Hace años que no vivimos una tarde de toros. Muchos años, más de los que quiero recordar. Y, aun así, aquellos domingos de Feria —digan lo que digan— eran días en los que muchos descansaban los vasos para ir a la fiesta.
Mucho se ha dicho de aquellas tardes taurinas, culpando, cómo no, más a la afición que al desmedido amor al dinero de algunos, deseosos de hacer caja más que de ofrecer un espectáculo. Desconozco si era rentable o no, pero lo cierto es que muchos venían desde ciudades cercanas si la corrida merecía la pena.
Los de aquí se dividían en tres grupos: los invitados, los aficionados, y los que no querían alejarse de la barra de su caseta. Aun así, era un espectáculo ver la plaza casi llena, en un ambiente que olía a fino y albero.
Dudo que vuelva esa tradición. La distancia entre la plaza y el recinto ferial no juega a favor de seguir vinculando la Feria con una buena tarde de toros. Y, aunque las comparaciones son odiosas, Jerez cuenta con un coso relativamente cercano a su feria. Allí es más fácil dejar el catavino con un “hasta luego” y marchar hacia el coso. Luego, tras la corrida, se vuelve a la feria y uno se confunde con el ambiente relajado, comentando lo vivido.
Aquí, el parón se nota. La distancia no ayuda. Y, aun así, ¿cuántos no echan de menos salir de la Feria por unas horas para vivir… esa tarde de toros?
No sabemos qué nos depararán los tiempos, pero entre las campañas de desprestigio, el ruido de quienes no respetan las aficiones ajenas y el afán de llenar plazas sin pensar en la verdadera afición, el panorama no pinta bien.
Tendremos que conformarnos con el recuerdo de otros tiempos. Tendremos que seguir amarrados a la Feria en la tarde del domingo —aunque el sábado tampoco era mala opción—. Y, sobre todo, tendremos que seguir preguntándonos por qué, finalmente, se acabó la fiesta.
De momento, sigamos disfrutando lo que tenemos: una Feria donde, por unos días, olvidamos todo y vivimos un poco más relajados.
Buena Feria.