Hay profesiones y profesionales que parecen haber caído algo más en el olvido de la sociedad en general en esta situación sanitaria anómala provocada por la covid-19, a pesar de que han acompañado a pacientes, han ayudado a familiares a intentar pasar el duelo por la pérdida,y han cuidado de gran parte de la sociedad. Esa profesión es la del psicólogo/a.
La portuense Teresa Cauqui Olmedo terminó el año pasado su Máster de Psicología Sanitaria, y desde agosto trabaja en un centro sociosanitario de Madrid que cuenta con más de 1.000 residentes, puesto que este espacio actúa como residencia, contando con tres áreas, geriatría, salud mental y discapacidad intelectual, que es en la que se vuelca Teresa.
El trabajo y la dedicación de esta portuense han cambiado bastante desde que comenzara la crisis del coronavirus. Antes de todo esto, su trabajo en la unidad, que cuenta con 105 chicos, se centraba en una amplia variedad de actividades dedicadas a la educación. Concretamente, su labor se centraba en el desarrollo de tres talleres, uno de derechos y deberes, para que reconozcan lo que les corresponde y puedan manifestarse para pedirlos a la sociedad; habilidades sociales, para mejorar su comunicación y las relaciones interpersonales; y por último, la psicosexualidad, puesto que a pesar de estar infantilizados, tienen las mismas necesidades que los demás. Y a todo ello había que sumar las intervenciones en disconductas.
“Pero en cambio, llega la covid-19, aunque se escucha como algo lejano, en otros puntos del planeta, y en vez de los tres talleres”, a primeros de marzo se les comienzan a impartir otros conocimientos. “Les insistimos en la higiene de manos, les explicamos qué era lo que se escuchaba que ocurría pero era invisible, algo que para ellos era más complicado de entender; y ya el 6 de marzo la dirección, con muy buen criterio, se adelantó y cerró el centro a las visitas de las familias”, explica esta psicóloga. Cabe recordar que los centros educativos de Madrid se cerraron varios días después.
“Nuestro día a día cambió pero nos hemos adaptado”, confiesa, con un tono de voz que saca a relucir la capacidad de adaptación y de calma que capacitan a Teresa. “Les tuvimos que explicar que cerrábamos el centro a las familias, pero que no era un castigo hacia ellos, sino para cuidarnos de eso que había fuera, porque era lo que preguntaban más a menudo y que sus familiares también estaban en casa, sin poder salir. Y poco a poco fue un mensaje que fue calando en ellos, aunque hoy día se lo seguimos recordando, así como por qué llevo mascarilla, o por qué nos lavamos las manos más a menudo, etc.”.
El cierre del centro se sustituyó por una mayor comunicación, a través de las llamadas de teléfono, con las familias, que por norma general, entendieron la situación existente. Y es que, como bien explica, para algunos familiares, sobre todo los de los chicos con discapacidad más profunda o severa, la visita era su forma de comunicarse con ellos.
“Ha habido días que yo me los he pasado enteros hablando con los familiares y explicándoles cómo estaban los residentes. He hecho acompañamiento familiar, para tranquilizarles”.
Pero “es una tarea igual de gratificante”, confiesa. Y más tarde, las llamadas se apoyaron con videollamadas a través de tablets, que han llegado al centro con la covid-19. “Fue una etapa diferente, y es especial y mágico, porque ellos lo ven casi como brujería, ya que no controlan la tecnología, pero en cambio reconocían a sus familiares”. Incluso “algunos chicos, cuya comunicación es más limitada, ha sido asombroso ver cómo su atención estaba enfocada en lo que veían en la pantalla, y cómo reconocían a esas personas”. Y en cambio “los que tienen niveles más altos” de capacitación “han incluido la videollamada en su rutina”, algo positivo para ellos.
Además “ha habido familiares que hacían una pantalla múltiple y podían ver incluso a personas que hacía tiempo que no veían”. En definitiva,"la tecnología ha acercado a los familiares y a los chicos”.
Medidas restrictivas
Teresa valora mucho la capacidad de adaptación de sus chicos. “Es fascinante cómo lo han llevado. Nos han dado una lección y un ejemplo a todos, puesto que comprendían que todos estábamos en la misma situación que ellos”. Es más, considera que “el día a día te obliga a adaptarte, pero el ser humano tiene una capacidad brutal de cambiar del día a la noche. Hay que estar con ellos para entenderlo, pero asombra cómo se han comportado, incluso los que tienen perfiles más rígidos de comportamiento”. Además, asegura que “como nos ocurre a todos, tienen días mejores, días peores, tienen derecho a aburrirse, a querer irse a casa, a disfrutar…”.
Por otro lado, Teresa confiesa que “no hay normalidad en esta situación y vivir con la incertidumbre no es fácil, tampoco para ellos”, pero “con amor y con cariño se convierten en tu familia”.
Teresa valora mucho las decisiones tomadas por la dirección del centro en el que trabaja. “Cerrar el centro por prevención se notó mucho. Se tomaron medidas que podían parecer muy restrictivas, porque tenemos una población más vulnerable, que es difícilmente tratable, y no hemos tenido problemas”. Además, el personal del centro ha contado con “material sanitario”, lo que supone un alivio para la plantilla, ya que se siente segura, como explica esta joven.
Esas medidas restrictivas “han sido aceptadas por las familias, lo entendieron. El hecho de cerrar el centro complicó la situación, porque nos hemos tenido que encargar de las llamadas todos los días, sobre todo para intentar calmar y rebajar la angustia en los familiares, pero finalmente se ha conseguido. Y las videollamadas han intensificado la forma de conectar con las familias”.
Con todo, admite que “la ausencia de contacto físico” entre los chicos “se hace complicado de llevar”. E incluso Teresa ha sentido lo difícil que es seguir adelante adaptándose a una situación que te obliga a ser tan impersonal, puesto que “nada reemplaza un beso o un abrazo”. Pero en cambio, las jornadas laborales se han hecho menos complicadas en este centro, en el que tiene la suerte de desarrollarse como psicóloga, ya que “tienen muchas ganas y alegría, que es lo que transmiten, y contagian a los demás”.
“Estos meses no ha habido vida más allá del trabajo. El cansancio físico y emocional te rebasan, hay muchas dudas y te acompañan muchas preocupaciones, y es algo que agota”. Su carácter ha provocado que haya gestionado las jornadas de trabajo “con calma, pero ha habido días de todo tipo, con fases de negación, de pensar que esto era una película o una pesadilla, de asumir en lo que estábamos metidos, de formarte casi de forma autodidacta para adaptarte y cubrir las necesidades de los residentes cumpliendo protocolos sanitarios”, pero finalmente “hemos encontrado el equilibrio”.
Y además, la mente ha volado al futuro, haciéndole pensar “qué pasará después, cuándo retomaremos las visitas, qué podremos hacer”, y algo que ha ayudado a esta joven a evadirse de las largas y duras jornadas de trabajo ha sido “escribir. Me gusta mucho escribir y en una ocasión me salió una idea típica del día eterno de la marmota”, pero es su forma de canalizar y expresar a través de la palabra.
Sin duda, el peor momento del día para Teresa “ha sido el levantarme. Me he acostado algunos días con la sensación de continuar con la mascarilla puesta”, pero el despertar y pensar que “tenía que pasear por las calles vacías de Madrid”, todo lo contrario al normal bullicio de una ciudad que parece que nunca está en calma o “entrar en el metro vacío, o vivir esos días que parecían eternos, o ese marzo interminable, han sido cosas complicadas…”. Pero en cambio “he visto una fortaleza que no sabía que tenía. Hemos sido resilientes, y estoy orgullosa de mí misma”, admite divertida.
Pero también asegura que “desconectar ha sido difícil. En el trabajo apenas te da tiempo de procesar lo que ocurre, pero intentar hacer ejercicio o leer se han convertido en tareas complicadas”, sobre todo sin darle vueltas a todo lo que ha sucedido, a lo que hay que añadir que ha habido cierta sobrecarga informativa, asegura.
Teresa, como portuense que se encuentra lejos de su tierra natal, destaca que ha sido complicado estar lejos. “Hay una parte de mí a la que le gustaría estar allí, fuera de toda la vorágine de Madrid. Se les echa de menos, y echo de menos la tranquilidad que se respira allí”. Pero con todo, los kilómetros se sustituyen con “videollamadas y llamadas. No veo el momento de abrazar a mis padres. Pero soy consciente de que estamos en una situación complicada, aunque estoy deseando ver cómo avanzamos e fase, para poder verles”.
Además, entiende que “para mi familia es igual de complicado. Con todo, no les cuento todo lo que me ocurre, porque esto no va a cambiar y quiero mantenerlos un poco al margen”, confiesa.
Asimismo, explica que hay un cierto desconocimiento de la labor del psicólogo sanitario, porque “nos arriesgamos y nos contagiamos igual que los sanitarios”, pero en cambio es algo que no se ha dado a conocer lo suficiente en los medios de comunicación.
Es más, de ahí proviene “el cierto enfado que tenemos”, porque “no se nos ve como sanitarios, a pesar de que tenemos una formación específica”. La psicología sanitaria además, ha estado centrada en “la comunicación con las familias, en una época tan complicada, con duelos difíciles, con falta de despedidas, etc”, ya que no todo profesional tiene la capacitación para ello, o en rebajar “la angustia provocada por esta situación, porque el aislamiento requiere mucho apoyo psicológico”.
En cuanto a la forma de actuar de la sociedad, especialmente respecto se centra en la que se toma en la calle, en las distintas fases de desescalada en la que se encuentra cada provincia, esta joven no quiere generalizar, “porque hay de todo. Hay quien ha hecho un aislamiento responsable, otros que lo han llevado mejor, otros peor, personas que han tenido problemas de pareja, víctimas de violencia de género conviviendo con sus maltratadores, por tanto, las situaciones no son todas iguales”. En general “hay muchos perfiles, y por tanto, hay quien se siente bien estando aislada, hay a quien le provoca ansiedad, hay quien tiene la necesidad de salir, etc, pero hay que ser responsable. Y además, hay que normalizar que cualquier persona que se sienta mal puede acudir a un profesional, porque no es un problema”. Es más, como bien comenta, esa es una de las labores del psicólogo, que confía que la sociedad le tenga más consideración y menos temor.