Esta entrega habla de un tópico, no por repetido menos verosímil: la idea de que la vida rural, en la naturaleza, en los pueblos o en una granja modelo, son ejemplo de salud y bienestar físico y mental. A lo cual se opondría la vida urbana de contaminación, artificial, las prisas y el estrés, lo cual suponemos no beneficia a nuestro cuerpo ni a nuestro espíritu.
En esta idea contamos con películas variadas. Las de hoy van desde las obras de un popular subgénero del cine francés de corte rural como: Una veterinaria en la Borgoña (2019) de Julie Manoukian, que refiere la lucha interior de una joven que debe elegir entre quedarse en París o ejercer su profesión en su pueblo de infancia; Un doctor en la campiña (2016) de Tomas Lilti, que apunta a la falta de medicina en las zonas rurales galas. Y para redondear faena hablaré de un film documental titulado: Mi gran pequeña granja (2018) de John Chester, quien junto a su esposa dejaron sus trabajos y se mudaron al campo a cultivar su propia granja ecológica. Hablo de ellas según este orden, que no es el cronológico. Las dos primeras francesas y la tercera rodada en los EE.UU.
UNA VETERINARIA EN LA BORGOÑA (2019). Se desarrolla la película de la mano de Alexandra, una joven veterinaria parisiense recién instalada en un pueblo de la Francia rural vaciada de la Borgoña, donde debe atender temporalmente a todo tipo de mascotas y animales.
Michel, compañero del último veterinario del lugar, anuncia su jubilación y para su sustitución consigue que venga su sobrina Alexandra, que acaba de terminar la carrera de manera brillante. La joven es bastante antipática y no tiene ganas de volver al pueblo de su infancia.
Esta es la primera película de Julie Manoukian, quien dibuja una semblanza afable del campo en la forma de comedia simpática que abraza sin complejos todos los clichés del mundo rural.
Tiene el film una trama predecible pero con mensajes buenos, bonitos parajes y actores con encanto como Noémie Schmidt (la veterinaria), a quien acompañan entre otros Clovis Conillac (como el veterinario Nico).
Tiene su espacio para el romance, y los momentos dramáticos y los rasgos de comedia están adecuadamente balanceados.
El mensaje se trata de demostrar que el mundo rural y campestre es mucho mejor, más recomendable para la saludo psicofísica y la felicidad que el ambiente de ciudad.
Pero la joven veterinaria, como decía, es arisca y solitaria. Para remate, la insociable chica quiere ir a un laboratorio para estudiar los virus, un lugar aséptico y con batas blancas, justo lo contrario de lo que hace en el pueblo, donde tiene que afrontar una realidad que es la atención directa a los animales: operaciones quirúrgicas, partos, pomadas en los ojos de los perros o lidiar con los pueblerinos, tarea nada fácil, pero una labor humana, social y al aire libre.
Como contraparte vocacional, trabajador y generoso está Nico, el último veterinario activo que lucha por salvar la clínica, al pueblo y a los agricultores y ganaderos. Un hombre que soporta horarios draconianos y un trabajo extenuante.
Poco a poco la directora del film irá descubriendo las razones profundas de la personalidad de Alexandra, su infancia sin madre fallecida prematuramente y su ingreso en un internado; sólo iba al pueblo los veranos con su tío.
El enfoque de Manoukian resulta fresco y singular al centrase en una profesión pocas veces retratada como la del veterinario. Para lo cual pone especial atención en detallar los usos y costumbres de lo rural, poniendo énfasis en la dureza del trabajo con animales en el entorno ganadero o doméstico.
Manoukian muestra su capacidad para conseguir un equilibrio entre la crítica social y la comedia pueblerina y rural, impregnando de cierto feminismo una historia protagonizada por una mujer que no se deja dominar por los animales ni por los hombres.
Sin ser una gran película, es una cinta digna, con encanto y distraída, con la que pasarlo bien y que deja buen sabor de boca.
Película feelgood, de esas que hacen sentir a la concurrencia, dando prioridad a sentimientos positivos como la alegría y el optimismo. Película que da justo lo que promete.
Más extenso en la revista Encadenados.
UN DOCTOR EN LA CAMPIÑA (2016). Jean-Pierre (Cluzet) es un médico rural, con él pueden contar los pobladores de la zona a cualquier hora y por los motivos más diversos. Jean-Pierre les ausculta, los sana, los sosiega, les aconseja y los alienta en todo momento.
Pero Jean-Pierre cae enfermo y le envían a la Dra. Dra. Nathalie (Denicourt) para que le ayude. Al principio Nathalie no es bien recibida, pero poco a poco se irá ganando la confianza de todos.
Thomas Lilti fue medico antes que Director de cine y con la ayuda de Baya Kasmi en el guion, construye un trabajo que ahonda en la figura del médico rural que trata humanamente a sus pacientes y sabe gestionar su salud y sus preocupaciones. En la película se cita expresamente la novela de Mijaíl Bulgákov: “Cartas a un joven médico”, y a propósito, el protagonista afirma: "le quitamos la palabra al paciente cada veinte segundos; hay que escucharle, te da el diagnóstico un noventa por ciento de las veces".
De su época de médico Lilti recuerda: “Aprendí mucho de la medicina de proximidad, es un oficio artesano donde el médico es una autoridad, un amigo, un confidente. Conoces a varias generaciones de la misma familia y sus secretos; exige grandes cualidades humanas.”
Otra obsesión para el Lilti galeno es el cuidado de las personas mayores con enfermedades terminales. “¿Hay que luchar para que mueran en su domicilio? (…) Me irrita el sufrimiento moral que se causa por morir lejos de tu familia o tu perro”.
Otro mensaje importante es evidenciar la despoblación rural, un problema político de primer orden. “La desertificación afecta a todos los sectores: desaparecen colegios, tiendas… y la desertización médica de las zonas rurales” (Lilti).
Estamos ante un film humanista sobre una medicina en extinción, devorada por los grandes Hospitales que tratan a los enfermos como números.
Excelente fotografía de Nicolas Gaurin, en todo momento el objetivo de la cámara enfocando gestos, miradas y pequeños detalles. La variada música acompaña muy bien el film.
En cuanto a los actores François Cluzet es un actor que sabe, con una portentosa capacidad dramática, expresar lo máximo sin apenas gesticular. Marianne Denicourt es una actriz excelente; con un físico bonito, sintoniza perfectamente con Cluzet. Lilti declara: “Es poco frecuente en el cine un personaje femenino con un motor no sentimental. Su motor es profesional: su deseo de convertirse en médico y cumplir su vocación por la medicina.”
Esta película va directa al corazón, no hay costumbrismo ni romances estériles. Puede pensarse que la cinta es previsible en su desarrollo y conclusión, con un itinerario sembrado de pueblerinos, de enfermos, donde hay hasta un festival country, incluso gruñones o frikis de primer nivel. Pero todo encaja, el relato huele a campo y es apacible.
Una obra sencilla y delicada que retrata a personas que respiran aire puro. Porque la intención del director es minimalista: primeros planos, miradas cercanas y la profesión del médico de pueblo, de conocer al paciente, de la capacidad de escuchar, de comprender, de la calidez, de la paciencia y el sentido común.
Una película que tuvo gran éxito de público en Francia. Merece que la veamos, tanto por su temática, como por su naturalidad al abordar la historia de la medicina campestre. Lilti tiene la habilidad como director de ser mesurado y nunca efectista.
MI GRAN PEQUEÑA GRANJA (2018). Documental que es todo un tratado sobre el mundo natural, con directrices para afrontar las penas y las alegrías de un proyecto ecológico sostenible. Es la historia de una granja natural y respetuosa con la naturaleza.
Se inicia en 2011 cuando el bloguero John Chester y su esposa Molly Chester, una afamada chef, deciden abandonan sus trabajos y se van al norte de Los Angeles, a poner en marcha una granja ecológica, asesorados por su mentor y gran amigo Alan York.
Dirección muy bien llevada por John Chester, con un interesante guion; un documento interesante, entretenido y muy aleccionador. Acompaña muy bien la música de Jeff Beal, junto a una gran fotografía de Kyle Romanek y la cámara de Chester funcionando en cada momento.
Cuando John y Molly llegan a la granja no hay prácticamente nada. Pero el asesor y amigo York les convence de que la tierra tiene posibilidades; sólo hay que fomentar la diversidad agrícola y ganadera, dar paso a la madre natura, poner amor y entrega, y habrán de salir huevos de gallina, corderos y frutas de toda índole. Sin que ocurran grandes cosas, esta aventura de pequeña gran granja atrapa y te mantiene atento.
Ocurre que el asesor y amigo fallece, provocando la soledad de cuantos trabajan en aquel vergel. Pero la granja ya funciona a buen ritmo y cualquier fruto o animal lleva el nutriente espiritual de York que vive en cada metro cuadrado del vergel que imaginó.
La cinta es como una brisa refrescante para el espíritu, y el espectador se sentirá oxigenado y reconfortado. El asunto es repensar la ecología y la interconexión de sistemas ambientales. Cuanta mayor diversidad mejor. Aves, plantas, mamíferos, la climatología y un poco de suerte.
La película es un relato veraz a base de ensayo-error del matrimonio John y Molly Chester, un movimiento agrícola basado en la biodiversidad en una tierra que durante largo tiempo había sido despojada de sus componentes y nutrientes naturales. Cubre la película ocho años de obstáculos superados y bien rentabilizados.
Como se afirma en el film, dada la existencia de tantas variables de clima, fauna, flora y otros asuntos fortuitos (huracanes, incendios, etc.), la agricultura nunca será una ciencia exacta. Pero los Chester afirman: “La observación seguida por la creatividad se ha convertido en nuestro mayor aliado”.
La historia de esta granja modélica llevada a hombros del tesón y la convicción en una manera de trabajar con la naturaleza, no sólo es aplicable a una producción agrícola y ganadera, sino a la vida de cada cual: idealismo y fe en que las cosas saldrán bien.
Más extenso en la revista Encadenados.