La Semana Santa ha llegado a su fin. Con la Resurrección concluye una semana de Pasión, de muerte y de dolor, y la primavera, alegre y luminosa, se abre ante nuestros ojos. Atrás quedan imágenes, sentimientos y, sobre todo, mil fotos y encuentros que nos hacen reflexionar sobre cómo la hemos vivido.
La Semana de Pasión, vivida de mil formas, es, ante todo, el encuentro entre lo divino y lo humano, entre lo sagrado y lo profano. Son mil vivencias que, a veces, rozan los límites de lo correcto; una amalgama de sentimientos encontrados, el mayor ejemplo de cómo desacralizamos lo sacro, sin maldad alguna. Es el punto de conexión entre la Iglesia y aquellos que, aunque a menudo estén alejados de ella, se dejan el cuello para mayor gloria de Dios y su bendita Madre.
Todo es tan relativo, tan curioso y, a veces, tan bello, que personas de otras culturas no dejan de sorprenderse ante lo que tienen ante sí. Como todo evento, fiesta, celebración o reunión social, nuestra Semana Mayor tiene sus particularidades, y no podría ser de otro modo.
Una vez pasada, llega el momento —para algunos— de reflexionar. Quizá a la inmensa mayoría le dé igual: han comido, bebido y disfrutado, y poco más. Otros la han vivido de forma más intensa y, además de lo anterior, han rezado, han procesionado y han purgado sus pecados.
Pero, en el fondo, lo que queda son imágenes que nos recuerdan que solo somos humanos. Que detrás de cada velillo, bajo cada costal, ahogados por cada corbata, jamás dejaremos de serlo. Usaremos la vela para iluminar el camino del cortejo... y también para encender un cigarro. El costal, para mayor gloria de nuestros titulares... y también para pasearnos por las calles sin quitárnoslo, entre un público que nos ve como héroes. La corbata, para dar dignidad al cortejo... y para sentir el calor de una multitud que sabe que somos los únicos dentro de él que no necesitamos el anonimato.
La Semana Santa es eso: una mezcla de sentimientos, donde todo se fusiona, dejando momentos cargados de fe y auténtico fervor... y también instantes tan humanos que dejan al descubierto una naturaleza que, inevitablemente, nos aleja de lo divino.