Edgart Wright (Poole, Dorset, Inglaterra, 1974) declaró en su momento: "Al final, siempre estoy haciendo la misma película, la de un tipo que tiene que madurar ante las circunstancias que le rodean y que busca su libertad. Vamos, yo mismo". Como haciéndonos ver que cualquiera de nosotros somos uno de los suyos.
Maestro de un cine pop con vocación de entretener, sus obras son inteligentes y capaces de saltar géneros sin complejos: zombis, policiales y etc. Wright es un director conocido por la llamada trilogía Cornetto, término que viene de un helado que ideó la empresa italiana Spica en 1959, que es supuestamente un remedio para la resaca. Trilogía que incluye las obras: “Zombies Party” (2004), “Arma fatal” (2007) y “Bienvenidos al fin del mundo” (2013), que tienen a dos actores protagonistas en común: Simon Pegg y Nick Frost.
Wright también sabe estilizar su puesta en escena homenajeando a los clásicos de coches y atracos en “Baby Driver” (2017), en la que se marca un viaje musical de soul y funk, con apuntes de rock y hip hop.
Siempre ha buscado su libertad artística y su independencia: "Llevo muchos años escribiendo protagonistas parecidos, el de un individuo que batalla por no ser deglutido por una organización, y que se levanta en pie ante la multitud (…) Hay hoy demasiadas películas de franquicias y la respuesta está producir más filmes originales”.
Pero veamos ¿Qué tienen en común “The Sparks Brothers” (2021), un documental sobre un grupo de pop excéntrico y “Última noche en el Soho” (2021), un cuento con jovencita en peligro que remite a los thrillers psicológicos italianos?
La respuesta es que a los mandos está Wright, antiguo “enfant terrible” del audiovisual británico convertido en cineasta global a raíz de “Zombies party” o “Scott Pilgrim contra el mundo” (2010). Un cineasta que rescata de su memoria muchas referencias a la cultura pop.
Wright afirma, empero, que no ha tenido suerte cuando ha querido dar el salto a un “blockbuster” con más repercusión. Aunque, a decir verdad, ha conseguido una cómoda situación en la industria que le permite pagar pelis vistosas, vistosas joyas pop, para obsequiar a sus fans y de paso, regalarse a sí mismo.
ÚLTIMA NOCHE EN EL SOHO (2021). Tremendo instinto de Wright y gran habilidad para fusionar géneros en esta su última película. La cinta es un thriller psicológico que nos cuenta sobre una joven entusiasta que vive con su abuela en Cornualles y que es amante del diseño de ropa, a la vez que añora adentrarse en la década de los años 60. Y lo logrará, dándose de bruces con un pasado al que pertenecieron su abuela y su madre (ya fallecida). Ese tiempo sesentero londinense es algo más de lo que parece, y tendrá sus lúgubres consecuencias.
Esta película fue presentada fuera de concurso en la sección oficial de Venecia. En ella una joven provinciana (Thomasin McKenzie) llega a Londres y alquila un apartamento una enigmática anciana (Diana Rigg), en el barrio de Fitzrovia, en el Soho. El pasado volverá transformado en un thriller psicológico irresistible, con una notable carga de suspense, terror y misterio.
Al poco, la muchacha comienza a experimentar sueños y visiones que la conectan con Sandie (Anya Taylor-Joy), una aspirante a cantante. Pero las fantasías e imágenes oníricas sesenteras se vuelven cada vez más perturbadoras.
La muchacha acaba por no distinguir la realidad del delirio y se ve perseguida por fantasmas y obsesionada por aspectos como el suicidio de su madre. Omnipresente música y la moda que sonaba en Carnaby; y el mítico Londres de los Kinks, uno de los grupos de rock más importantes e influyentes de todos los tiempos, envuelven una trama de intriga y terror.
La cinta tiene la virtud de situarse “entre” dos universos, con preciosas transiciones temporales que representan el pliegue y la duplicidad, sin caer en los trucos del cine de “viajes en el tiempo”.
En la película hay gánsteres, sangre, neones, muchos espejos rotos y música con Downtown interpretada por Petula Clark. Y cuando aparezca la Taylor-Joy como el fantasma primordial que acompaña a cada instante, la cosa ya no tendrá vuelta atrás.
Esta peli es musical, drama con terror y es también comedia. Y, además, una reflexión sobre el propio cine; sobre la imagen que deviene pesadilla y motor de la acción humana; y los reflejos de la realidad que acaban devorando la propia realidad.
Originalísima dirección de Wright, guion atrevido de Krysty Wilson-Cairns y Wright. Gran música de Steven Price y meritoria fotografía de Chung Chung-hoon para un cine radical pensado para ser visto en la gran pantalla; cine que mola. Con atmósfera de neones y espejos sobre planos de espanto, y agudeza en sus propuestas.
Un reparto donde sobresalen la McKenzie y Taylor-Joy interpretando a dúo con un magnífico compás: sueño, realidad, detrás del espejo, delante, una entra y otra sale… y ojo con Diana Rigg como la ancianita, en su papel póstumo. Acompañando Matt Smith, Terence Stamp, Rita Tushingham, Synnove Karlsen o Joan Skarli, entre otros, todos muy bien.
Al tener tantos lados y enfoques, este filme podría deleitar a gran parte de público: a los que gustan de la moda; los amantes de los años sesenta; los que deseen ver Londres; tiene música de los 60; intriga, aspectos psicológicos, sobresaltos, fantasmas, etc. Así que lo más fácil es que esta peli nos abrace y nos llame con alguna de sus muchas lindezas.
Historia muy visual, trepidante, rítmica, de igual manera que es tan inverosímil, que no debe alterar el ánimo con su terror de plexiglás, ni aun en sus partes más sombrías.
BABY DRIVER (2017). Sin frenos y pisando el acelerador a fondo, así es esta cinta visual y narrativamente hablando. Filmada con temple y un montaje virtuoso, hay una miríada de ideas en sus 113 minutos.
En la historia Baby (Ansel Elgort) es un joven, experto conductor especialista en fugas. Baby depende del ritmo de la banda sonora personal que escuche por sus auriculares, para ser el mejor en el auto.
Pero conoce a la chica de sus sueños (Lily James), y con ello ve la oportunidad para dejar su vida de delincuente, haciendo una huida limpia. Pero tras ser forzado a trabajar para un gánster en toda regla (Kevin Spacey), se ve metido en la necesidad de dar la cara cuando un golpe frustrado amenaza su vida, su amor y su propia libertad.
Tiene el filme un sólido reparto, con especial mención a un Ansel Elgort con madera de genuina estrella a quien acompañan Lily James, Jamie Fox o Kevis Spacey, nada menos.
Con palpitante banda sonora como eje central, esta cinta es un bólido que ruge, un viaje que vence el vértigo; a lo cual se une un enorme derroche creativo, talentoso y un ritmo que atrapa: persecuciones de coches, guiños cómicos y réplica dramática.
Rock destilado del bueno sonando temas de Queen, Eagles, Beck, The Champs (su famosa Tequila) y Golden Earring.
Wright ha hecho una película sobre la forma en que algunas personas necesitan positivamente de la música en sus vidas. Pero la peli es también un relato de ruidosos atracos con romance por medio, un personaje que nunca se quita los cascos y que se ha enamorado de una muchacha que le recuerda a su madre querida (Edipo manda).
Wright une escenas muy ingeniosas pero en alguna medida, incongruentes. Justamente, esta inoportunidad y asimetría en el rodaje y en el montaje es paradójicamente lo que le da interés a la peli.
ZOMBIES PARTY (2004). Comedia sobre dos holgazanes desorientados cuyas vidas se centran en ir al pub; para ellos, los zombis no son una amenaza para la civilización, sino una interferencia en su valioso tiempo para beber.
De hecho, durante la primera media hora, al protagonista le resulta imposible diferenciar entre un zombi y un ciudadano normal.
La vida de Shaun (Simon Pegg) no parece tener salida. Pasa su existencia en la taberna local, "The Winchester", con su íntimo amigo Ed (Nick Frost). Discute con su madre y descuida a su novia Liz (Kate Ashfield), quien le pone un ultimátum: o el pub o ella.
Harta de su situación Liz lo deja plantado. Es el punto en que Shaun parece recapacitar decidiendo poner orden en su existencia. Para ello tiene que volver a conquistar el corazón de Liz; también mejorar el vínculo con su madre y afrontar sus responsabilidades como adulto.
Pero la cosa no es sencilla, pues los zombis están resucitando para devorar a los vivos. Este será un problema de plus para quien, armado con un palo de cricket y una pala, emprende una ofensiva contra una horda de muertos vivientes. Esa es la manera de rescatar a su madre, a su novia e incluso, aunque no muy convencido, a su padrastro. A todos los lleva al lugar más protegido que conoce: "The Winchester".
Crítica tan loca como demoledora de la sociedad del siglo XXI, que nos presenta a los londinenses como muertos vivientes. Seres anclados a una vida aburguesada, aburrida y bochornosa.
La comicidad radica en la forma en que los personajes más holgazanes del mundo mantienen su pereza sin reparos y obviando pasmosamente el peligro de los zombis. Y resulta curiosa la manera en que los valores burgueses británicos de la madre y el padre de Shaun, se imponen incluso ante la catástrofe.