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Es sabido que el auge del western se produce sobre todo en las primeras décadas del siglo XX. Posteriormente, el género decae o se torna revisionista con Ford o Eastwood, por mencionar dos casos señalados.
En el contexto del cine, el término "Post-Western" se refiere a un subgénero que toma elementos del western, pero los reinterpreta o los sitúa en contextos diferentes, a menudo con una mirada más crítica, revisionista e incluso política.
Me referiré hoy al estreno: The Thicket (2024), de E. Lester; y Western (2017), de V. Grisebach.
THE THICKET (2024). El título de esta película vendría a traducirse como “la espesura”, como un bosque que no permite ver bien, porque las ramas impiden incluso ver las estrellas; tampoco deja ver psicológicamente, pues el entramado incluye un grupo de hombres y mujeres de poco fiar, canallas y psicópatas.
Entonces, lo dicho es muy acorde para este western de Elliott Lester, un director con un curriculum acreditado en cine de acción y fuerza (Blitz, 2011), más de diez películas en su haber.
La fotografía de Guillermo Garza es fría, casi letal. Hay una sensación de infelicidad en el aire. El mundo de esta película huele regular. Está poblado por personajes que se han adaptado a vivir en él, no siempre bien. Y el reparto está salpicado de actuaciones inesperadas de figuras como Macon Blair, Gbenga Akinnagbe, Andrew Schultz y James Hetfield.
Con un guion de Chris Kelley, adaptación de la novela homónima de Joe R. Landsdale de 2013, Jack Parker (Hawke), su joven hermana, Lula Parker (Creed-Miles), han perdido a sus padres infectados por la viruela y deben marchar con un tío mayor que los acompañará hasta Montana, donde les espera una tierra próspera y un hogar con su tía. Pero el plan se trunca cuando se disponían a atravesar el río
A partir de aquí la hermana es secuestrada por la despiadada Cutthroat Bill (Lewis) (que previo ha matado al tío), y el hermano es abandonado a su suerte. Desesperado, una vez recobra el conocimiento, Jack, un joven cristiano ingenuo, recluta al cazarrecompensas Reginald Jones (Dinklage), quien, a regañadientes, se convierte en el líder de un grupo de marginados que buscará rescatar a la muchacha.
A lo largo del viaje, se les unen personajes como Eustace Hollow (Akinnagbe), un exesclavo enterrador; y Jimmie Sue (Leslie Grace), una joven prostituta. Juntos, se embarcan en una peligrosa misión que los lleva a la mortal "tierra de nadie" conocida como The Thicket.
Vemos constantemente el aliento, el vaho que sale de la boca de los protagonistas, entre la agitación y el frío polar, la sangre en la nieve. Y una doncella secuestrada que debe ser rescatada por este grupo variopinto compuesto por los únicos tipos buenos de la película, encabezados por un enano.
Western que nada tiene que ver con esos de polvorientos caminos con jinetes que cabalgan sudorosos, ni con barrancos calcinados por el sol. Esta cinta tiene lugar en un paisaje duro y nevado, y pequeños pueblos igualmente nevados y sufridos atestados de bares y burdeles.
En el caso de los malos y rufianes, la película hace algo inusual, utilizando una táctica simple pero intrigante a la vez. El villano principal, se llama Cut Throat Bill, supuestamente por el nombre y sus acciones y habilidades con los puños y las armas, es hombre (o así es en la novela). Pero aquí es interpretado por Juliette Lewis y aunque quienes no lo conocen asumen que es un hombre, cuando Lewis se encuentra cara a cara con alguien, queda claro que el personaje es percibido como mujer.
"Él es una ella", y será así todo el metraje. Cut Throat Bill no los corrige, continúa con ese nombre. Podría pensarse en un personaje trans o similar, pero la cinta se desenvuelve en un mundo sin categorías para esta temática, y tampoco la obra adapta las ideas modernas en ese entorno histórico. Cut es Cut, pero es una mujeraza marcada en el rostro por diversas cicatrices y una crianza disfuncional.
Desde luego no es una historia alegre para nadie, tampoco para la comunidad queer. Es un western con personajes sombríos que mueren de forma oscura también, abatidos sobre la espesura polar. Hay un tiempo razonable entre muertes, no hay un exceso.
He asociado esta película con otras como Los odiosos ocho (2015), de Tarantino; o, por mencionar otro título donde la ventisca y la nieve son protagonistas, Wind River (2017), de Taylor Sheridan.
Esta, al igual que aquellas, es una propuesta sobria, un thriller amargo, sobre la base de un profundo sentido del lugar, con intensas heladas, sitios inhóspitos y crueles, donde unos hombres sobreviven y otros mueren sin atención ni remisión. Película que sabe conjuntar el paisaje con los sentimientos, vivencias e ideas que componen la narración.
Tiene una atmósfera cruda y fatalista, con escenarios inhóspitos que son una alegoría de cierta degradación moral, sobre todo de los forajidos e incluso de los sheriffs corruptos.
Destaca el reparto, con actuaciones sólidas de Peter Dinklage y Juliette Lewis, que aportan fuerza y carga dramática a sus personajes. Incluso destaco a la Lewis con un acento de réptil y cara acuchillada.
Dinklage (quien es coproductor de la película), aporta un cinismo peculiar y fascinante a su figura mercenaria. Su capacidad para resolver problemas va desde lo violento a lo insultantemente profano, incluso el amor.
Están muy arropados por Levon Hawke y Esme Creed-Miles, como los hermanos; también el exesclavo negro interpretado por Gbenga Akinnagbe (química con Dinklage), la prostituta muy bonita y eficiente encarnada por Leslie Grace o James Hetfield, tremendo.
Desde luego hay disparos, disparos toscos, como debieron ser en la realidad de aquellos tiempos (menos el afinado rifle con mirilla del enano); hay adrenalina y acción, también es un filme solemne. Una historia peculiar, cautivadora, interpretada con entusiasmo y filmada con un compromiso físico por los espacios abiertos y el frío crudo de los elementos.
Película para quienes gustan del western con un toque de thriller psicológico. Lleva en su metraje la esencia de del western crepuscular, con paisajes desolados y una estética que recuerda a clásicos del género; y el capítulo de la soledad presidiendo el entramado.
Revista Encadenados
WESTERN (2017). Película aparentemente neutra, resulta inquietante los cien minutos que dura. Una cinta un poco extraña que de la mano de la directora alemana Valeska Grisebach, deviene trabajo con atmósfera masculina.
Un grupo de trabajadores alemanes llegados a un pueblo búlgaro en la frontera con Grecia. La cinta funciona como género Western, obligando al mito a morder el polvo de lo real, que mantiene al espectador en incómoda tensión.
Los obreros alemanes, como si fueran nuevos colonos, tienen que levantar una central hidráulica; incluso colocan su bandera nacional. Han sido enviados por su empresa a ese lugar perdido con muchos problemas para su cometido. Da la sensación de que alguno de esos problemas puede estallar en forma explosiva.
Estos hombres se enfrentan a cierto sentimiento de aventura, a lo cual se suman los prejuicios del lugar, la desconfianza de la gente y la barrera idiomática. Los alemanes se encuentran en un paisaje agreste y caluroso donde cuenta la carga sexual de hombres jóvenes librados a su destino.
Un drama laboral atípico en el cual la situación cambia cuando los trabajadores empiezan a granjearse el favor y la confianza de los habitantes, que se equivaldrían a los indios o los mejicanos de otros westerns.
La propia Grisebach cuenta que ella creció delante del televisor viendo westerns. Con esa sensación de soledad y la melancolía de los héroes, la mitología masculina o la intimidad del duelo a muerte.
Valeska, con un guion de su autoría, sabe poner en imágenes, a veces perturbadoras, a unos hombres inicialmente desorientados, que hacen valer su insolencia y su dinero frente a los pobres búlgaros.
Consigue Grisebach construir un filme elegante y a la vez complejo que relata un drama sin tiempo ni historia, edificado sobre gestos imperceptibles, con firmeza y cargado de poesía. La directora pone en imágenes una tragedia de enorme fuerza que se edifica sobre la perspicacia y un silencio flotante.
En todo western hay una América silvestre por colonizar que aquí es la Bulgaria agreste, sumida en el atraso y la pobreza. Los colonizadores son los alemanes, país que ya había perpetrado esta acción en épocas de anteriores guerras y con intenciones menos limpias.
Paisajes derretidos bajo un sol implacable. Apetecibles mujeres a la otra orilla del río, paisajes virginales y movimientos de cámara propios de cine del Oeste; hay caballos, bebida a tragos cortos y secos, partida de póquer y un personaje próximo al género.
Este es un hombre enjuto y sobrio que está solo ante los riesgos, sujeto fibroso y mañoso que se las arregla y al que nadie puede someter, ése es nuestro “cowboy icono”, el protagonista amigo de los nativos y sobre el cual se teje una enorme fábula, fruto de la intriga por la dificultad de comunicarse en diferentes idiomas.
El eje principal que vertebra la historia es la incomunicación entre unos personajes que apenas comparten un vocabulario básico y que hablan sin entenderse; sólo alguna palabra suelta sirve para recrear una realidad que acaba por ser medio inventada e incluso mítica, como cuando todos creen que el protagonista es un legionario y duro guerrero curtido en mil batallas.
Un perfecto trabajo con actores que en realidad no lo son y que impresionan en su precisión. El principal personaje es encarnado por un excelente y adusto Meinhard Neumann (descubierto en un mercado de caballos en Brandemburgo), lo mejor del reparto como protagonista en un drama fronterizo.
Neuman interpreta la figura de alguien que carece de pasado, que no hace migas con casi nadie, obrero alemán y amigo de algunos de los búlgaros que en su enigmática independencia y en su capacidad de observación, identifica al fin en su existencia oscura –como la de esos vaqueros de vida anónima -, un lugar que le gusta y en el cual cree que podrá ser libre.
Loable película que además de todo lo dicho, hace la cabal radiografía de la Unión Europea, donde coexisten sioux y vaqueros, países de primera y de cuarta. Grisebach afirma la responsabilidad de Alemania en que Europa salga adelante es básica; Alemania tiene la obligación de crear Europa. Es por lo tanto un western político.
Un filme revelador de facetas diversas y lecturas distintas, cinta relevante. Es la longanimidad con que la directora mira y analiza a sus personajes, la intimidad que captura en el proceso y la exactitud con que penetra en la psicología masculina. Ello confiere a este Western de gran resonancia emocional.
Publicado en revista Encadenados