Las estadísticas no mienten, y desde que el siglo comenzara, han sido más los años lluviosos que los no lluviosos cuando de Semana Santa hablamos. Buscar culpables, crear polémica, discutir, alegrarse o llorar, hacer alarde de normalidad o simplemente pensar en el castigo divino, puede, y lo es, un grave error.
La naturaleza es la que es, la circunstancia de las fases lunares son las que son, y vamos viendo como las estaciones van cambiando. Hablar de cambio climático tampoco es la solución, pero viendo lo visto, es hora de ir pensando en que algo debe cambiar.
Estaciones de penitencia sin imágenes, no resulta atractivo, ni sano; estaciones de penitencias dentro de los templos, se nos queda corto; exposición de imágenes con bandas de música dentro de las iglesias… un poco caótico, y un gasto desmesurado. Y a pesar de todo, la realidad es la que es.
Vemos soluciones de palios completamente enfundados en estructuras de plástico, e imágenes de un Cristo como si estuviera en el camino del Rocío o de montería, pero realmente queremos eso.
Supongo que como ya han dicho más de uno, el fin de una hermandad es hacer su estación de penitencia, estar más en contacto con el Redentor y meditar durante dicha estación, y en base a ello, si no se puede salir, pues nada, al templo a meditar. Pero, realmente en el fondo, pero en el fondo más cercano, no creo que eso sea así, pues para meditar y orar hay otro tipo de asociaciones o colectivos.
Para la mayoría, inmensa mayoría de los hermanos, la hermandad tiene un fin que culmina en la calle, la estación de penitencia es su principio y su fin, y, aunque sea, para algunos, un error pensar así, y las hermandades sean mucho más, su fe tiene esa forma de expresarse y de sentir, la ilusión encuentra su mayor satisfacción vistiendo la túnica o buscando el costal.
Un mundo difícil, de sentimientos encontrados, de buscar justificación y alegría en donde no la hay, porque piensen lo que piensen, le duela a quien le duela, y por mucho que la lluvia sea una bendición necesaria y bienvenida, a un cofrade le frustra ver el esfuerzo, la ilusión de todo un año, y su forma de expresar su fe, viendo llover desde el dintel del templo.