Por fin han vuelto de nuevo a abrir sus puertas los cines en esta Semana Santa de 2021. Las salas de proyección son indispensables para divulgar el arte cinematográfico, para disfrutar de nuevas ideas, estrenos flamantes. Además, es una invitación para que las productoras vayan sacando a la luz las novedades que tienen en lista de espera.
Sé que muchos aficionados se han volcado en las cadenas televisivas, las plataformas y las teleseries. Pero somos muchos los que preferimos las salas tradicionales. Ir al cine es el tenor de aficionados entre quienes me encuentro. A muchos no nos agrada ver películas en el espacio doméstico de las pantallas de plasma. Preferimos la intimidad de una sala oscura donde poder, fuera del mundo habitual del hogar, abandonarnos a la tenue lejanía de las ensoñaciones, estar en ese espacio donde nos es permitido contemplar la bella transcripción de la magia de imágenes y escenas. Vivir vicariamente parcelas de nuestras vidas contadas por sus creadores: director (o directores), guionistas, actores y todo el equipo técnico de fotografía, música, encargados de exteriores o puesta en escena. Particularmente, me siento feliz y recogido en mí mismo a la vez que proyectado a la pantalla, en una sala de cine. Así como las iglesias son dedicadas al culto o los museos a las artes plásticas, los cines son el templo de la imagen y el sonido.
Para celebrar esta nueva reapertura COVID hoy quiero traer a esta columna dos estrenos, las primeras películas de 2021 que he visionado. Películas de calidad que merecen la pena. Vendrán otras y desearía que tuvieran como poco el nivel de estas que ahora comento. Me referiré: Pequeños detalles (2021) del tejano John Lee Hancock; Minari. Historia de una familia (2021) del estadounidense de origen coreano Lee Isaac Chung.
PEQUEÑOS DETALLES (2021). Joe "Deke" Deacon (Denzel Washington), el sheriff adjunto del condado de Kern (California), viaja a Los Ángeles. Supuestamente debería ser una tarea rápida de recopilación de pruebas sobre el crimen de una joven. Pero Deke se ve envuelto en la investigación de un asesino en serie que aterroriza a la ciudad, a la vez que se enfrenta a su pasado de errores y obsesiones.
En los Angeles, el encargado de dirigir la investigación y búsqueda del criminal de muchachas es el sargento del Departamento de Los Angeles Jim Baxter (Rami Malek). El tal detective queda impresionado con el instinto policial de Deke y consigue que colabore con él, aunque fuera del canal oficial. Mientras persiguen al asesino, Baxter no es consciente de que la investigación está sacando a la luz ecos del pasado de Deke y descubriendo secretos inquietantes de su vida y de su persona.
La película habla de un sheriff mayor fracasado y ofuscado por acontecimientos de su vida anterior que le obligaron a renunciar a su carrera de flamante inspector en Los Angeles (infarto por medio, divorcio, etc.), para acabar en una pequeña localidad perdida y al margen de los noticiarios o de la notoriedad.
Por cosas de trabajo y también medio azarosas, vuelve a la ciudad de sus temores, pesadillas y también de su fracaso matrimonial y familiar. Allí se encontrará consigo mismo, con el calco de sus ambiciones en la mirada atenta de Baxter, el joven policía que viene a ser su actual alter-ego de años atrás y en su misma comisaría, donde por cierto no es bien recibido.
Estamos ante un thriller, un film próximo al escalofrío, con tensión y una indagación que mantiene en tensión al espectador.
Este tipo de películas suele seguir dos líneas de desarrollo. La primera es brindar detalles y hechos que potencien la investigación para atraer al espectador y hacerlo partícipe de la indagación. La segunda es poner en valor a los personajes y ver reflejada en sus caras y conductas cómo les afecta lo que va sucediendo. La película se aproxima a un equilibrio entre ambas dimensiones, aunque controla lo suficiente para no resultar truculenta o desagradable.
Hay también una apuesta más por los diálogos que por la acción. Se siente la tragedia más por lo que dicen los personajes, que por los hechos o por la por atmósfera creada. Los protagonistas hablan de atrocidades, pero el clima no resalta la violencia ni hace restallar los corazones.
La película explota los clichés del género negro de los años 90 y Hancock tiene aptitudes y despliega su habilidad para generar suspense y componer imágenes “noir” con inteligencia para seguir el camino que lleva al apresamiento de Albert Sparma (Jared Leto), un criminal psicópata muy peligroso.
En el reparto destaca la calidad de los protagonistas (Washington, Malek y Leto) y la circunstancia de que no molesten las oscuridades morales de los personajes: policías y criminales. Aunque el mensaje viene a ser que el policía, como persona de acción, corre sus riesgos y está sujeto a error: “no somos ángeles”, le dice el viejo Deke al joven Baxter, para consolarlo por un error grueso que ha cometido este, con resultado de muerte o mejor, de asesinato.
Hay momentos de tensión, apoyándose en gran medida en el reparto, como en el interrogatorio policial a Leto, cuya escenografía, detalles y diálogos elevan el listón de forma muy elevada. Además Leto, en su rol de perversa mente vivaz con cara de podredumbre y hastío, comunica una gran cantidad de placer perverso que consigue inquietar sobremanera al detective Denke-Washington: ¡genial!
La película se desarrolla en la década de los años 90 del pasado siglo (sin móviles ni ordenadores), un relato clásico y en cierto modo romántico sobre una forma de hacer investigación hoy inimaginable. Todo ello en el terreno de policías obsesionados por capturar a un maligno asesino y donde, como es común en este tipo de tramas, sus familias llegan a estar abandonadas por el trabajo incesante de los detectives. Además, el director se centra mucho en los actores, un serio Denzel Washington siempre eficiente; Rami Malek con cara de póquer; y un Jared Leto como psicópata de ojos saltones.
Película aconsejable con un D. Washington que marca la diferencia con el resto de protagonistas y cuya presencia eleva el listón de la obra. Pero también es legítimo pensar que hay “pequeños detalles” que faltan para que el resultado se hubiera diferenciado y hubiera sobresalido de otras propuestas similares.
La película habría dado mucho más de si hubiera habido más arrojo y osadía de parte del director para haber forzado un poco más los límites de lo habitual. Así y todo, el nivel lo da sobrado: recomendable.
Más extenso en revista Encadenados.
MINARI. HISTORIA DE MI FAMILIA (2021). Hasta Arkansas, en lo más recóndito de la llamada América profunda, llega una familia coreano-estadounidense compuesta por un matrimonio y dos hijos pequeños. El menor de ellos, David, es el que presta su mirada al propio director Lee Isaac Chung, pues la película está basada en su infancia; película, pues, autobiográfica. La forma de ver la vida a partir de la perspectiva inocente de un niño frágil que evoca la diáspora de su mundo familiar.
La película está ambientada en los años 80 en los EE.UU., la era próspera del presidente Ronald Regan.
David, ese niño coreano-americano de 7 años, ve cómo su vida cambia de la noche a la mañana con la mudanza emprendida por su padre, quien harto del rigor de una vida sin futuro como sexador de pollos, ha decidido montar en esa zona rural y perdida una granja, alcanzar el sueño americano de triunfar con su propio emprendimiento y poder ganarse la vida con los productos de su huerto.
Para ello deberán vivir en una caravana, pelear contra la más evidente pobreza, el duro esfuerzo en el trabajo de campo y sin más remedio que resistir y mirar para adelante. Esos son los peajes del viaje a esa tierra prometida a la que han llegado.
En un punto llega la enérgica y peculiar abuela, una mujer que hará que las cosas cambien, no siempre para bien. Pero la estrecha relación que se crea entre el niño y la abuela aporta dosis de humor que contrarrestan la desesperanza que se va imponiendo entre los padres.
La discusiones entre la pareja son frecuentes y los pequeños padecen esos enfrentamientos. De modo que los ejes en torno a los que gira el film son los riesgos de la vida en el campo, la inestabilidad del núcleo familiar, pero también la resistencia de esos mismos lazos familiares. Una historia sobre el arraigo y la ternura.
Excelente dirección de Lee Isaac Chung con guion de su propia autoría, que construye una película que seguro no va a provocar ruido, es un relato sencillo, una obra bonita centrada en los sueños y los temores de sus protagonistas, pero sin caer en las oscuras profundidades del choque cultural ni otros aspectos más duros de la inmigración. Película que crece hasta convertirse en un retrato resplandeciente, más lírico que épico, de la propia existencia, de la vida. “Una pequeña delicia que no necesita de una saturación de estímulos para conquistar al espectador” (Zorrilla).
Excelente la música Emile Mosseri que envuelve la lírica del film con suaves notas y una gran fotografía de Lachlan Milne.
Esencial la aportación de su reparto con actores de origen coreano la mayoría, poco conocidos pero muy eficientes y brillantes: Steven Yeun y Han Ye-ri son el matrimonio protagonista, muy inspirados ambos; el papel más llamativo es el de la abuela, encarnada por una brillante Youn-jung. Y acompañando los niños Alan S. Kim y Noel Cho, junto a Will Patton (curioso sujeto entre santón y asesor agrícola); junto a ellos: Scott Haze, Eric Starkey, Esther Moon, Tina Parker y Darryl Cox.
Está cargada la cinta de pequeños contrastes que enriquecen la historia, tanto a nivel general como particular, por ejemplo la relación entre nieto y abuela. Una obra cargada de humanidad y el sueño coreano en Estados Unidos siempre con algún infortunio que impide alcanzarlo plenamente.
Los ingredientes del argumento son variados, del drama a la comedia y de lo cálido y sentimental a lo espinoso y conflictivo.
Para acabar diré que el título del film, “Minari”, alude al nombre asiático de una verdura picante parecida al apio que es muy versátil y rica a nivel gastronómico, que crece incluso en los terrenos poco favorables, lo cual funciona como metáfora de la familia protagonista.