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A mediados del pasado siglo, gente proveniente de zonas rurales de Andalucía y Extremadura partieron de sus pueblos y campos para buscar trabajo y mejora en su miserable situación. Mayormente estos pobladores del sur buscaron trabajo en Cataluña.

Las películas de hoy tratan esta realidad que tal vez muchos jóvenes ignoren. Títulos como el estreno: El 47 (2024), de M. Barrena; o la excelente, La piel quemada (1967), de JM Forn.

EL 47 (2024). Nueva película de Marcel Barrena, una película testimonial, digna y auténtica, brillante por momentos, emotiva, una obra que vierte en la pantalla la historia de los pueblos del sur y oeste español, andaluces y extremeños, los más pobres del país, que en los años 50 y 60 tuvieron que migrar a Cataluña en busca de una mejor vida.

Un cine social que sitúa a los trabajadores en el centro de su atención, el trabajo de Barrena nos ofrece la historia de un barrio muy humilde de Barcelona, Torre Barró, a través de la vida de uno de sus habitantes, Manolo Vital, un hombre nacido en un pueblo de Cáceres, que llegó a la ciudad mediterránea a finales de los 50. Con la ayuda de otros hombres y mujeres procedentes de Extremadura y Andalucía, levantaron con sus propias manos las primeras chabolas de un barrio alto y marginal de Barcelona.

Gran interpretación de Eduard Fernández como Vital, ejemplo de los españoles que emigraron desde las zonas rurales a las ciudades y polos industriales en busca de mejor destino. Gentes que se situaron en los extrarradios, siendo a menudo olvidados por las autoridades políticas, tanto de la dictadura como en la Transición democrática.

Este filme de Barrena es muy bueno para conocer las penurias que pasaron muchas de aquellas personas que lo dejaron todo atrás para levantar sus casas en las afueras de Barcelona, en la sierra de Collserola.

Con excelencia cinematográfica, el director presenta al personaje Vital, integrado en las luchas colectivas para construir un barrio que diese cobijo a tantas familias, muchas de ellas descendientes de los republicanos que perdieron la Guerra Civil; pero, ante todo, pobres de solemnidad.

Hacia la mitad la peli decae un poco, si bien las escenas de Vital con su mujer, Carmen, una estupenda Clara Segura, y su hija, muy bien interpretada por Zoe Bonafonte, ayudan a comprender los sinsabores del protagonista.

Familiares y vecinos del barrio, desesperanzados con el futuro. Están mal los jóvenes, las mujeres, muchas de las cuales son analfabetas, sin alcantarillado, sanidad y sin transporte público, lo cual simboliza Vital, conductor de autobuses urbanos en Barcelona.

En la Transición, 1978, el transporte urbano barcelonés se moviliza. Vital, en el marco de las reivindicaciones de los trabajadores, se lanza a intentar solucionar, sobre todo que el tal transporte llegue a Torre Baró.

En la parte final, Vital cumple un sueño anhelado por todas las familias del barrio, secuestra el Bus de la línea 47, en la que labora hace dos décadas, y lo sube por cuestas impensables hasta el centro del barrio donde esperan los vecinos con vítores y aplausos. Acompañan a nuestro protagonista su hija y otros barceloneses, entre los que se halla un joven abogado, Pasqual Maragall.

Una acción rebelde y justa que muestra el hartazgo de un hombre que había buscado sin éxito la comprensión de los políticos democráticos de finales de los ‘70. Es la indignación lo que lo lleva a conducir el autobús desde Plaza de Cataluña hasta Torre Baró. Este gesto contestatario pone las bases para que los autobuses de Barcelona llegasen al extrarradio barcelonés.

 

LA PIEL QUEMADA (1967). Gran obra de carácter neorrealista, con un tono cuasi documental, que narra la miseria y la pobreza del sur andaluz que vio, en aquellos plomizos años cincuenta y sesenta, una opción de prosperidad en el mediterráneo catalán, donde la construcción y el turismo ofrecían una posibilidad de bienestar y libertad, no sin cierta carga ilusoria.

Estamos ante una joya de nuestro cine, cine valiente, narrando acontecimientos que sucedieron a nuestros padres o abuelos; película que ha aguantado bien el paso de los años y que merece ser visionada décadas después.

El título “la piel quemada”, tiene sentido como contraste entre la piel bronceada al sol de los turistas en la playa, y la piel tostada fruto de la solanera por el trabajo en la construcción de los albañiles andaluces.

Se cuenta la historia de un granadino, accitano para más señas, José (Iranzo), que habiendo dejado atrás su pueblo se ha instalado en la turística localidad de Lloret de Mar (Girona), donde trabaja en el pujante mundo de la construcción.

Pero José espera la llegada de su familia, de su esposa Juana (May), sus dos hijos y su hermano. Y este viaje desde Guadix (Granada) a Lloret de Mar de la esposa, hijos y hermano de José, marca el ritmo y el desenlace de la película.

Juana y compañía se ven obligados a hacer un viaje que hoy resultaría impensable, combinando autobuses destartalados con trenes de vapor en asientos de cuarta, pasando hambre, en conversaciones triviales con otros pasajero y plan calamitoso.

Mientras eso ocurre de manera dura y dramática, a José le toca festejar su “última noche de soltería” con amigos y con las primeras turistas extranjeras que hacía buena la leyenda de la facilidad del sexo foráneo en aquella época. José, en su aventura con una turista belga, descubre un mundo para él insospechado.

Tiene esta cinta un sentido estético admirable, con una fuerza visual difícil de encontrar en el cine, cada fotograma constituye una estampa de belleza digna de ser analizada, amén de un mensaje social importante.

El barcelonés Josep Maria Forn hace una obra testimonial valerosa y clara que refleja lo que sucedió, una realidad de ochenta años atrás: el flujo migratorio andaluz a tierras catalanas. Para mí es la mejor película de Forn. El desarraigo, la pobreza de una Andalucía olvidada por el régimen de Franco y obligada a abandonar sus pueblos para ganarse el sustento.

Tiene un guion del propio Forn que atrapa a pesar de alguna falla técnica. Tiene aspectos destacables como el uso del flashback para rememorar los motivos de la marcha de Juan desde Granada, y otros a los que ahora me refiero.

El filme es un grito contra la pobreza, el desarraigo y la supervivencia. También destaca el retrato de los habitantes de Lloret hacia los andaluces o “charnegos”, sus reticencias e indirectas hacia ellos, los recién llegados y nuevos vecinos. Hay comentarios como el que se expresa al final de la película: “mira son como caracoles, vienen con toda la casa a cuestas”.

Estupenda la música de Federico Martínez Tudó y muy apropiada la fotografía en blanco y negro de Ricardo Albiñana.

No tiene la película actores de relumbrón, pero el reparto cumple su cometido de manera excelente Antonio Iranzo en el rol de esposo, albañil, al que se la ha abierto un mundo inopinado ante sus ojos; Iranzo, espléndido en un personaje entrañable y lleno de matices que oscila entre la ingenuidad y la intuición (1967 el Premio Fotogramas de Plata al mejor actor de cine español); Marta May está muy bien como sufridora y resignada esposa que tira de sus hijos y cuñado, desde las cuevas de Guadix, para encontrarse con José. Y acompañan muy bien Silvia Solar, Luis Valero, Ángel Lombarte o Castillo Escalona.

Destaco dos secuencias, equivalentes. La del capataz en el pueblo de Purullena de Granada, que elige, mal paga y maltrata a sus trabajadores. Y en Lloret, al pagador que también explota y paga un misérrimo salario de sangre y sudor. Los explotadores están siempre en el mismo lugar, en el de los canallas, nos viene a decir Forn, sea en Granada o en Cataluña. Además, este estereotipo se repite hoy cuando reparamos en la inmigración latinoamericana, magrebí o de los países del este europeo, que sufren en sus carnes similar trato.

En unas declaraciones en prensa, Forn dice, que, aunque el capataz como el pagador catalán son tremendos, sin embargo, los andaluces o los extremeños llegaban a Cataluña porque cobraban unos salarios que les permitían malvivir, mientras que en sus lugares de origen se morían de hambre.

Esto queda claro en la película cuando, después de la bronca en la taberna, Antonio Iranzo se queja de su precaria situación diciendo: “pero yo prefiero a estos señoritos —los catalanes— que por lo menos trabajan, a los de mi tierra, muy finos y dicharacheros, que no dan golpe y cuando te ven muriéndote de hambre te dicen: con Dios hermano”.

Hay también diálogos premonitorios y que hoy son una realidad, como cuando un camarero advierte a los señores a los cuales sirve las bebidas: "Y los hijos de estos –andaluces- serán más catalanistas que yo". Lo cual que cualquiera puede comprobar hoy. En las filas de algunos grupos políticos independentistas catalanes, hay hijos de padres de Jaén o Granada que están más a favor que nadie de la independencia catalana.

Película que afronta el tema del catalanismo de forma convincente, sin tomar partido. No vendría mal fomentar la proyección de esta película entre diferentes sectores de la sociedad española, para mostrar una realidad que es la que es, sin falseamientos históricos ni filosóficos. Hacerlo sin demagogia, como hace Forns.

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