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En 1954 Kurosawa rodó una joya del mejor cine. Con una impresionante fotografía en blanco y negro delineó y resaltó las docenas de detalles con los que construye esa monumental epopeya bélica de nombre Los siete samuráis.

La violencia es la protagonista obligada de una escalada hacia la venganza y la muerte. Siete samuráis acuden a un pueblo arrasado por saqueadores e imponen, por la fuerza, una sangrienta paz. Akira Kurosawa no escatima imaginación para reconstruir esta leyenda.

En 1960, John Sturges convertiría la adaptación (o remake) de este filme en un clásico del western: Los siete magníficos, una cinta épica. Siete mercenarios (siete grandes actores del género), son contratados para una misión en una ciudad fronteriza; mítica versión norteamericana de la peli de Kurosawa.

LOS SIETE SAMURÁIS (1954). Estamos en plena época feudal del Japón y la obra retrata el estilo de vida y las circunstancias de la época. Los siete protagonistas representan el gran número de samuráis sin empleo (ronin) que vagabundeaban por el país, después de haberse acabado el periodo de las grandes guerras. Esos samuráis acabarán empleando su fuerza guerrera y su código de honor para defender a unos pobres campesinos acosados por unos facinerosos.

La épica de la película es su gran fuerte, pero distinguiendo siempre a los diferentes personajes en orden a su jerarquía. Cada samurái tiene sus rincones oscuros, sus cualidades, sus puntos de interés. Sabemos de su pasado, de su presente, de su proyección, con breves pero sustanciosos diálogos.

No son personajes estereotipados ni planos, todo lo contrario, son individuos con su propio drama, con una vida singular, y que se conducen por un código llamado bushido, marcado por el honor, el valor y el respeto. Tampoco olvida Kurosawa a los campesinos, a los cuales analiza personalmente y como grupo.

La cosa concluye en el enfrentamiento, unas escenas de guerra que parecen rodadas por el mismo Ford, escenas reales, nada de malabarismos, samuráis espada en mano o campesinos con cañas convertidas en lanzas frente a un tropel de despiadados malhechores.

Dirigida con una maestría única por Kurosawa, es considerada una de las mejores películas de todos los tiempos, un hito y una de las obras más influyentes en la Historia del cine. Un Kurosawa único en los 205 minutos que dura el filme. Cuando te das cuenta, esas casi tres horas y media se han pasado en un suspiro de estética, acción y drama

Es una cinta que arrastra al espectador tan plenamente al escenario, que la vida real puede parecer aburrida cuando se encienden las luces. Nos vemos metidos dentro de la historia del Japón feudal y sus costumbres, lo cual es mucho más que una mera película de acción y aventuras.

El reparto es de absoluto lujo. Aunque en occidente desconozcamos a muchos actores japoneses, Kurosawa quiso tener para esta cinta a uno de sus actores fetiche, el gran Toshirô Mifune. Pero no le va a la zaga un reparto de estrellas de primer orden como Takashi Shimura (grande también), Yoshio Inaba, Seiji Miyaguchi, y otros. Toda una exhibición de interpretaciones en perfecta conjunción.

Hay quien dice que Kurosawa, con esta película realizó el primer homenaje al western que ha dado el cine, bajo una perspectiva personal y desde una cultura diametralmente opuesta a la estadounidense. De hecho, la sobriedad y el extremo realismo de las secuencias de acción, provocado por el estatismo de la cámara y la utilización de un ágil montaje, casan con el cine de John Ford y el género western.

En este filme de Kurosawa se puede respirar la tragedia terrible y cotidiana que acecha a cada ser humano, desde los campesinos hasta los guerreros samuráis. Nunca da la impresión de que la mayoría de los personajes que luchan sean figurantes, pues Kurosawa hace que todos los personajes tengan su propia alma y su papel.

"Película monumental, cima del genio del maestro Kurosawa, de sublime belleza plástica e inimitable potencia narrativa" (Palomo), una obra cumbre para deleite del espectador.

 

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LOS SIETE MAGNÍFICOS (1960). Un pueblo de campesinos pobres mejicanos está a merced de una banda de facinerosos, lo cual que contratan los servicios de siete hombres aguerridos, pistoleros errantes, cada uno especializado en el manejo de algún arma.

La misma historia de Kurosawa es llevada al western por John Sturges. Es uno de los dos filmes más famosos de Sturges, junto con la “Gran evasión” (1963), bombazo también de taquilla.

Sin ser obra maestra, es una cinta que se disfruta en cada nuevo visionado. La idea se le ocurrió a su principal protagonista, Yul Brynner, quien convenció al productor Walter Mirish de que había que hacer un remake de Los siete samuráis.

El olfato de Brynner, ya toda una estrella en aquel entonces acertó de lleno, dado el enorme éxito de la película. A pesar de que el filme de Kurosawa es una obra maestra, con esta nos encontramos ante uno de los mejores remakes realizados.

El aspecto psicológico de la trama que envuelve a los personajes con sus propios miedos y deudas con la vida es más complejo en el filme japonés, pero Sturges salva la papeleta con sus guionistas William Roberts, Walter Bernstein y Walter Newman, logrando un filme menor al original, pero con entidad.

Obra llena de emoción y fuerza, características esenciales en una historia de este tipo. Se logró sacando el máximo provecho de sus principales armas: un reparto espectacular totalmente entregado, una música épica y un director que sabía lo que hacía.

En la historia, los campesinos mejicanos están sometidos por banda de delincuentes comandados por el temible Calvera —Eli Wallach en estado de gracia—, que de manera recurrente exigen el pago de sus cosechas.

Como los humildes mejicanos no saben defenderse, preguntan al anciano del pueblo, y por su consejo, deciden contratar los servicios de siete hombres experimentados, gente conocida por ser implacables y valientes, que toman la decisión de asumir la defensa.

Un pistolero llamado Chris —Yul Brynner, que además de encabezar el reparto eligió al resto de casting, se arrepentiría de Steve McQueen, con quien se llevó muy mal durante el rodaje—, quien creará un grupo de varios hombres para defender a los mexicanos.

Expertos pistoleros en declive que aceptan un trabajo por menos dinero del habitual. La misión enseguida se convierte en una cuestión de honor y el dinero pasa a un segundo plano. Finalmente defenderán al pueblo, que es lo justo, convirtiéndose en héroes.

Sturges dedica poco tiempo al reclutamiento del grupo, parándose lo justo en cada uno, para entrever sus personalidades y también sus motivaciones, las cuales irán cambiando según avanza la acción.

El jefe Chris contará con el pistolero Vin (Steve McQueen), el lanzador de cuchillos Britt, el rudo Bernardo —Charles Bronson en su mejor época—, el elegante Lee (Robert Vaughn), el vividor Harry (Brad Dexter), que piensa que tras la buena labor de Chris se encuentra un gran botín, y el impulsivo joven Chico (Horst Buchholz), al que consideran demasiado joven para la misión. Un reparto de relumbrón, un repóker de estrellas consagradas que no puede ser más atractivo.

Tiene igualmente una fotografía de Charles Lang Jr. espléndida. Rostros afilados, medias sonrisas, gestos pausados, elegancia sobre el caballo, miradas profundas como la de Brynner, socarronería como la de McQueen, dureza tierna en Bronson, agilidad y rapidez en Coburn, o el rostro imperturbable de Vaughn.

Western espectacular, vibrante, pero también sucio y muy físico. Sturges vuelve a utilizar el formato “scope” para dotar de grandeza una historia que habla sobre la verdadera revolución y lucha del hombre, no dejarse jamás avasallar por aquel que abusa de la fuerza y el poder.

Por supuesto, el enfrentamiento final, en el que cuatro de los siete hombres buenos perderán la vida, es el clímax del relato, filmado con enérgica pasión por su realizador en uno de sus westerns más vitalistas, pero sin renunciar a cierto poso de amargura.

Película que perfila la figura del buen vaquero y de los cambios de visión tradicionales del pistolero como alguien egocéntrico y despiadado. Una película que es ya de culto.

Hay algo de este film con gran mérito, la popular banda sonora de Elmer Bernstein, que fue nominada al Oscar en aquel año de 1960, considerada entre las 25 mejores de la historia del cine. Seguramente esta música preludió otras músicas, como las de Morricone, para los Westerns de Leone en Almeria.

Brynner y los suyos recetan justicia alternativa del tamaño del hueco de una bala. Acción brillante que siempre merece la pena verse de nuevo, con numerosas escenas, como la pelea a cuchillo de Coburn. Un soberbio y sobrio western de cita obligada y música para disfrutarla silbándola.

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Algunas secuelas menores

Quiero terminar mencionando algunas secuelas que considero menores, remakes de la original de 1960, que dan una idea del éxito de este título. Son las siguientes:

El regreso de los siete magníficos (1966), del director Burt Kennedy, que hace lo que puede, que no es mucho, Youl Brynner de nuevo y gran música de Bernstein.

La furia de los siete magníficos (1969) de Paul Wendkos, tercera y aburrida cabalgada de los siete y sus heroicidades, aunque con interesantes escenas de acción.

El desafío de los siete magníficos (1972) de George McCowan, cuarta sobre el tema con un Lee Van Cleef que no desmerece a sus predecesores.

Los siete magníficos del espacio (1980), de Jimmy T. Murakami, con héroes mercenarios galácticos, remake naif.

Los siete magníficos (1998) (Serie de TV) de Christopher Cain y otros, 22 entretenidos episodios. Y la última,

Los siete magníficos (2016), de Antoine Fuqua, que encabeza el reparto con Denzel Washington, una obra insustancial con un planteamiento caótico de las escenas de acción.

Ya vemos con cuánto ánimo, triunfo y ganas el público se acogió el filme de Sturges inspirado en Kurosawa. Y seis variaciones sobre el mismo título.