratas en lontananza! La familia vivirá una gran cantidad de aventuras, enfrentándose a la naturaleza y a los sicarios que vagan por esos lares.

Tiene una dinámica dirección de Ken Annakin que resuelve muy bien un libreto trabajado, emocionante y bien resuelto de Lowell S. Hawley, adaptación de la novela del pastor y bibliotecario Johann David Wyss, “El robinson suizo” o “La familia Robinson suiza” (1812).
En la historia su autor se propuso enseñar a sus cuatro hijos los valores familiares, las buenas costumbres, el mundo natural y la confianza en uno mismo, amén de virtudes cristianas como la resignación, la frugalidad o la cooperación; todo ello en línea igualmente con las enseñanzas de filósofo y pedagogo naturalista Rousseau.
Excelente música de William Alwyn y magnífica fotografía de Harry Waxman que encuadra muy bien el entorno de animales y selvático del filme.
Los actores de la época cumplen muy bien su cometido: John Mills (muy bien como padre Robinson), Dorothy McGuire (magnífica madre Robinson), James MacArthur (estupendo Fritz Robinson), Tommy Kirt (bonita Ernst Robinson), Kevin Corcoran (graciosa Francis Robinson), Janet Munro (Roberta), Sessue Hayakawa (Jefe pirata) o Andy Ho, entre otros.

La película fue rodada en Tobago, con la particularidad de que el guion requería el uso de gran cantidad de animales que llegaron de todas partes del mundo. Las condiciones de rodaje eran a menudo peligrosas, especialmente para los actores, quienes rodaron muchas de las escenas de acción en ese entorno silvestre y montaraz.
Una producción difícil y larga que duró más de 22 semanas. Esta cinta fue una de las películas de imagen real más exitosas de la factoría Disney, que concluye en una bella fábula que funciona perfectamente como filme delicioso y emocionante de aventuras para toda la familia.
Es curioso que George Lucas haya sido un seguidor declarado y acérrimo del filme. Me agrada saber que Lucas tenía mis propios gustos.
A veces siento necesidad de revivir aquellos tiempos infantiles y entonces busco hasta que encuentro y puedo re-visionar esta cinta clásica. Me siento feliz mientras miro la pantalla. Esta es una parte de los milagros del cine.











