El día amanece cargado de nubes, el sol apenas quiere saludar, y poco a poco, las horas de un nuevo día van haciéndose con el control de nuestra vida.

Nos hemos habituado a rutinas distintas a las que teníamos antes, hemos cambiado la vida social por la familiar o por la soledad.

Alguna de nuestras costumbres ha desaparecido, para siempre. Nuestra forma de vida se ha transformado, curiosamente a como algunos miembros del gobierno querían.

Día tras día vemos como es un día más, un día menos, y tratamos por todos los medios de encontrar la mejor forma de hacerlo llevadero.

Las dudas, las preguntas, las soluciones, todo es un caos absurdo en donde los palos de ciego conducen a una población demasiado paciente y consecuente. 

Ya han pasado los cuarenta días, cifra que podría parecer vinculada a cuarentena, no siendo más que un modo de denominar un sacrificio de forma religiosa, cuaresma.

Ya han pasado cuarenta días, los suficientes para calar en algunas mentes hasta el extremo de mantener un estado de miedo que perdurará. Por suerte, gran parte de la población calla, se confina y le da a la situación la importancia que tiene. Guardan la opinión a la espera de que el peso del estado levante su pie. Personas que comprenden que esto no es una guerra, es una crisis sanitaria frente a la que se han de tomar medidas sanitarias, y por derivación económicas. Sin embargo, a pesar de ello la repercusión económica ha tenido mayor trascendencia que la sanitaria.

Después de 40 días siguen existiendo casi los mismos problemas sanitarios que al principio, no hay test, hay carencia de materiales y solo el tiempo y el esfuerzo ciudadano han dejado de colapsar los hospitales. La inercia del momento está haciendo un trabajo que correspondía a quienes nos deben de guiar, que se han preocupado más de controlar que de guiar.