Cine sobre la injusticia es este que hoy presento aquí con sendas obras de dos directores importantes: Ken Loach y Costa Gavras. Cada uno en su estilo, hacen un cine que sensibiliza al público e incluso lo enerva y solivianta hasta hacerle remover en la butaca ávidos por frenar la maldad, la depravación y la injusticia de este mundo.
Como decía en mi anterior entrega “Tiempos COVID-19”, la psicología social especializada en analizar y buscar las causas de la violencia, la ruptura de la cohesión y en ocasiones de las revueltas, advierte que estos fenómenos disociativos son en gran medida consecuencia de la percepción de injusticias. O sea, cuando las personas nos encontramos ante un poder político y de gobierno injusto. Como dijo James T. Tedeschi, desde desde la dialéctica interactiva de las relaciones sociales, el “poder”, cuando es utilizado para manipular la alternativa de conducta de los miembros de un colectivo, cuando pretende a toda costa forzar la conducta humana por caminos no deseados e indignos, la consecuencia directa es el malestar y la violencia. La agresividad humana, pues, está relacionada de forma directa con la vivencia de abuso hacia los demás.
El estilo de gobierno competitivo y excluyente, sitúa a los más desfavorecidos en el margen de la vida y de las oportunidades. O sea, en el camino de la delincuencia y la violación del orden establecido. Esta es una realidad que podemos observar en una familia cuando hay un padre déspota; en una comunidad de vecinos cuando su presidente es un autócrata; en un Ayuntamiento o en el poder político de un Estado cuando el mandatario es un facineroso y manipulador. O sea, esta realidad va de lo micro, a lo marosistémico. Desde la familia, pasando por la comunidad de vecinos, siguiendo por el municipio, hasta la gobernanza de un país.
Con todo esto del coronavirus, se está produciendo un debate en la Unión Europea que es ya antiguo: ¿Hay países de primera y países de cuarta? ¿Se puede tolerar que la riqueza se concentre en pocas manos mientras el resto de ciudadanos tiene que vivir a duras penas con salarios exiguos o con un nivel de vida cada vez peor? ¿Nos parecen bien las políticas asistencialistas, de cortas miras y humillantes?
Injusticias del sistema
Es penosa la importancia que en nuestra cultura y en nuestra sociedad, eufemísticamente calificada como de libre competición, adquiere la pugna y la contienda, en vez de la cooperación, como fórmula de funcionamiento social. Fenómeno que promueve gran fastidio en gran parte de la ciudadanía. De esto va la temática que abordaré hoy, de esto van Loach y Gavras.
En el escrito "Ser como ellos" de Eduardo Galeano (1993), podemos leer: "Ser es tener [...] y la trampa consiste en que quien más tiene más quiere y en resumidas cuentas las personas terminan perteneciendo a las cosas". Siendo que, obviamente, las personas no somos cosas. Y digo más, las personas somos seres dignos merecedores de vivir con decencia.
A propósito de estos argumentos comentaré a continuación dos películas muy recientes que cobran actualidad ambas. Quizá con esto del COV-19 la primera cinta es más revulsiva, pues habla de la seria crisis por la que pasó Grecia hace pocos años, cuando estuvo a punto de salir del euro. Justo cuando hoy algunos países del norte pretenden que los países del sur nos las apañemos por nuestra cuenta, como si el concepto “Comunidad Económica Europea” fuera sólo un eufemismo.
Costa Gavras, en su filme Adults in the room (Comportarse como adultos) (2019), aborda desde una perspectiva “macro” el abuso de los muy poderosos políticos europeos y del poder financiero, sobre la estabilidad de naciones modestas como Grecia. Pero no es menos relevante la segunda cinta que voy a analizar, Yo, Daniel Blake (2016) de Ken Loach, director del que ya he hablado en la anterior entrega y que en este caso nos cuenta casos sencillos, lo hace desde la perspectiva “micro”, de cómo la burocracia y el Estado en su peor faceta, trata cruelmente a unos ciudadanos pobres y necesitados de las ayudas sociales.
ADULTS IN THE ROOM (COMPORTARSE COMO ADULTOS) (2019). La película adapta el libro de memorias “Comportarse como adultos”, escrito por el ex-Ministro de Finanzas griego Yanis Varoufakis, sobre la crisis griega de 2015. Se trata de una crónica en primera persona de lo que ocurrió a lo largo de los cinco meses de negociaciones entre el gobierno griego y la Troika. El título “Adults in the Room” surge de una frase de la antigua responsable del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde, que en medio de una reunión de hombres en Europa aseguró: “En esta habitación lo que faltan son adultos”, lo que hace pensar que para la ocasión faltaron líderes con capacidad de diálogo y de espíritu ecuánime y resolutivo.
Costa-Gavras hace una narración con tensión, pulso y vertiginosa de aquellos días en los que Grecia estuvo a punto de quedar fuera del euro y de la misma Europa. Tiene el filme una vigorosa puesta en escena, fluida, eficaz y entretenida, con una trabada ejecución dramática. Esta es la primera película que el director franco-griego rueda en Grecia y en ella parece que Gavras quisiera darnos una lección de la reciente historia greco-europea, una historia de puertas adentro de esa institución que es Europa, encerrada en un espectacular edificio de cemento y enormes ventanales de cristal oscurecido, con lujosos muebles y reuniones al más alto nivel: ¡los poderosos atrincherados! Todos esos personajes que solemos ver en los noticiarios que Gavras retrata con su ambición, también con sus temores, sus ideales, y que manejan un inmenso poder.
Lo que considero más meritorio es la actitud del film por resultar pedagógico y mostrar la historia de aquel episodio de la reciente historia de Grecia. Es un relato de interiores donde abunda la recreación digital de fondos (es una película de escaso presupuesto). Son evidentes las buenas intenciones del director y su conocida implicación con los más débiles. Y en el duelo de intereses que cuenta la película, siempre ganan los arriba y la cuerda, como suele decirse, siempre se rompe por el lugar más frágil.
Y de nuevo, un uso desmedido del poder. En su libro «Comportarse como adultos», Varoufakis escribió críticamente sobre la construcción europea y la defensa de los intereses de los acreedores frente a los ciudadanos, de los líderes europeos, así como de su falta de representatividad democrática: «Europa es exactamente lo opuesto a democracia. Aunque es verdad que nuestros estados miembros son democracias en su funcionamiento, "Europa" (es decir, la Unión Europea) es una "zona libre de democracia". Y aquí está el enigma: Estados perfectamente democráticos han transferido todas las decisiones cruciales a un centro que carece totalmente de carácter democrático».
Para ser justo, echo en falta la realidad más concreta de la pobreza y la angustia del pueblo griego de la que apenas se nos ofrecen unas pinceladas de comercios cerrados o secuencias documentales de las protestas.
YO, DANIEL BLAKE (2016). Obra desgarradora sobre los efectos del neoliberalismo de “descarte” en la Europa actual, aunque la historia se circunscriba al Reino Unido. Una cultura donde los beneficios de las empresas privadas de servicios se rigen por sus propios beneficios más que por el bienestar de las personas a las que “atienden”.
La historia cuenta la vida de Daniel Black (Dave Johns), un carpintero inglés de 59 años, viudo y víctima de problemas cardíacos que al tener que estar unos meses en reposo, solicita los subsidios por baja de enfermedad a los que tiene derecho. A partir de aquí, su vida se ve atrapada en una paradójica trampa administrativa.
La sociedad que retrata Ken Loach ha sustituido la justicia por supuesta caridad. Y para disimular o curar la mala conciencia, se inventa trámites administrativos draconianos.
Los actores son muy buenos, con dos protagonistas sobre los que pivota la historia: Dave Johns y Hayley Squires, con magnífica interpretaciones, al tiempo que personalmente están implicados en esta película de denuncia. El protagonista principal, Dave Johns (más conocido por su faceta de cómico), es un actor que parece salir fuera de la pantalla con sus miserias y su bondad, que conecta de pleno con el espectador. Hayley Squires hace un trabajo muy meritorio, dotando de veracidad el rol de madre soltera y con dos hijos, en pleno estado de desesperación por la mera supervivencia.
Es una cinta sobre los los perdedores del Sistema; de cómo el Estado se ceba y cae como un buitre sanguinario sobre los menos capacitados y vulnerables, los que ya carecen de fuerza.
En resolución, cine entre lo necesario y lo patético, el corazón en un puño compartido por dos protagonistas, dos seres humanos próximos a la desmoralización, pero que no llegan a ella y continúan su andadura hasta la muerte si hace falta, puro instinto de conservación.
Una alienante y deshumanizada jungla burocrática y asistencial que a la vez que pretendidamente nos cobija, nos pone impedimentos, persigue a los protagonistas como si fueran gente de tercera división y todo para, como mucho, recibir unas monedas para la mera manutención.