Hace escasos años, El Puerto fue rebautizado por algunos parapollas ilustrados como El Muerto de Santa María. Hoy, los mismos lo llaman la ciudad de los mil payasos, y eso me trae a la memoria una viejuna película de aquellos años oscuros, cuando la libertad de expresión no existía para que, según decían, tuviéramos libertad. Eran tiempos en los que los fusilamientos con balas de algodón inundaban las calles y los guantazos de la autoridad se llamaban galletas.

Aquella película, de cuyo nombre no puedo acordarme, era del mismo color con el que algunos aún recuerdan esa época: en blanco y negro. En ella, el circo llega a un pequeño pueblo y, con él, un joven que siempre va acompañado del monito del payaso, al que ha tomado cariño. Allí se enamora de la hija del farmacéutico y, en los escasos días que el circo permanece en el pueblo, ella también se enamora de él. El padre, viudo, consiente la relación, viendo las cualidades del que dice ser el contable. El joven, cada día más enamorado, le promete que, cuando el circo se marche, él se quedará para casarse con ella.

En la última función, como no podía ser de otra manera, los defensores de la libertad y la integridad preparan su golpe. Han pasado menos de diez años desde la guerra, que, por supuesto, perdieron los que se quedaron. Con el circo a rebosar, cierran las lonas y le prenden fuego.

En esos momentos, el payaso, acompañado de su monito, realiza su actuación, ante la mirada del farmacéutico y su preciosa hija, invitados por el galán, quien se unirá cuando cierre caja. Pero los gritos no tardan en aparecer. Todo es un caos. El payaso, que parece haber nacido solo para hacer reír, arriesga su vida cortando las cuerdas de la entrada. Todos comienzan a salir. Primero el farmacéutico, por su edad. Luego su hija… por amor. Pero él se queda, sacando a más gente, sosteniendo la pesada lona para que puedan escapar. Hasta que la lona y el fuego caen sobre él.

Al día siguiente, tras el entierro del payaso, el circo realiza su última función. Luego se marcha, para siempre. Ella, con el corazón roto, ve cómo los últimos carromatos se alejan. Llorando, al comprender que ha sido engañada, vuelve desconsolada. En ese momento, su padre la abraza, mientras observa al monito apoyado en el alfeizar de la ventana, y le pregunta, con ternura:

—¿Aún no te has dado cuenta de quién era tu amado?

Aquella película me hizo llorar, y jamás la olvidaré. Me enseñó que un payaso hace mucho más que payasadas, y que, normalmente, son mucho más completos que muchos de nosotros.

El Circo de Santa María, la ciudad de los mil payasos… Sí, algo mucho más bello, noble y alegre que una ciudad de muertos y cobardes.