Hace ya muchos años que estos días para mí apenas tienen relevancia, que no se ocupan con otros quehaceres que no sean el trabajo, y aun así, en estos días en los que mi mente necesita volar, viajo hasta aquellos maravillosos años del patio.

Fueron años en los que la semana previa a la Semana Santa se ocupaban en las tareas propias de limpieza de objetos, organización de la cera, venta de papeletas de sitio, e interminables charlas con los amigos en torno a la hermandad.

Mi patio tenía varios vecinos, que, a modo de equipo de futbol, competían por vender las virtudes de su hermandad. Lo bisoño de los años nos enredaba en debates sobre lo correcto o lo incorrecto, y todo deambulaba en un ambiente distendido que se retomaba al día siguiente.

Es de suponer que la vida poco ha cambiado, y aunque ya no formo parte de aquel mundo al nivel que lo formé, no es menos cierto que la juventud se sigue acercando a sus patios, a pesar de que hoy aquel patio de vecinos ha dado paso a casas de hermandad en la mayoría de los casos.

Hoy son días extraños, de reflexión, en donde en lugar de limpiar enseres se limpia la mente, en donde se puede esto tomar como una suspensión, o como una vivencia distinta.

A pesar de todo lo que podamos pensar, la Semana Santa no se ha suspendido, el Domingo de Ramos, el Jueves Santo o el Viernes Santo seguirán siéndolo, el Domingo de Resurrección volverá a brillar el Sol y Nuestro Señor ascenderá a los cielos, y por ello, apenas tiene sentido para un cofrade pensar en trasladar la Semana a otras fechas. Se vivirá de forma diferente, y esta semana, tan importante, pues de ella depende que todo esté listo y a punto, en lugar de estar confinados en las casas de hermandad limpiando, debatiremos con los medios que tengamos con nuestros hermanos de cofradía, limpiaremos nuestra mente, sacaremos brillo a nuestra fe, y soñaremos con volver a tomar las calles con un racheo que llegue a los cielos.