Turno anoche en DSOKO para la estrella de la programación musical veraniega en El Puerto: Miguel Ríos y The Black Betty Trío. El granadino es sin duda lo mejor que ha podido pisar esta tierra en mucho tiempo, exactamente desde que actuara el gran Iggy Pop en aquel fallido MotorCircus de hace cuatro años. Si mal no recuerdo, fue en 1982 cuando nos visitó anteriormente este insigne artista durante la gira “Rock&Ríos” con un concierto celebrado en el cine Florida que existió en calle Luja. Qué noche la de aquel año, oiga.

Con 77 castañas y en plena forma aún, el público que llenó pudo disfrutar de los temas nuevos de su último trabajo con el inevitable repaso a sus grandes éxitos de siempre. ¿Qué se puede decir que ya no se sepa de este hombre y a estas alturas de la historia musical de este país? Atemporal, auténtico, locuaz. Un tío grande de los que ya van quedando poco en el panorama musical actual a nivel nacional e internacional. Un dinosaurio que, tras anunciar su retiro, volvió a la escena pero no por dinero sino porque él sin el rock&roll no es él, es su vida y lo necesita como el aire para respirar. Sus seguidores y la gente que entiende de esto se lo agradecemos profundamente porque su persona y sus canciones ya son parte de nuestras vidas.

Llegada la hora del concierto, cuando ya empieza a refrescar -más adelante la humedad del Guadalete hizo necesario una rebequita-, sube a las tablas el de Granada y sus músicos entre aplausos de un publico no juvenil, es decir, que ya cumplieron los cuarenta y más, probablemente usted que lee esto se encuentre en esa franja. No carrozas ni maduros porque la edad ya se sabe es solo un número. Y es que con casi sesenta años de carrera a cuestas, el espíritu jovial y la fuerza que transmite este artista hacen rejuvenecer a aquellos 'viejunos' a los que la nostalgia de tiempos pasados mejores les embarga.

Tras agradecer estar de vuelta por aquí, “me encanta El Puerto”, dice, su talento es desplegado con soltura gracias a unos excelentes músicos que le acompañan para presentar su último álbum “Un largo tiempo”. Arrancan con “Hola Ríos”, un tema nuevo al que sigue uno viejo: “Buenas noche bienvenidos”. Se hace raro escuchar cantar a este pedazo de rockero en formato acústico, sentado y con música de violines...

Disfrutando del concierto.

Suena “Memphis-Granada” -siempre en sus canciones la referencia a su tierra natal- y “Cruce de Caminos”, con recuerdos para el rey del blues Robert Johnson. Instrumentos como el banjo, la slide guitar y el piano hacen que estas nuevas canciones suenen realmente 'sureñas'.

Turno de nuevo para los clásicos como “No estás sola” -con dedicación para las víctimas de la lacra de la violencia de género-, o “El blues del autobús”, un autobús que hay que tomar rápido porque el tiempo apremia. “Tenemos que ir deprisa porque la organización nos ha dado 90 minutos de concierto pues luego llega el bacalao”, afirma Ríos entre el estupor de los asistentes. Inaudito que a un artista de este nivel se le “ampute” su repertorio musicalmente hablando porque prima el jolgorio del chunda-chunda y la chavalería que con largas colas se apresta a entrar en el recinto.

Sorprende la breve pieza “Te vi terraplanista”, con un gran Luis Prado al piano y voces. Tras esto, vuelve a la escena el impar Mike Rivers para finalizar con una batería de imperecederos temas que hacen levantar al público. “En el río” se la dedica a su compadre Javier Ruibal presente entre las primeras filas.

El colofón lo pone “Santa Lucía” -Santa Lusía, dame una sita-, ya saben, una preciosa letra del compositor argentino Roque Narvaja y que habla de las dificultades que hombres y mujeres tiene para relacionarse, antes era entonces por teléfono sea ahora por vía chat digital. Él la quería conocer pero ella a él no...

Pero aún quedaba otra, el “Himno a la alegría”, que sirve como despedida para un concierto que se hizo corto pero es que eran las once y tocaba lo que tocaba a esa hora. Una lástima.

Le queda cuerda para rato al maestro porque el tiempo podrá arrugar su piel pero la esencia no ha sufrido ni un rasguño. Eterno Miguel.