El mes de enero comienza a diluirse, un mes tan grande al comenzar como soso al marcharse, un mes en donde se mezclan fiesta y cuesta, casi en la misma proporción. Siempre fue así, y tras su partida, febrero, un mes que para Cádiz es de los más importantes, para El Puerto, el mes corto y aburrido, y aunque la ciudad siempre ha tenido gente enamorada del Carnaval de Cádiz; y  lo cierto y verdad es que nunca se vivió, se sintió ni se disfrutó, hasta la llegada de Gómez Ojeda.

Nunca olvidaré aquel primer Carnaval in situ, aquí en El Puerto, era el año 1982. El Puerto participaba en el Falla desde casi los últimos años de la década de los cincuenta, y con nombre propio,  el Chusco, Rincón, Lobato, Tello, Rodríguez García, Caraballo, Soto, Arniz, Pedrito… y muchos más, pero hasta que llego él, y como alcalde, no impulso en la ciudad una fiesta que aquí, para la inmensa mayoría, era cosa de la gente de Cádiz. Tendría 14 años, calle Aurora, o Micaela Aramburo, o a caballo entre las dos, y allí vi aquella primera cabalgata de Carnaval del Puerto.

Los siguientes años fueron buenos, incluso llegamos a tener concurso propio, tablados en varios puntos, y como norma general, actuaciones de chirigotas consolidadas… aún recuerdo a Los Príncipes Encantados en la Plaza de la Herrería ya entrados en los 90, a donde fuimos mas por el camión repartiendo manzanilla que por escuchar una chirigota.

Mi generación se aficionó a las ilegales, y no pocas salían a la calle. Las comparaciones son odiosas, y no voy a decir que éramos una pequeña Cádiz, pero creo que, en la provincia, solo El Puerto y Cádiz, celebraban un carnaval, el de ellos grandioso, el nuestro… digno, y en el que se volcaba toda una ciudad. Poco a poco nos vamos diluyendo, los recuerdos se van volviendo eso, recuerdos, nostálgicos y orgullosos, los más grandes.

Volvemos a esos primeros años de mediados del siglo pasado, a vivir el Carnaval de Cádiz, siendo la meta llegar al Falla, normal, aquí no hay concurso, entre otras cosas porque pocos acudían. Las ilegales, algunas, siguen siendo fieles a su Puerto, pero no desdeñan ir a lucirse por las calles llenas de público del Falla. Gómez Ojeda lo resucitó, lo mimó, lo alentó… lo apoyó y, sobre todo, lo vivió, desde una batea.

Hoy ya no se que quedará, no sé cómo se vivirá, y aún así, estoy convencido de que sigue existiendo enamorados de unas fiestas a las que no ubican más que en su corazón, cantándoles a todas las orillas de la bahía, allí donde sean acogidos y mimados, solo espero que algo que se recuperó, siga con nosotros.