No deja de sorprender —aunque ya cueste indignarse— la forma en que algunos medios tradicionales, antaño referentes provinciales, han optado por borrar de su agenda el periodismo y abrazar, sin rubor, el editorialismo disfrazado de crónica. En un ejercicio de pereza narrativa y absoluta desconexión con la ciudad que dicen cubrir, han decidido opinar sin acudir, juzgar sin escuchar y despreciar lo que ni siquiera se han tomado la molestia de presenciar.
Ayer, El Puerto vivió un acto institucional relevante: la presentación pública del Informe de Gestión 2023–2025, una rendición de cuentas en la que el equipo de gobierno expuso los avances de los dos primeros años de legislatura. ¿Fue un acto político? Por supuesto. ¿Fue propaganda? En parte, como toda exposición pública de un gobierno. Pero, sobre todo, fue una oportunidad de contrastar lo dicho con lo hecho, y ahí es donde algunos prefirieron cerrar los ojos y abrir el bloc de notas para llamar a la oposición.
Mientras algunos se presentan aún como periodistas, lo cierto es que han dejado de contar lo que ocurre para limitarse a recoger declaraciones de despacho. Ajenos al contenido, al tono, al fondo y a la forma del acto, optaron por la vía rápida: levantar el teléfono, llamar a la oposición y confeccionar desde casa una crítica prefabricada y que únicamente se creen ellos mismos y su jurásica audiencia.
La ciudadanía, en cambio, sí pudo ver —en directo o en diferido— a través de El Puerto Actualidad, y otros medios locales, un resumen visual con hechos, imágenes, cifras y proyectos palpables: recuperación del patrimonio, avances en vivienda protegida, reformas de colegios, mejora de la movilidad, digitalización, inversión en instalaciones deportivas, limpieza urbana y dinamización cultural.
¿Está todo perfecto? Por supuesto que no. Queda mucho camino por recorrer y soluciones que aportar. Pero negar la evidencia de los avances, simplemente porque no encajan con la línea editorial de una empresa que ya no recibe aquella lluvia de millones en publicidad institucional —con la que antes vendía su “credibilidad”—, es una forma bastante torpe de seguir perdiendo lo que más necesita un medio: la confianza.

Mesa de crisis en ‘El Diario Jurásico’: descubren que los lectores ya no comen con el periódico sobre la mesa… porque ahora lo ven en el móvil.
Porque algunos periodistas no informan, obedecen. Son mandados a sueldo, piezas de un engranaje editorial dirigido por los últimos dinosaurios del papel, empeñados en desaparecer con ruido en lugar de adaptarse con dignidad.
Porque una crónica no es una lista de reproches. Una crónica, en su esencia, es el relato de lo que sucede. Y para poder relatar lo que sucede, hace falta estar. Escuchar. Preguntar. Contrastar. Informar. No basta con levantar el teléfono, copiar unas declaraciones, meter tres frases de ironía rancia y titular con desdén. Ese modelo —tan cómodo, tan acomodado— ya no conecta con nadie. Solo se habla a sí mismo.
Hay medios que hoy bordean la extinción por no haber sabido evolucionar, aunque un día fueron auténticas escuelas. Enseñaron a generaciones de periodistas a mirar la ciudad con ojos limpios y espíritu crítico. Hoy, algunos han degenerado en panfletos de sobremesa, más centrados en hacer oposición por la pérdida de subvenciones que en ejercer el periodismo.

Medios tradicionales, que no supieron o no se atrevieron a evolucionar. Hoy al borde de la extinción... de su audiencia.
En ese camino de regreso a ninguna parte, han extraviado la brújula, la voz y, lo más grave, la audiencia. Y no, no se trata de cuestionar las campañas institucionales —los medios viven en buena parte de ellas y, en su justa medida, son necesarias o al menos debatibles—. El problema es otro: algunos grandes medios se malacostumbraron a llevárselo todo, muy por encima de lo justo y lo divino… y hoy anclados en el pasado no saben cómo levantar cabeza, al mismo tiempo que les cae encima la dura realidad de lo digital, que no comprenden.
Mientras tanto, El Puerto —sí, El Puerto— avanza. Con tropiezos, con ritmo irregular, con tareas pendientes y con críticas que, cuando son honestas, también construyen. Pero avanza. Y quien no sepa contarlo con rigor, aunque sea para disentir, no hace periodismo: hace ruido y desinforma.
Ese ruido es el que alimenta a una oposición desdibujada, sin renovación, sin proyecto, atrapada en el bucle de siempre: las mismas caras, los mismos reproches, las mismas batallas perdidas. Algunos siguen instalados en el rencor, aún dolidos por no haber gobernado cuando se creían llamados a hacerlo. Otros simplemente se dejan llevar, sin rumbo ni eco. Y mientras tanto, El Puerto avanza… y ellos se quedan atrás, aferrados a un tablón de papel que se hunde a la deriva.