Todo parecía distinto, el aire, los olores, los mil colores que me rodeaban. Incluso las decrepitas construcciones que observaban el paso del tiempo mientras se caían tenían un sabor distinto. [Lee aquí los capítulos anteriores]

El enorme perro chocolate de mi amigo el calvo estaba sentado frente a mi ventana, así que no debía andar lejos. Y no lo estaba, no parecía una discusión, pero la forma en que escuchaba me hacía pensar en que había algún problema. La mano que se le plantó sobe el pecho terminó de despejar mis dudas, pero tras el roce, el interlocutor se dio media vuelta y se fue.

Cuando bajé y llegué hasta el perro mi amigo ya estaba junto a él. Ni me dio explicaciones ni se las pedí, respiramos hondo el aroma que salía de la plaza y decidimos pasear hasta el río.

La mañana comenzaba a caminar, y el sol estaba en esa postura que ni cerca ni lejos era agradable. Observé que, a diferencia de cuando llegué, no había camiones limpiando, pero las calles estaban limpias. Siempre me pareció extraño la limpieza de las calles cuando la gente ya se había adueñado de ellas.

Debió de ser el efecto de la primavera, pero la ciudad me pareció más limpia y cuidada. Lo único que desentonaba eran los locales cerrados, habíamos tomado la calle de Luna en dirección a  Virgen de los Milagros, y no había un día en el que no viésemos un nuevo cierre.

El que más me sorprendió fue el de un pequeño local que vendían pescado frito. En tiempos me dijeron que había muchos, freidores, me dijo mi amigo que se llamaban, yo solo conocí el que había en donde vendían las gambas, y el de la calle Luna. Estaba claro que la gente prefería las hamburguesas al pescado frito.

La primavera animaba, y hacía mucho que vivía mi vida sin querer inmiscuirme en los problemas, sobre todo los que no eran míos, pero, aun así, este nuevo aire me reconfortaba y me agradaba, y eso me provocaba un dolor, el dolor de quien sufre viendo que lo suyo se abandona.

Mi amigo se limitó a comprenderme, y con aire distraído solo se lamentó de los problemas para abrir algo, mi contestación apelando a la ilusión, me la desmontó con una retahíla de permisos, papeles, trabas y burocracia que dejaban en pañales al problema económico.

Decidí respirar hondo, el leve sueño que me rozó la mente de abrir algo para distraerme se alejó como las nubes que sobre nuestras cabezas nos escoltaban hasta el muelle del Vapor…  muelles, del vapor… mi amigo sonrió y me contó una bonita historia.