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Aurora Rodríguez fue una mujer que tuvo a su hija Hildegart, fruto de una relación con un sacerdote, a cambio de que nunca reclamara derechos de paternidad. Luego proyectó sobre la niña un experimento que quiso llevar hasta el final: hacer de Hildegart una mujer brillante intelectualmente (en alemán Hildegart, significa «jardín de sabiduría»).

Cuando Hildegart se hizo mayorcita, intentó emanciparse y «destruir la obra», su madre decide tomar medidas definitivas. Esta historia acaeció en 1933 y cayó en el olvido tras la guerra y durante el franquismo. En 1973, el escritor y periodista Eduardo de Guzmán publicó su obra Aurora de sangre. Vida y muerte de Hildegart, donde recuperaba este caso.

Eduardo de Guzmán sabía de los hechos en primera persona, pues había tratado a madre e hija, y además había cubierto los acontecimientos en ese año de 1933 cuando era redactor jefe del diario La Tierra de Madrid. En su obra, Guzmán nos desvela las relaciones de dominación y de autoridad, y la persistente lucha de la hija por ser libre.

Aurora Rodríguez, la madre, había sido testigo desde su infancia de violentas desavenencias matrimoniales y la ignominiosa esclavitud de las mujeres a los hombres. Fue esta experiencia la que llevó a pergeñar el plan loco de engendrar una hija que guiaría a España a un nuevo orden social, a la emancipación femenina y al socialismo.

Educada por su madre en una España analfabeta, Hildegart estudió idiomas, era diplomada en inglés, francés y alemán; se licenció en Filosofía y Letras, así como en Derecho, y cuando murió estaba estudiando Medicina. Escritora, ensayista y socialista, partido en el que ingresó a los 16 años.

Documental sobre Hildegart.

El juez Pérez Mariño, recordando los hechos afirmó que: «Aurora tenía miedo de que su hija se escapase de su control y desarrolló comportamientos paranoicos, llegando a creer que una conspiración internacional quería secuestrar a Hildegart. En tal tesitura pensó que era mejor destruir su obra, antes de perderla o que esta se apartase de ella».

El plan de Aurora no salió como tenía previsto. Cuando Hildegart se hizo mayorcita, demandó más independencia y sobre todo cometió el enorme pecado de enamorarse.

Aurora no pudo tolerar este desliz y una mañana estival, temprano, en la cabecera de la cama de Hildegart, le disparó por cuatro tiros mortales. El crimen se produjo el 9 de junio de 1933. La joven contaba 18 años.

En 1987, el conocido psiquiatra y ensayista asturiano Guillermo Rendueles, descubre en el psiquiátrico de Ciempozuelos el manuscrito que reconstruye la historia clínica de Aurora Rodríguez. Por él se sabe que Aurora vivió encerrada, olvidada por todos veinte años más, ya que se la dio como desaparecida al estallar la guerra en 1936.

LA VIRGEN ROJA (2024). Estamos a principios del pasado siglo cuando una mujer gallega, Aurora Rodríguez, una «loca lúcida» ideó el plan de concebir una hija y modelarla según sus ideas, en lo que ella llamaría una «escultura de carne».

En 1913 nace Hildegart, una niña cuyo destino era convertirse en la mujer del futuro. A fuerza de una férrea disciplina y el aprendizaje de materias diversas, habría de convertirse en una mente brillante, con ideas y concepciones avanzadas sobre sexualidad femenina y enfoques políticos de izquierdas.

En la adolescencia, madre e hija frecuentan la sede del Partido Socialista, tras el derrocamiento de la monarquía y el advenimiento de la Republica. Con 18 años Hildegart da sus primeras conferencias feministas ante aquellos hombres que no acababan de entenderla bien.

En esas reuniones comienza a experimentar una libertad que no había podido disfrutar hasta entonces. Allí conoce a Abel Vilella, un joven socialista del cual se enamora. Abel le ayuda a explorar un nuevo mundo emocional desconocido para la chica.

Es el punto en que Aurora entra en pánico ante la posibilidad de perder el control sobre su hija. Hará lo imposible por impedir que Hildegart se aleje de su tutela y de la planificación que ha diseñado para ella y para su vida.

Paula Ortiz, con una dirección nerviosa y atenta a cuánto va sucediendo en la historia, no sólo ha alumbrado una cinta más que recomendable, sino que sabido reflotar de nuevo la muy desconocida y olvidada historia de Aurora Rodríguez y su hija Hildegart.

En esta versión, la Ortiz pone la cámara cerca de la hija, de la madre, de las causas y de los efectos, del contexto cerrado del hogar donde se fue fraguando la niña prodigiosa y, paralelamente, la tragedia y el desastre con que se cerró este capítulo.

Con un estupendo guion de Eduard Sola y Clara Roquet, la película deviene relato fascinante y a la vez sombrío y fatal, pero también sugestivo, que atrapa. Una madre demente que deshumaniza a su hija hasta convertirla en un artilugio al servicio de su delirio.

El reparto constituye una base más que sólida del filme con una sensacional Najwa Nimri, que no escatima fuerza, intensidad y verismo en el rol de la Sra. Rodríguez, un trabajo apabullante. Junto a ella una asombrosa Alba Planas tiñe de autenticidad su encarnación de una Hildegart entregada a la causa y posterior enfrentamiento ante su arrebatada madre.

Impresionante la actriz Aixa Villagrán como el ama de llaves que quiere salvar a Hildegart. Muy bien Patrick Criado como el joven que enamora a la muchacha y le enseña el camino hacia la libertad y la frescura.

 

Aurora empieza a observar que la estatua en que ha convertido a su hija se resquebraja, lo cual va apareciendo en imágenes de una alegórica estatua de mármol en pantalla, agrietándose cada vez que Hildegart toma sus propias decisiones y desafía la autoridad de la matriarca.

El poderío visual y cromático, el ambiente entre lóbrego e inquietante, y la atmósfera toda, están muy bien envueltas por la fotografía de Pedro J. Márquez y la música, notas sugerentes de Guille Galván y Juanma Latorre.

Destaco una de las escenas mejores del último cine español: el entierro de Hildegart en la calle Alcalá. La niña yacente vestida de blanco con un disparo en la frente, la comitiva silenciosa, la gente medio aturdida, la expectación por tan luctuoso suceso.

Película terrible, por momentos incómoda, centrada en ese tour de force entre madre e hija, con una atmósfera asfixiante y la protagonista Hildegart apresada en un mundo claustrofóbico.

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MI HIJA HILDEGART (1977). La película dirigida de forma muy profesional por Fernando Fernán Gómez y escrita por este junto a Rafael Azcona, trata el mismo asombroso episodio. La obra está basada sobre todo en la obra de Guzmán, de la que hablé al principio.

La cinta, que habría podido ser una obra maestra de nuestro cine patrio, quedó en una obra excesivamente sobria. Goza, empero, de un libreto bueno que narra con verosimilitud tan peregrino relato y acontecimientos. Meritoria música del afamado cantautor Luis Eduardo Aute.

Uno de los platos fuertes de esta película está en el reparto, brillando con luz propia Amparo Soler Leal en el papel de Aurora, rol que interpreta de manera brillante: madre racionalista que deviene irracional y loca. Y acompañan Carmen Roldán y un joven Manuel Galiana.

Es un filme de tono documental y con una impronta teatral. La historia, ya de por sí interesante, unida a la brillantez interpretativa de la Soler Leal, convierte la película en un documento en toda regla.

La historia de aquella joven intelectual que a principios de del siglo pasado y en España fuera pionera en sexología, que se relacionaba con los intelectuales y científicos de su tiempo, españoles como foráneos; llegó a cartearse con el mismísimo Sigmund Freud.

Pero Fernán Gómez no se olvida de los aspectos psicológicos y más oscuros de la trama. El equivalente al mito de Pigmalión, como escultor enamorado de una estatua. En la Metamorfosis, de Ovidio, Pigmalión se dirigió a la estatua y, al tocarla, observó que estaba caliente y que se ablandaba, haciéndose más dócil y blanda. Al verlo, Pigmalión se llenó de un gozo mezclado de temor. Volvió a tocar la estatua y se cercioró de que era un cuerpo flexible y que las venas daban sus pulsaciones al explorarlas con los dedos.

Aurora proyecta su plan pigmaliónico, pero le sale mal. La vida en muchas ocasiones no concuerda con la mitología ni con los planes humanos, por bien trazados que parezcan. Aurora Rodríguez Carballeira siempre vio a su hija como «su obra». La concibió como el «mesías» que salvaría a la humanidad y, sobre todo, a las mujeres, sometidas por los hombres y una educación represiva.

Un delirio, una manera enferma de tragarse a la hija, de devorarla, de atarla, de no permitir su libertad y su albedrío. Ese es el interés de este filme, de algo que ocurrió, un demente plan maternal con final funesto.

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