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Hace ya tiempo que existe el fecundo y explotado subgénero hollywoodense de la “comedia de intercambio de cuerpos”. Hubo otras versiones, incluyendo a Blake Edwards con Una rubia muy dudosa (1991), mala, pero la bellísima Ellen Barkin y JoBeth Williams hacen de la cinta algo de cierto mérito.

La versión de Waters de 2003 de la que hablo ahora mejoró un poquito el nivelito (diminutivos), con diálogos vibrantes, una comedia física y protagonistas con una sólida química. La cual podría decirse que sigue siendo una aceptable adaptación al cine del clásico infantil de Mary Rodgers: Freaky Friday, 1971 (versionada por vez primera en 1976 por Gary Nelson).

Hablaré hoy del estreno Ponte en mi lugar de nuevo (2025), de M. Waters; y también de Waters, Ponte en mi lugar (2003).

PONTE EN MI LUGAR DE NUEVO (2025). Prácticamente no hay nada remotamente gracioso en esta nueva secuela que ahora comento. Anna Coleman, la rockera grunge de secundaria interpretada por Lohan, despertando en el cuerpo de Curtis como su madre psicoterapeuta controladora, Tess, y gritando horrorizada al verse frente al espejo: "¡Soy como la guardiana de la cripta!".

Las discusiones intergeneracionales y la fricción madre-hija que alimentaron atrás algunas risas, se diluyen en el horrible guion de Jordan Weiss, que quiere ceñirse a gran parte del modelo anterior, pero se pasa en travesuras y otros excesos, lo cual diluye la incómoda hilaridad; hasta el punto de que uno empieza a olvidar quién es quién de las mutadas. O, en fin, deja de importarle.

La película es ruidosa, muy colorida, estrafalaria y agitada como para enmascarar la desesperación en un guion que muestra poca imaginación para los obstáculos psicológicos de personas de tres generaciones diferentes que luchan por entenderse entre sí.

Segundas partes…

Para hablar de esta segunda entrega de Ponte en mi lugar, transcurridas más de dos décadas tras el exitoso relato inicial, hay que empezar por el final. Cuando se cierra la película, en el desfile de créditos, se pone en marcha a un lado de la pantalla una selección de outtakesbloopers de filmación e imágenes detrás de escena. Y nos damos cuenta de que los actores se lo pasaron estupendamente durante la filmación y que está muy bien compartir todo ese espíritu de camaradería y diversión con el público.

Algunos de esos momentos superan claramente en gracia y efecto humorístico cualquier cosa que hayamos visto en los minutos precedentes, durante los interminables y tediosos 111 minutos que tiene el metraje. Como si las escenas descartadas fueran expresión de lo que esta obra pudo haber sido y no fue.

Este resultado fallido nace de un error de diagnóstico usual en Hollywood cuando anticipa que la secuela de algún producto superará en resultados las expectativas previas. Ya que la fórmula original funciona a partir de algún recurso o vuelta de tuerca eficaz (en este caso el hechizo que impulsa el intercambio de cuerpos entre una madre y su hija). ¿Por qué no duplicar o triplicar el mismo equívoco y lograr automáticamente el efecto cómico que tanto rindió veinte años atrás?

El intercambio, esta vez provocado por una vidente chapucera, empieza a aplicarse como en la película original al tándem madre-hija. Uno de los intercambios es de una de las que está de vuelta, Anna (Lindsay Lohan, con gran parte de su antiguo brillo perdido), ahora es productora artística y madre soltera de la adolescente Harper (Julia Butters), con la cual intercambia; Harper es compañera de colegio de Lily (Sophia Hammons), la hija londinense de Eric, un chef anglo-filipino (Manny Jacinto).

 

El hechizo se produce cuando Anna y Eric, tras un flechazo irresistible, están a punto de casarse. Pero no es este nuevo dúo maternofilial el implicado en la permuta de cuerpos y sensaciones. Lo mismo experimenta Tess Coleman (Jamie Lee Curtis, más patética que graciosa), la madre de Anna, con la presumida y pija Lily.

Este doble trueque de personalidades precipita un caos que se extiende a todos los ámbitos (familiares, escolares, laborales) de la vida de las cuatro mujeres. Toda una serie de situaciones que, viendo el filme, en vez de divertirnos nos confunde y nos desconciertan cada vez más.

En todo esto hay observaciones sobre la degradación de la cultura pop mientras se levanta al mismo tiempo con espíritu reivindicatorio la bandera de lo vintage. Algunos personajes masculinos rescatados de la película original se suman a esta nueva entrega con aportes irrelevantes, sin que sepamos para qué ni con qué sentido.

En vez de reírnos nos sentimos cada vez más perplejos (y serios) frente a todo este recurrente alboroto, lo cual es porque el cambio de personalidades en los nuevos cuerpos no funciona del todo, o sea, funciona fatal.

Cierre

En fin, película estomagante, absurda, necia y con un humor sin humor, carcajada seca, una estupidez tras otra, un despropósito que sigue al siguiente y el deseo, pasado el ecuador, de que acabe la película y pase cuanto antes ese ladrillo.

A mí me gusta ver en el cine algo como mínimo decente, alguna obra digna, un poco de algo. Pero no, esta película es mala de solemnidad y con tanto cambio de espíritus en cuerpos virados, teníamos el doble trabajo para no perecer definitivamente, estar muy atentos para saber quiénes eran unas y otras. Sinceramente, se podían haber ahorrado el esfuerzo y el gasto.

Revista Encadenados

 

PONTE EN MI LUGAR (2003). Basada en la novela de Mary Rodgers y remake del clásico de 1976, esta comedia familiar narra el intercambio de cuerpos entre Tess Coleman, una madre psicóloga (Jamie Lee Curtis), y su hija adolescente Anna (Lindsay Lohan), tras comer unas galletas chinas de la fortuna. El conflicto generacional se convierte en una oportunidad para la empatía y el entendimiento mutuo.

En el reparto destacan la Lee Curtis con una actuación sobresaliente, con una expresividad cómica que le valió una nominación al Globo de Oro. Estupenda capacidad para encarnar a una adolescente atrapada en el cuerpo de una adulta. Lindsay Lohan, en uno de los papeles más sólidos de su etapa juvenil, demuestra carisma y versatilidad, alejándose del estereotipo adolescente.

Mark Waters logra equilibrar el humor físico con momentos de ternura. Aunque la premisa del “body swap” está muy explotada, el guion de Heather Hach y Leslie Dixon evita caer en lo predecible gracias a un ritmo ágil y una estructura narrativa bien definida. La película se apoya en diálogos efectivos y situaciones con cierta gracia.

La estética pop de los 2000 y una banda sonora con tintes punk-rock juvenil refuerzan el tono ligero y accesible del filme. El diseño de producción y el vestuario contribuyen a delinear las diferencias generacionales entre madre e hija.

Más allá de la comedia, la película aborda con sensibilidad temas como la incomunicación familiar, la presión social en la adolescencia y el valor de la empatía. Aunque no profundiza en exceso, logra transmitir un mensaje positivo sin caer en la moralina.

En fin, comedia con actuaciones memorables y una ejecución técnica competente. Si bien no revoluciona el género, se distingue por su encanto, su ritmo narrativo y su capacidad para conectar con públicos de distintas edades.