El domingo avanza lentamente, como detenido en el tiempo. Las nubes se han marchado dejando un cielo limpio donde el Sol ilumina una Prioral que intenta tocar el cielo, lentamente, la brisa me trae los aromas de los campos que camino de Sanlúcar reverdecen con las últimas lluvias.
En el cielo, como si de un dibujo se tratase, una cigüeña, altiva y elegante recorta las siluetas del campanario, cierro los ojos y me subo a su lomo, desde las alturas soy libre y diviso toda una ciudad, que dormida, desea despertar para ocupar sus calles nuevamente.
Lentamente, sus alas se abren y planea sobre los cielos de una centenaria Plaza de Toros, sobre los cascos de las bodegas, en donde millones de litros de un dorado tesoro embriagan el ambiente con sus aromas.
Como leyendo mis pensamientos, su vientre casi roza los cascos de las bodegas dejando que los aromas eleven nuestro vuelo. Mis ojos, aún cerrados, no me son necesarios para admirar la belleza de cuanto nos rodea, no me son precisos para aspirar una paz inmensa en mi interior.
El vuelo se eleva hasta casi rozar las pocas nubes que surcan el firmamento, y el viento sobre mi rostro limpia los malos pensamientos que pudiera albergar mi alma.
Finalmente, y tras un breve e intenso recorrido, mi viajera se posa dulcemente sobre un arbotante donde tiene su nido. De nuevo abro los ojos, y la distancia la veo dándole de comer a un cigoñino de apenas unas semanas. Durante unos instantes la libertad se adueña de mí navegando por mi entorno desde otra perspectiva. El domingo avanza lentamente, y yo, yo sigo confinado y libre dentro de mi mente.