La hipocresía se adueña de casi todo, llega al grado de no estar ni siquiera mal vista. Para unos las críticas resbalan sobre sus hombros, y siguen su camino, ajenos a insultos y demandas de cualquier cosa, como sin con ellos no fuera. Cambiamos de opinión como de camisa, y juzgamos los actos conforme el color que más nos guste.

El criterio propio deja paso a la vida política, convirtiendo a la mayoría de los ciudadanos en meros loros de la consigna impuesta. Si cambia el viento, se cambia el mensaje, sin importar la coherencia con lo dicho anteriormente, y la dialéctica, el debate, la lucidez, se pierde y da paso a las salidas fáciles de tono, convirtiendo la defensa en patético ataque cual pollo sin cabeza.

A pesar de ello, lo que está bien, está bien, y lo que está mal, está mal, algo que se conoce como derecho natural, que conforma nuestro entendimiento, haciéndonos sabedores de lo que podemos y no podemos hacer, no de lo que se nos dice que podemos o no podemos hacer. 

La escasa formación de cada generación ha ido creando esos monstruos sociales e hipócritas para los que todo es relativo, y sin embargo, cuando hablo con gente más joven, con aquellos que debieran ser mas influenciables, me doy cuenta de que, en algunos casos, tienen mucha mayor formación moral, mejor capacidad de raciocinio que las generaciones que les preceden.

La gente joven se ha cansado de una enseñanza viciada, no leen lo que debieran, pero usan las nuevas tecnologías para satisfacer su curiosidad, para conocer de primer mano lo que les interesa, y, no dejándose arrastrar por consignas, se hacen preguntas, no tienen miedo, ante la nueva e hipócrita vida del pecado actual, que ahora se llama, ley, protección y falsa moral, te miran y sonríen, y no se explican por qué una mujer o una chica se va con un tío, se mete en una habitación de una casa que no suya y a la que invitó a su amigo, se va con él a su domicilio, aunque su hija tenga fiebre, y luego se marcha dejándolo compuesto y sin novia, para al cabo de tres años denunciar que desde que se montó en el coche sufrió acoso.

Está claro que la gente joven, de la que depende nuestro futuro, tiene más luces de las que pensamos, son más inteligentes y, sobre todo, menos hipócritas que la generación que supuestamente tiene la obligación de gestionar nuestra moral y nuestro vida.