El personaje de The Equalizer se ha convertido en sinónimo de Denzel Washington. Ha vuelto este verano a la gran pantalla convertido de nuevo en justiciero y protector.
Esta última entrega de la que hablaré ahora es considerada el final de la trilogía. McCall encuentra en la comunidad de un pueblo adánico su lugar, el sitio al que pertenecer y por el cual dar la cara, y a cuyo servicio pone sus cualidades de hombre de acción que imparte justicia con rabia y fuego.
La cinta también reúne de nuevo a Washington con el director Antoine Fuqua por quinta vez después desde Trainig Day (2021), Los siete magníficos (2016) y las dos entregas anteriores de The equalizer de 2014 (de la cual también escribo) y de 2018.
Como es sabido esta saga tiene su origen en la serie de televisión homónima de los años ‘80 del pasado siglo en la que McCall era blanco, y ha tenido una prolongación en otra serie actual en la que es mujer y negra. Pero el carácter es básicamente siempre el mismo.
THE EQUALIZER 3 (2023). Robert McCall (Washington) hace ya tiempo que se borró de la nómina como asesino del gobierno. Un cambio de vida que aprovecha nuestro personaje para ir elaborando y reconciliándose de cuantas horribles acciones ha cometido en el pasado.
Tras un enorme tiroteo McCall ha matado a sicarios de todos los colores, resulta herido y yace en un coche con un disparo. Un carabinero italiano (Mastrandrea) lo encuentra y lo lleva al médico de su pequeño pueblo en la costa de Amalfitana.
El doctor (Girone) es un señor afable que le pregunta cuando lo ve si es un hombre bueno o malo, a lo cual responde: “no lo sé”, respuesta que encuentra positiva el galeno, pues un ser malo no habría podido contestar así, con duda moral.
Mientras McCall se recupera de su herida va haciendo amistad con los lugareños, gentes de buen corazón y generosos como: el dueño del Café (Scodellaro), la camarera, un pescadero que no le deja pagar, e incluso un sacerdote. No tarda en sentir que ese lugar y su gente constituyen su comunidad, un pueblo que pronto hace suyo. Pero no tarda mucho en descubrir que sus nuevos amigos viven bajo el yugo y el control de los jefes del crimen local, la camorra.
Cuando algunas acciones injustas y criminales empiezan a sacudir la paz de los parroquianos McCall entra en calmada cólera y empieza a poner a los malvados en su sitio. Es el momento en que entiende lo que tiene que hacer y se convierte en el protector de sus amigos, haciendo acto de presencia el justiciero que lleva dentro y enfrentándose a los camorristas.
Pero en la historia hay también una maquinación de terroristas islámicos, financiado con dinero del narcotráfico. McCall solicita la ayuda de una joven agente de la CIA (Fanning), de la cual llega a ser mentor.
A pesar de estas vueltas y complicaciones, el libreto de Richard Wenk (que vuelve), mantiene en orden los hilos de la trama tirando de sencillez, para que resulte fácil para el espectador. Siempre queda claro quiénes son los malos. Además, el guion consigue transmitir el encanto que McCall tiene para la gente del pueblo, pero sin edulcorar este capítulo.
Es Denzel W. quien sostiene la película con violencia extrema: su cara, su voz, su peculiar manera de caminar y moverse y sus gestos, los labios fruncidos antes de actuar, todo reconocible.
De nuevo Fuqua metido en faena con este justiciero con gran facilidad en sus acciones y solvencia suprema sobre sus enemigos, que propina disparos, maneja el hacha, da cuchilladas y golpes mortales, siempre la cosa para defender a alguien humilde. Un justiciero oscuro, fantasmagórico y en no pocas veces, con buenas dosis de psicopatía.
Junto a Washington, un elenco solvente y muy eficiente con actores y actrices como Dakota Fanning (muy bien como joven y bonita agente de la CIA), David Demman, Gaia Scodellaro (bien como dueño del Café), Bruno Vilotta, Eugenio Mastrandrea (el policía que lo salva cuando está herido y que luego será extorsionado; estupendo) o Remo Girone (creíble como el buen doctor).
Escenas reforzadas magistralmente por la música de Marcelo Zarvos, con tonalidades a veces amenazadoras y siniestras. Estupenda fotografía de Robert Richardson, que incluye composiciones oscuras y sombrías.
Esta obra requiere de cierta piel dura pues hay mucha muerte y terror (a veces roza el gore), hay crueldad, pero todo ello está envuelto de una pátina de buenas intenciones, algo que no se cuestiona en ningún momento, pues DW está salvando a familias, a niños, a pobre gente que sólo anhela vivir en paz.
No es película para Oscar ni premios, puede que tampoco para buenas críticas, pero es manifiestamente entretenida y con capacidad para provocar descargas de adrenalina y subidas de tensión por sus belicosas y logradas escenas.
Publicado más extenso en revista de cine ENCADENADOS.
THE EQUALIZER (2014). Robert McCall, antiguo agente de la CIA, lleva una vida tranquila. Pero abandonará su retiro para ayudar a Teri, una joven prostituta explotada por la mafia rusa.
Sorprendente primera hora de proyección, de nuevo un enigmático Denzel Washington estupendo salva la cosa con un personaje lleno de luces y sombras; meritoria igualmente Chloë Grace Moretz. Mantiene la cinta un interés sostenido hasta un final un tanto desmedido que choca con la sutileza inicial.
Al principio un atractivo plano inicial permite ver Boston antes del amanecer, entra la cámara por la ventana de un apartamento, suena el despertador y se ve la cama hecha y un meticuloso sujeto que se acaba de lavar dientes; alguien con dificultad para conciliar el sueño.
Es un hombre negro, edad mediana, que parece demasiado bueno para ser verdad: ordenado, relajado, ayuda a los compañeros y tiene frases lapidarias para regalar a los vecinos (también al espectador): “Tienes que ser lo que eres en esta vida, sea lo que sea”.
Además, es un lector empedernido y los libros en cada momento valoran la situación del personaje o de la propia trama del filme: desde El viejo y el mar de Hemingway a El Quijote de Cervantes.
El planteamiento se va pergeñando lentamente mientras asistimos a su trabajo monótono en unos grandes almacenes. Su capacidad de ayuda nos invita a pensar que oculta algo dentro de sí. El hombre siempre hace lo correcto e invita a los demás a hacer igual, y resulta creíble. Todo ello hasta un punto en que una joven prostituta amiga recibe una paliza y el hombre decide intervenir.
La primera escena de acción está sorprendentemente diseñada y vemos cómo el protagonista analiza la situación, los elementos para la batalla en la guarida de la mafia rusa, armas de sus enemigos, los pasos que debe dar… ¡Perfecto!
Prosigue ofreciéndonos las dos caras del héroe anónimo en diferentes situaciones difíciles y tensas.
El asunto es que el protagonista pasa de ser un hombre misterioso a ser prácticamente un resucitado que no tolera el mal: especie de “mesías” que regresa del más allá para hacer el bien, y que cada cual lo interprete como quiera.
En el filme hay una pincelada de esteticismo final bajo lluvia a contraluz, violencia multiplicada por el efecto de las gotas de agua cayendo sobre los dos personajes en un duelo que parece no tener fin. Parece que Fuqua no sabe cómo cerrar e introduce tres finales más, lo que no casa con el despliegue de la primera hora.
Película entretenida, pomposidad televisiva, Antoine Fuqua a medio hervor.