Me asomé aquella mañana triste y vacía, llena de añoranza y tristeza, allí y aquí, allá donde dejé tanto y aquí donde tanto tengo, compartíamos un inmenso dolor. Y aun así, aun siendo algo tan novedoso como extraño de aceptar, aquí estaba apoyado al barandal de mi balcón viendo como los únicos que no paraban eran el personal de limpieza que adecentaba las calles. [Lee aquí los capítulos anteriores]
Mi mente quería buscar mil excusas, mil demonios a quien culpar; cientos de teorías conspiratorias se adueñaban de mi cabeza buscando, más que una solución, el origen de estos males. Miré al cielo, vi el Sol que me llenaba la cara, y me inundé de paz. Hay momentos en los que hay que dejar la cabeza huérfana de pensamientos negativos, ajena a conspiraciones, centrándose en la simple resignación del tiempo, a sabiendas que nada es eterno.
Me animé a no seguir mirando las noticias cada diez minutos y me imaginé en unas placidas vacaciones que disfrutar. Tampoco eso me convenció, había mucha gente, muchas ilusiones, muchos sueños que se habían visto destrozados en apenas unos días, y cuyo futuro tampoco era de lo más…
Me negaba a que mi mente obtusa inundara mis pensamientos, soplé con fuerza, inspiré profundamente, llené mis pulmones de vida y recordé que aun teníamos la ilusión, para algunos el cansancio sería tremendo, para otros esta experiencia podrían pensar que les superaría, pero para todos, el futuro fuera el que fuera, estaría plagado de ilusión, por empezar, por recomponerse, por afrontar los nuevos retos, dependíamos cada cual de uno mismo y de la solidaridad del prójimo, pero sobre todo, nos teníamos a nosotros mismos, y uno mismo es capaz de afrontar todo, de una forma o de otra.
Sonreí a la triste mañana, me reconforté con ese Sol que amenazaba con taparse con sus nubes, fui a la cocina y me preparé un café bien cargado, lo mejor en los días que nos quedan por venir es el despejar la mente de pensamientos tóxicos y de conjuras… no será fácil, pero al menos nos mantendrá entretenidos.