Hace escasos días, se inauguraba una exposición en la casa de hermandad de la Muy Antigua y Real Hermandad del Rocío del Gran Puerto de Santa María, pues tal es su nombre. Me alegró, y acudí a visitarla, y allí me reencontré con muchos de los que influyeron en mi infancia, siempre vinculada esta Hermandad.
Como es natural, faltaban muchos, y estando todos los que tenían que estar, hubieran necesitado un estadio de futbol para poder exponer fotos de tantos y tantos que se vincularon a ella.
Este tipo de iniciativas de seguro que encontraran detractores, personas críticas, y, sin embargo, realmente, son iniciativas, sobre todo, sanas, que ayudan a comprender a las nuevas generaciones de donde vienen, de donde sale lo que les rodea.
En aquellos, no tan lejanos años, la Hermandad del Rocío del Puerto llenó el espacio de una ciudad que apenas tenía conocimiento de aquella Romería, trajo un toque exótico a este Puerto Costero de Sol y sal.
Aún recuerdo aquellos primeros años, guardando grato recuerdo de Jose “el pitero”, que días previos a la salida de la Hermandad hacia la Aldea Almonteña, recorría las calles del centro con los sones del “alba”, nos podemos imaginar a la hora en que lo hacía, y los comentarios de algunos Porteños, a los que, evidentemente no les hacía gracia. Gracias a Dios no existía ni Facebook ni redes, por lo que los comentarios no pasaron jamás del entorno de la Plaza ni de la barra de los bares, gracias a lo cual, hoy, quienes lo recuerdan soltarán una sonrisa y no analizarán la situación.
Esas fotos me devolvieron a esos años en los que no había carreta, y por el camino solo el Pendón tenía protagonismo, eran tiempos de caballistas anónimos, pero de los cuales me acuerdo.
Eran tiempos de una enorme caja de madera, que algunos años dormía en mi casa, y en la que descansaba el Simpecado, hasta llevarlo a la Victoria, o donde tocara, para meterlo en el autobús camino del Rocio.
Eran tiempos, otros tiempos, tan buenos como los actuales, criticados, como siempre, felices, como siempre, y llenos de recuerdos, que, gracias a exposiciones como estas, no se perderán jamás. Gracias por este bonito recuerdo, que espero se repita, porque, nos guste o no, esas Marismas Azules, a cada momento se llenan de alegría recibiendo con sones de gaita y tambor a alguno de nosotros… pues… la única verdad indiscutible es que algún día nos encontraremos con ellos. Besos a esas Marismas y su gente.