En estos días hemos vuelto a sufrir el azote, no solo de la violencia, sino del mal uso de la violencia como arma política. La muerte de un ser humano a manos de otro es algo repugnante, algo que merece castigo, si esa muerte es de alguien que no puede defenderse, ya sea un niño, una persona con sus facultades mermadas, un persona mayor o alguien más débil que su agresor, y en donde se aprovecha de su superioridad para hacer daño y matar, la repugnancia alcanza el grado de desear incluso la muerte de quien comete tal acto.
La vida sin embargo no solo es cruel y dura a veces, sino que lo es a diario, pues todos los días la maldad humana se ceba con los más débiles. Jamás existió tolerancia con la violencia, y la repulsa por el uso de la misma, gracias a Dios, es el normal sentimiento de los seres humanos.
Jamás quedó sin castigo, penal y social el uso de la violencia, en ninguna de sus versiones, física o psicología, jamás nadie, con sentido común, educación, formación o simplemente dotada del propio derecho natural, que distingue el bien del mal, justifico o toleró daño a nadie, absolutamente a nadie, generado asco y repulsa.
Como ya decía, si encima se aprovecha de la debilidad para cometer su crimen, es algo que supera la repugnancia. Solo aquellos mermados o politizados son capaces de distinguir el bien y el mal según las circunstancias, sean cuales sean las de moda. Pues desde que el ser humano aprendió a distinguir el bien del mal, desde el mismo momento en que fue necesario que un ser imparcial impusiera el castigo al infractor, si algo merece el asco, la repugnancia, y el odio, es el crimen de aquel que no solo se aprovecha de su víctima, sino que encima contó o cuenta con su aprecio y confianza.
Quien aprovechándose de lo que eso fue en su día, hace daño a quien en él confió, usa un arma no solo poderosa, pues su crimen, da igual si lo cometió con su mano o su mente, da igual si usó hierro o madera, pues su arma, su cruel arma era la confianza y el amor que un día existió, y eso, no solo es premeditación y alevosía, sino que es el uso de fuerza desmedida, como si hubiera usado un arma nuclear para acabar con civiles desarmados, y eso, con todo el odio y rencor, merece un castigo ejemplar.