
“Nuestra harina El Vaporcito siempre apoya la cultura, el deporte y el arte”.
Hay películas que mezclan drama, realismo mágico, fantasía real y cierta poética. Hay que saber hacer este tipo de cine.
A propósito, traigo hoy a colación dos títulos muy interesantes: el estreno La quimera (2023), de A. Rohrwacher; y Entre dos aguas (2018), de I. Lacuesta.
LA QUIMERA (2023). Al comienzo el rostro delicado y tímido de una mujer brilla brevemente, iluminado por un sol cegador. Ella dice: “¿Te diste cuenta de que el sol nos sigue?”. Esa es la imagen con la que está soñando Arthur (O'Connor) cuando el revisor de un tren italiano lo despierta bruscamente para pedirle el billete (“¡Il biglietto!”).
Esa imagen-fantasía es la que persigue, aunque sin nombrarla, al protagonista del filme que lleva puesto un traje de lino desgastado y arrugado, que conservará durante toda la película. Este traje, sucio por el polvo de los siglos, se convierte en una especie de uniforme que simboliza su misión de buscador de antigüedades ocultas.
El escuálido y alto joven inglés regresa tras pasar por la cárcel a una villa italiana que se ha convertido en su hogar. Allí mantiene una cálida relación con la familia de su antiguo amor perdido, un lance poco aclarado ya que él mismo se encuentra perdido entre la tierra de los vivos y de los muertos.
La directora italiana Alice Rohrwacher es una cineasta con los pies puestos sobre la tierra que, a la vez, se permitir volar con un lirismo fuera de lo común, con toques de realismo mágico. Es lo que hace con esta extraña historia de amor en la que brilla el mito de Orfeo y Eurídice, un hombre dispuesto a descender al inframundo para reencontrarse con su amada.
Corren los años '80 y el inglés Arthur, supuestamente arqueólogo, es un apasionado de la cultura etrusca, sus tesoros, unas ánforas o un sonajero de bronce, que esperan despertar bajo tierra tras dos mil años de sueño. Arthur es un zahorí que sabe dónde hay un tesoro bajo sus pies. Una actividad de riesgo, pues puede acabar en la cárcel.
No desciende solo a esos túneles, lo acompaña un grupo de “tombaroli” (ladrones de tumbas) coloridos y bulliciosos que esperan dar un golpe bueno que los quite de trabajar. Son desarrapados descendientes de los etruscos, que reclaman lo que consideran suyo.
La trama se enriquece cuando Arthur busca a Benjamina, su amor perdido, quien parece estar conectada con una aristócrata decadente interpretada por Isabella Rossellini. La presencia de Italia (Duarte), una joven migrante, añade otra capa de complejidad a la historia. Italia, que trabaja como sirvienta para la aristócrata, desarrolla una curiosa fascinación por Arthur.
Filme que hace vibrar con los elementos más dispares y a su vez más consustanciados con las tradiciones del mejor cine italiano. Película que se destaca por un enfoque único, con capacidad para fusionar elementos históricos y personales en una narrativa rica y visualmente impresionante.
Recuerda a Fellini, a Pasolini, y la presencia de la Rossellini como misteriosa matriarca, que lleva en sus facciones el cine que su padre y su madre hicieron juntos. Además, un conjunto congruente en el relato forma un todo pertinente, orgánico, profundo como las tumbas en las en que se sumergen los personajes. Con momentos de una rara belleza.
Rohrwacher maneja la cámara con una sensibilidad única, capturando una belleza de la Toscana diferente a otros filmes y creando un ambiente onírico y etéreo. La película se mueve entre diferentes formatos cinematográficos analógicos: el 35 mm, el súper 16 y el 16 mm, cada uno aportando su propia textura a la narrativa, un prodigio que da a la película una particular calidez.
Este juego con los formatos refuerza la idea de que el tiempo en la Toscana de Rohrwacher es circular, espiral y laberíntico.
La música que elige la directora es igualmente ecléctica y precisa: va desde el Orfeo de Monteverdi y una conmovedora aria de Mozart (¡“Vorrei spiegarvi, oh Dio!”), hasta Kraftwerk y Franco Battiato, en un playist tan fuera de regla como la misma película.
La cinta ha merecido el elogio de crítica y público. La sala donde la vi acabó en un cerrado aplauso, al final. Es original y manifiesta una gran habilidad para entrelazar diferentes géneros cinematográficos: neorrealismo social, o hilarantes toques de comedieta clásica y bufa, todo ello cargado de un encanto caótico y divertido.
Especie de fábula que explora la tensión entre el pasado y el presente, entre lo real y lo imaginado. La actuación de Josh O'Connor es destaca encarnando a Arthur; e igual la Rossellini o Carol Duarte como Italia.
Arthur cabeza abajo, penetra en la tierra decidido a encontrar la puerta que lo transporte al mundo de los muertos. Hay un hilo rojo del que aún tiene pendiente tirar.
"La Quimera" es una película con un enfoque único que acierta a fusionar elementos históricos y personales en una narrativa rica y visualmente impresionante, que invita a la reflexión. Odisea que no parece épica, pero sí resulta hermosa dentro de su melancolía y su intrínseca rareza.
ENTRE DOS AGUAS (2018). Israel y Cheíto son dos hermanos gitanos. Mientras Israel ha estado en la cárcel por tráfico de drogas. Cheíto se ha enrolado en un buque de guerra como panadero.
Cuando Israel sale de la cárcel, Cheíto acaba de regresar de una misión por Somalia. Ambos se encuentran en la Isla de San Fernando, Cádiz.
En este reencuentro ambos rememoran la muerte por disparos de su padre cuando eran niños. Hay en los dos la necesidad reemprender sus vidas, reconciliarse entre ellos y cuidar de sus familias. Esto los unirá de nuevo.
El comienzo de la película es llamativo. La escena de un parto, la madre haciendo fuerza y un joven padre nervioso y angustiado. Cuando nace la criatura, el padre es esposado y devuelto de nuevo a la prisión de Puerto II de donde había venido. El joven es Israel Gómez, el protagonista, un gitano que traficó con drogas.
El director Isaki Lacuesta apuesta por recrear sin fantasía, la vida de muchos jóvenes gitanos (o no) del atlántico gaditano que, sumidos en la indigencia y la incultura, se ven metidos en el sórdido mundo de la delincuencia. Hay en el contexto de estos muchachos falta de medios para alcanzar objetivos dignos en la vida.
El pulso que plantea el director de la cinta, la cual rueda sin moralina, tal cual es, es la dicotomía entre la marginalidad de Israel o la integración de su hermano Cheíto, recuperado para el ejército.
Todo ello cuando han transcurrido doce años desde que se inició el drama del asesinato del padre. Este descorrer un velo y adelantar la trama en el tiempo, Lacuesta lo hace con una naturalidad muy meritoria y un sostenido pulso narrativo sencillo pero elocuente.
Isa Campoy y Fran Araújo junto a Lacuesta, confeccionan un libreto que es la vida sin ornamentos. Esto provoca en el espectador la convicción de estar visionando un documental, una narración verídica de historias de vida cruzadas muy difíciles. Penosas incluso, pero con un aire flotante de esperanza.
Lacuesta realiza un malabar y consigue que el espectador quede fijado a la butaca muy atento a cada momento de la historia, que viva pendiente de cada minuto de verdad que aun no siéndolo, lo es, que aun siendo un cuento, resulta asombrosamente veraz: lo veraz y la magia de nuevo.
De hecho, pronto deja de interesar la diferencia entre verdad y fantasía. Al fin, es una historia cuyo drama sólo puede provenir de un cenagal que fácilmente se reconoce en una provincia pobre y con problemas diversos.
Para entender la cinta hay que tener sensibilidad ante lo social y una cierta visión de lo que es el cine y de quién es Lacuesta. También, la película, siendo universal en los territorios que analiza, se centra en la marginalidad de la juventud gaditana, una de las provincias más atrasadas socioeconómicamente de la realidad española.
Los actores principales, Israel Gómez Romero, Francisco José Gómez Romero (los hermanos Gómez Romero), Rocío Rendón, Yolanda Carmona, Lorrein Galea o Manuel González del Tanago, están estupendos y naturales, actores no profesionales sacados de la misma San Fernando.
Además, los actores improvisan y hablan con su acento y su jerga, lo cual dibuja una realidad con sentimientos intensos y con también un intenso desconcierto, personas que viven su vida precaria con angustia y a veces con fatal desesperanza.
Cinta ofrece una mirada honesta y cabal de los personajes. Puede que sea la impronta de documental lo que hace atractivo el film, aunque esa no haya sido inicialmente la intención del director. Incluso los diálogos parecen en muchas escenas improvisados.
Gozamos también de una excelente fotografía Diego Dussuel y buena música a cargo de Raül Refree y Kiko Veneno, no olvidamos que el título tiene una potente referencia musical prestada por Paco “el de la Lucía”.
Obra emotiva, estridente, llena de vida y de prístinos planteamientos. Lacuesta es un realizador de excelencia que innova en las nuevas relaciones y paradigmas entre el documental y la ficción. Como los reflejos que podemos ver sin dificultad en esa tierra milenaria y meridional de España, la de la “salada claridad”, batida por el Atlántico.