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El actor Jason Statham es un actor de limitada expresividad, pero cuya mirada y presencia llenan pantalla. Facciones duras, gran físico, voz rasposa y una calvicie que a sus personajes les cae como anillo al dedo, para un clásico de los hombres rudos del cine.

Los personajes que interpreta son ya tan inconfundibles como lo fueron los de otros actores consagrados del género: Bruce Willis o Sylvester Stallone, por mencionar algunos.

Hoy me refiero a este señor tan duro, aprovechando su último estreno: A working man (2025), de D. Ayer; y otra anterior, igualmente representativa: Redención (2013), de S. Knight

A WORKING MAN (2025). Levon Cade (Statham) ha decidido dejar atrás su vida turbulenta para ser un ciudadano "honrado" y trabajar en una actividad común y física como es la construcción. Quiere vivir una vida sencilla y ser un buen padre para su hija.

Pero hete aquí que Jenny, la hija adolescente de su jefe, prácticamente su segunda familia, desaparece. Levon le prometió a la chica que cuidaría de ella y se ve en la obligación personal y moral de emplear de nuevo las habilidades que le convirtieron en una figura legendaria en el oscuro mundo de las operaciones encubiertas del ejército.

La búsqueda de esta joven universitaria le lleva al centro de una funesta red criminal, lo cual desencadena una auténtica reacción en cadena que le amenaza a él, a su hija y al abuelo, que es quien la cuida desde que la madre falleció.

La película, muy bien llevada por David Ayer, con un estilo visual oscuro y crudo, lleva en volandas la atmósfera de tensión y peligro, con momentos memorables de lucha y emoción, aunque no escape a los clichés del género.

El filme plantea una discusión interesante sobre la justicia, la venganza y el sacrificio personal, a la vez que ofrece una dosis intensa de escenas de combate brutales en las cuales Statham reparte estopa a tutiplén, saliendo indemne de golpes, armas blancas, balaceras o bombas. Son escenas impecablemente coreografiadas.

Statham y Ayer parecen tener buena relación. Ambos han concluido esta colaboración con una buena película del género, con un Statham en solitario. Un derroche de fuerza, agilidad, diálogos punzantes como dagas, puños de acero y un rescate con enorme fuerza visual.

Vuelve como escritor un Sylvester Stallone que es, junto con Ayer, el autor del guion (novela Levon's Trade, de Chuk Dixon). Un libreto que construye un perfil Levon-Stathan como hombre buena persona, un líder en su cuadrilla de trabajadores, que es querido por todos, no se le conocen mujeres ni otros vicios, una especie de fraile seglar que hace el bien, que defiende a los chicos de los abusones y que está presto a sonreír o ayudar a una anciana a cruzar la calle.

Statham hace un trabajo sólido y enérgico, interpretando a un personaje que combina la dureza física con momentos de vulnerabilidad emocional. Su química con los demás actores del reparto, aunque limitada, es convincente en las escenas clave.

El personaje cumple una cláusula de Statham, que no acepta recibir golpes en la pantalla, o sea, que es un héroe que siempre sale incólume, que reparte leches por doquier, pero no recibe ni media colleja.

Es una fórmula que deviene fuerza de la naturaleza, que cuando se desata, provoca una explosión o un incendio difícil de apagar. Recuerda a los “justicieros” de hace décadas, tal Charles Bronson.

Comienza la película en forma lenta, pero prosigue su andadura a ritmo constante y va aumentando la acción hasta tal punto que, para el clímax, la escala sube a límites sorprendentes, con un Statham eliminando a docenas de sicarios de los muy malos.

Además, los malos de Ayer-Stallone vuelven a ser tan malvados y detestables que el espectador no siente mucha culpa, al revés, el director aumenta la sed de sangre del público contra mafiosos rusos que trafican con muchachas adolescentes, algo que socialmente repugna.

Aunque no hay un villano central, la película funciona pues siempre que eliminan a un malvado, que creemos es el principal, aparece otro aún peor. La carnicería es espectacular con un apogeo como punto culminante, con un arma de fuego bestial para la ocasión.

Hay un reparto de secundarios como David Harbour, un hombrón que causa impresión como el ex sargento de artillería, quien ahora es ciego, pero es confidente y armero de facto de Levon. Muy bien Jason Flemyng, que aparece como uno de los primeros villanos que, dada la fórmula, no dura mucho.

Arianna Rivas es la víctima del secuestro, una joven más audaz de lo esperado. Y Michael Peña, como el compañero inesperado de Cade, su jefe en la constructora y padre de la joven, aporta momentos de alivio cómico, también dramático, que equilibran la intensidad de la trama.

Buena fotografía de Shawn White, una música que acompaña muy bien de Jared Michael Fry y un diseño de producción impresionante. Los aficionados al cine de acción disfrutarán de lo lindo.

Más extenso en revista ENCADENADOS.

 

REDENCIÓN (2013). Cuenta una etapa en la vida de Joey Jones (Statham), un ex combatiente de las Fuerzas Especiales en Afganistán. Una vez en el Reino Unido, Joey se ha convertido en un alcohólico vagabundo que vive con angustia su pasado de soldado violento.

Atormentado por su trágica historia y cansado de las injusticias que vive a su alrededor y en propia carne, decide convertirse en una especie de “ángel vengador”. A la vez, ayuda e incluso se enamora de una monja que ayuda a los pobres y menesterosos, ella también con una vida un tanto turbia.

Steven Knight dirige con buen oficio su ópera prima con guion propio, que peca de excesivo oscurantismo. Libreto con frases lapidarias que dan para pensar lo justito (“Tú tienes un cuchillo y yo tengo una cuchara”).

Hay de todo: soldado que perdió el control matando indiscriminadamente en un país árabe, monja que a los diez años asesinó a su violador y profesor de gimnasia, así como otros capítulos que salen en la peli y que abordan la prostitución, la trata de blancas, la mafia china, el gansterismo, etc. Un exceso de fondo para este filme mitad thriller, cuarto y mitad de mafias y polis, y el resto de romance.

No hay que olvidar la escogida visión del Londres contemporáneo del veterano director de fotografía Chris Menges. La música de Dario Marianelli es bastante buena.

En el reparto sobresale Jason Statham quien con su hierático y duro rostro forma ya parte de ese tipo de actores limitados pero que sintonizan con la cámara. Pues Statham ha creado “el género Statham”.

Está más que correcta en su papel de monja la actriz polaca Agata Buzek. Y en plan coro actoral tenemos entre otros a Benedict Wong, Siohan Hewlett o Jason Wong. Todo ello en el interesante escenario de un Londres dickensiano.

La sustancia principal de la historia es el intento de “redención” (exoneración, libertad) que titula el filme. No sólo Joey sino también la monja, parecen querer redimir sus culpas o lo que en el psicoanálisis se conoce como “reparación”. O sea, cuando se hace algo mal la tendencia humana es a “reparar” el daño causado. Y es que ambos protagonistas se han pasado de la raya cometiendo crímenes y otros. Entonces, hay este fenómeno típico: culpa-reparación-redención.

Desde la perspectiva psicoanalítica de Melanie Klein, en su obra “Amor, culpa y reparación” ya afirmó que la tendencia reparatoria debe ser considerada como consecuencia del sentimiento de culpa.

Y efectivamente, vemos en el filme el tormento de Joey por su anterior vida y la culpa de la monja por ídem. Además, dada la relación sexual del personaje con la monja, cabe indicar aquí que, en un individuo, el acto sexual ayuda a dominar la ansiedad y esa actividad genital tiene otro motivo impulsor, que es el deseo de reparar por la copulación el daño que ha cometido. Lo cual que en la historia encaja también como anillo al dedo.

Para quienes se declaren admiradores de Statham (se denomina clínicamente “stathamitis”) lo tienen bien, pues es más de lo mismo, y es que Statham es un duro, como lo fueron en su momento Jean Claude Van Damme, Bruce Willis, Chuck Norris, Steven Segal, Mickey Rourke o Arnold Schwarzenegger.