En las salas de cine españolas han coincidido sendas películas sobre el mundo de la educación dentro de una institución, pero con planteamientos opuestos. Me refiero a los estrenos: Sala de profesores (2023), de I. Çatak; y Los que se quedan (2023), de M. Payne. Ambas han sido nominadas en diferentes categorías para los próximos premios Oscar.
La temática no es nueva, ya el cine europeo se interesó tiempo atrás en rendir cuenta sobre la educación en instituciones educativas. Ejemplos de ello son películas como Hoy empieza todo (1999), de B. Tavernier; Los chicos del coro (2004), de Ch. Barratier; La ola (2008), de D. Gansel; La clase (2008), de L. Cantel; o La profesora de historia (2014), de MC Mention-Schaar.
SALA DE PROFESORES (2023). Esta película alemana del director Ilker Çatak nos propone una penetrante reflexión sobre el funcionamiento de los centros educativos. Este director turco afincado en Alemania nos presenta un ejercicio cinematográfico meritorio, mostrando las claves del funcionamiento de un instituto de clase media.
Toma como referencia la actuación de una animosa profesora novel, Carla Nowak, interpretada en forma creíble por Leonie Benesch, y secundada por un reparto profesional y convincente con nombres como Eva Löbau, Leonard Stettnisch, Michael Klammer o Anne-Kathrin Gummich.
Carla es una profesora de matemáticas y deportes llena de ideales y buenos propósitos que se estrena con un trabajo en una escuela de secundaria. Pero se producen robos en el centro y cae la sospecha en uno de sus alumnos, que resulta no ser, pero...
Es cuando Carla intenta mediar entre padres indignados, colegas belicosos y alumnos rebeldes, lo cual la lleva a emplear métodos de investigación poco ortodoxos que la acaban enfrentando a las estructuras del sistema escolar.
Un encadenamiento de fallas irá provocando una degradación en los comportamientos de profesores, estudiantes y padres, cada vez más dañina y peligrosa, que no hace sino aumentar el problema. Afloran aspectos como los prejuicios sociales, el machismo, la falta de solidaridad entre los docentes, el racismo, las fake news o la violencia psicológica.
El filme deviene thriller, con un clima asfixiante, equívocos, mal entendidos y una praxis educativa deficiente, que va provocando cierto desmoronamiento de la atmósfera socio-pedagógica, convertida finalmente en una pesadilla.
Capítulos como la autoridad del profesorado, la responsabilidad de los padres para con los hijos, la credibilidad o el respeto en general, se van cuestionando. La película viene a significarse como reflejo de una sociedad, la actual, en conflicto permanente.
Çatak rueda en formato de pantalla de 4:3, lo cual es idóneo para provocar una sensación de asfixia y de inquietud, que atraviesa el relato, con fotografía de Judith Kaufmann. Colabora a ello también la música repetitiva de Marvin Miller, cuyas notas acrecientan la tensión.
En esta obra se muestra de forma específica la quiebra del sistema educativo en Francia, desgastado por las tensiones sociales e incapaz de ejercer su función formativa y de contención. El fracaso de la escuela, del instituto, es el fracaso de toda una sociedad.
Ya en 2008, La clase (Laurent Cantet) radiografiaba el territorio comanche en que se habían convertido los Liceos educativos, pero cerraba su historia con algo de esperanza. De hecho, el filme fue políticamente utilizado e instrumentalizado por la clase política francesa para volver a esgrimir la irrenunciable importancia y el papel civilizatorio que para la República tenía la institución académica.
En suma, una semblanza de la educación europea lastrada por las dificultades propias de la docencia, los conflictos cotidianos, la falta de reconocimiento social del profesorado y el escaso apoyo de los mismos claustros al docente, pero también de las autoridades educativas o de las familias.
Película que tiene su interés general, pero, particularmente, para cuantos ejercen la docencia, tarea que en los tiempos que corren se ha convertido en todo un tema para el debate.
No es una película sencilla, más bien al contrario. Nos pone delante de un mundo difícil para educadores y adolescentes, muchachos que ante unos esquemas educativos diletantes y faltos de autoridad, se convierten en un grupo hostil e incluso tirano con sus superiores.
LOS QUE SE QUEDAN (2023). En esta obra se nos ofrece un balance optimista y amable del profesor, basado en una visión humanista, tomando como referente al veterano docente Paul Hunham, interpretado estupendamente por Paul Giamatti.
Paul trabaja en un prestigioso colegio americano y por razones de última hora se ve obligado a permanecer en el centro con algunos alumnos durante las fechas navideñas de 1970. Es un centro exclusivo para alumnado masculino de padres ricos. Inicialmente los estudiantes que debían quedarse en el colegio eran cinco, pero finalmente solo permanece uno de nombre Angus Tully (Dominic Sessa, estupenda actuación).
Aquí comienzan los artificios de la película, que utiliza pequeñas tramas que incluyen a tres personajes principales, el profesor, el alumno y la cocinera que, para ser precisos, es negra: son el típico triángulo de una familia clásica en un colegio ahora vacío y de aspecto viejo en los inicios setenteros.
En contra de lo que podría pensarse, la convivencia hace que el profesor forje un insólito vínculo con el alumno Angust, muchacho inteligente y difícil que carga con sus propios traumas. También entra en el grupo la jefa de cocina del centro, Mary Lamb (Da’Vine Joy Randolph), mujer que acaba de perder un hijo en Vietnam y que se mete de lleno en el trabajo para olvidar esta pérdida, hasta donde puede. Un gran trabajo interpretativo de la Randolph.
Así, pasan una Navidad falsa, con largos silencios y mirando las fiestas por televisión. Incluso haciendo regalos singulares, el profesor su único libro publicado, la cocinera un libro en blanco para que escriba una nueva obra.
Los tres personajes acaban comprendiéndose, su forma de entendimiento es lenta, vaga, porque los tres poseen secretos, heridas y una coraza caracterial para aislarse. Son los pequeños incidentes los que les unen.
La excelente dirección de Alexander Payne junto a un meritorio guion David Hemingson, hacen que los primeros minutos un tanto claustrofóbicos, den paso a una escapada de August y Angus a Boston donde ambos, de diferentes maneras, experimentan la libertad de andar por la ciudad, entrar en una cafetería o ir cine, y la visita de Paul a su padre, enfermo mental.
Y como final, la vuelta de nuevo al colegio y también la expulsión del profesor que acabará mirando el centro con un tono de desprecio.
Y el intento de Payne de contar la historia americana de los años setenta, momentos lóbregos de la guerra de Vietnam, la corrupción rampante y una nube oscura de lo que luego habría de venir en la historia USA. Buena la música de Mark Orton y una fotografía muy conseguida de Eigil Bryld.
Una comedia de las buenas, un filme casi perfecto, conmovedor y humano, de lo mejor del cine de los últimos tiempos. Payne de muestra una vez más que sabe hacer cine.