No vi el programa, que intentaré ver, pero la frase donde Joaquín dice que si no hubiera sido futbolista hubiera sido torero no tiene desperdicio, lo cierto es que El Puerto, la grandeza de esta ciudad, se la dan sobre todo personas como él, cargadas de una positividad que envuelve todo.

Personalmente puedo haber coincidido con él en pocas ocasiones, y no puedo decir ni que sea su amigo o simple conocido, pero me enorgullece que seamos paisanos.

Jamás escuche un mal comentario sobre la ciudad que saliera de su boca, jamás le vi renunciar a su patria chica, e incluso estando en Florencia, sentado en un restaurante el camarero me felicitó por ser Portuense, como Joaquín, su ídolo futbolístico. Quizás, y dejando a un lado a amargados derrotistas amigos del fango, la ciudad cuenta con un embajador que nos demuestra que hay que sacar el lado bueno a todo.



Estoy convencido que los triunfos de Joaquín en el ruedo hubieran sido como los míos, que tratando de torear a una cabra, cuando apenas tenía siete años, me dio un revolcón a lo largo de la cuerda que, gracias a Dios, solo tenía dos metros, alejándome de tan noble arte para siempre.

El Puerto cuenta, como digo, con algo más que un embajador, cuenta con un ciudadano que jamás se olvida de su ciudad, pero desde el lado más positivo, y eso, le pese a quien le pese, es un activo que jamás se debería perder.

Como futbolista apenas quiero hablar, pues mis conocimientos de ese deporte llegan al punto de no distinguir entre los colores de los equipos, pero por encima de que sea quien es por lo que es, Joaquín presume de Portuense, y ocupa ya un innegable puesto en la historia de esta ciudad que se ha ganado más que a pulso, a patadas, y sobre todo a golpes de buen humor improvisado en donde demuestra que hay gente graciosa y buena por naturaleza.