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Ha habido innumerables producciones de cine y televisión que adaptaron la clásico novela de venganza y engaño del siglo XIX de Alexandre Dumas, El conde de Montecristo.

Lo hemos visto en diferentes versiones pues se han hecho veinte películas desde que el libro se llevó al cine en 1908. Hace poco se estrenó en pantalla grande una suntuosa producción francesa.

Hoy repasaré tres títulos sobre esta obra: El Conde de Montecristo (2024), de M. Delaporte y La Patellière; La venganza del Conde de Montecristo (2002), de K. Reynolds; y El Conde de Montecristo (1998) (Serie TV), de J. Dayan.

EL CONDE DE MONTECRISTO (2024). Siempre es un gusto y un sano interés ver de nuevo El Conde de Montecristo en la gran pantalla. Además, para muchos de mi generación, esta obra de Alejandro Dumas era una lectura casi obligada, allá por el tiempo de la adolescencia.

El joven Dantès (Pierre Niney), quien, por un azar del destino, es ascendido a capitán de navío, está a punto de cumplir su sueño de casarse con Mercedes, el gran amor de su vida. Pero su felicidad, buena suerte y fortuna más bien inspiran la envidia y los celos de diferentes personajes.

Traicionado por esos rivales malévolos, a la vez denunciado falsamente, es encarcelado en el Château d'If sin esperanza alguna de escapar.

En un punto conoce al Abbé Faria (Favino), un abad que intenta escapar de esta prisión y que, equivocadamente, llega con su túnel a la celda de Edmond. Un hombre docto en lenguas, ciencia y leyes. En el transcurso de catorce años de prisión, el abad lo instruye; Dantès consigue escapar y se hace con un legendario tesoro escondido en la isla de Montecristo, que Abbé, recién fallecido, le hizo conocer. O sea, escapó rico, docto y furioso.

Los directores y guionistas Alexandre de La Patellière y Matthieu Delaporte llegan al meollo de la historia, que es ver a Edmond usar sus fondos ilimitados para jugar a la vida como si fuera Dios. Se ve cuando el recién liberado Edmond entra en una iglesia y mirando a lo alto declara: "De ahora en adelante, recompensaré y castigaré".

Dantés asume identidades diversas, entre otras la de Conde de Montecristo. Y hace amistades con sus enemigos, que ahora son gente de la alta sociedad, para para ajustar cuentas con ellos.

Delaporte y La Patellière acometen esta obra literaria clásica, y lo hacen con el mismo toque hollywoodiense de los mosqueteros que rodaron con anterioridad.

El filme tiene una cualidad gloriosa de la novela de Dumas: la forma en que el tiempo acierta a estirarse con elegancia. Después de 180 minutos, se sale del cine sin fatiga, o sea, la cinta es entretenida. 

Como sabemos, nuestro personaje es acusado falsamente por tres enemigos que lo quieren ver desaparecer, cada uno, por razones de sumo egoísmo, y por la maligna envidia.

Uno de ellos es su mejor amigo Fernand de Morcerf (Bouillon), secretamente enamorado de su prometida, Mercédès (Demoustier). El otro es el antiguo capitán de barco Danglars (Mille), furioso porque Dantés, cuando salvó a la náufraga Angéle (Simphal), es ascendido a capitán y él fue despedido. Y luego está el magistrado local corrupto Villefort (Lafitte), que orquestó el plan para encubrir el hecho de que tiene una amante.

Después de tres horas y muchos puntos de la trama en juego, cuando acaba la peli no hay sensación de aturdimiento. Hay una historia de venganza divertida, con espadas y camisas abullonadas, duelos a pistola, o recepciones y convites de auténtico suspense. Un filme que ofrece muchas intrigas y maquinaciones, pero comprensible en su conjunto.

Niney es el Dantés/Conde, aunque con sus rasgos aniñados y su personalidad abstraída, no parece que fuera la mejor opción para encarnar al protagonista vengativo y melancólico de Dumas; pero es un actor sólido y eficiente, y sale airoso encarnando a un Dantés convincente.

El resto de los actores y actrices están muy bien: Pierfrancesco Favino como el Abad; sus enemigos principales y odiosos personajes con actuaciones sensacionales y buena caracterización son: Bastien Bouillon, Patrick Mille y Laurent Lafitte; la amantísima prima Mercédès, su prometida muy bella está convincentemente interpretada por Anaïs Demoustier; y hay más: Vassili Schneider, Adèle Simphal y otros.

El filme coordina con éxito los elementos de la novela de Dumas. Incluso hace todo lo posible para unir a personajes que no estaban relacionados en el texto original. Esto sucede durante la segunda mitad de la película, en París, cuando el Conde comienza a eliminar a sus enemigos.

Deslumbrante variedad de decorados y localizaciones: magníficas vistas del Mediterráneo, villas y mansiones asombrosas que el diseñador de producción Stéphane Taillasson decora según el estilo del siglo XIX.

Los vistosos fondos contribuyen a enmarcar la película en su época, desde 1815 hasta 1838, desde la Restauración hasta mediados de la Monarquía, lo cual da empaque a la obra de Dumas.

Cuando la novela se publicó por primera vez, por capítulos, fue todo un acontecimiento para el público. Y aunque esta adaptación puede ser susceptible de alguna pega, sin embargo, es una producción acertada en cuanto a conjugar el disfrute de un clásico de historias de venganza, con una arquitectura escénica y la necesaria comprensión narrativa que espera el público de una película bomba y comercial del tipo blockbuster.

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LA VENGANZA DEL CONDE DE MONTECRISTO (2002). Dirigida por Kevin Reynolds, es otra adaptación de la novela de Dumas. La historia sigue a Edmond Dantès (bien Jim Caviezel), traicionado y encarcelado injustamente, su posterior fuga milagrosa y su transformación en el rico y misterioso Montecristo listo para ejecutar su venganza.

Tiene una gran ambientación y estupendas interpretaciones de Richard Harris y Guy Pearce, mientras que se puede decir que hay falta de profundidad en la venganza y en el desarrollo de los personajes.

Aunque la película cuenta con escenarios creíbles y una correcta puesta en escena, carece de espíritu, como si los hechos fueran relatados sin que los intérpretes realmente los sintieran.

Además, la adaptación pierde el refinamiento de la venganza de Dumas, reduciéndola a un plan demasiado precipitado y con personajes que han perdido su esencia, especialmente en comparación con otras versiones, como la adaptación televisiva de 1998 que ahora comento.

No obsta para que la película sea recomendable por su dirección, guion, actuaciones, fotografía, música, montaje, planos, movimientos de cámara, vestuarios, caracterizaciones, decorados y narrativa que logran resumir bien la historia original y presentarla de manera sustanciosa.

 

EL CONDE DE MONTECRISTO (1998). Esta miniserie de televisión dirigida por Josée Dayan y protagonizada por Gérard Depardieu, es una magnífica adaptación del clásico que estamos comentando. Desde mi parecer, Depardieu es el mejor Conde de Montecristo de los que he visto en pantalla.

Así, es de destacar la interpretación de un Depardieu con gran capacidad para encarnar la complejidad del personaje y la profundidad emocional de su desagravio.

Encomiable igualmente es el ritmo y la tensión narrativa del material original, logrando capturar la esencia de la historia de Dumas y presentándola de manera que engancha al espectador desde el principio hasta el final. A pesar de su duración, la serie no da lugar al aburrimiento y mantiene el interés a lo largo de sus episodios.

Aunque podría argüir ciertas debilidades, como la presencia de demasiadas coincidencias en la trama y algunas actuaciones secundarias deficientes, a pesar de estos puntos, esta serie consigue transmitir las complejas pasiones humanas que Dumas exploró en su novela, tales como la envidia, la ambición, la ira, la venganza, la piedad, la redención, el rencor, el amor o la (in) fidelidad.

Todos estos elementos se entrelazan en una narrativa que, aunque ambientada en el siglo XIX, resuena con las experiencias y emociones humanas universales, lo que la hace muy actual. Buen guion de Didier Decoin, música de Bruno Coulais y estupenda fotografía de Willy Stassen.

La versión de esta miniserie de la novela de Dumas logra captar la atención de una audiencia amplia y diversa, ofreciendo una interpretación sólida la obra.