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Hay amores que quedaron truncados en el pasado, que pudieron ser y que no fueron por circunstancias diversas. Y hay películas que, por procedimientos diferentes, tienen su centro en esta temática con historias en las que se recupera a esa novia o a ese novio que se perdió. Lo cual viene a producirse por un reencuentro pasados los años; o incluso una vuelta atrás en el tiempo para reencauzar los impedimentos que produjeron la ruptura (en el cine se puede viajar atrás o adelante en el tiempo). Hoy traigo con esta idea dos películas bonitas bien construidas y con interés, de las que gustan al público, sobre todo a los más románticos y sensibles.

La primera versa sobre una pareja que fueron novios en la infancia y se reencuentran dos décadas después de no haberse visto: Vidas pasadas (2023), de C. Song. La segunda trata de un joven quien, a través de una extraña treta familiar, puede volver a momentos del pasado para intentar conquistar a la chica de su vida: Una cuestión de tiempo (2013), de R. Curtis.

VIDAS PASADAS (2023). Comienza la película presentándonos a Nora y Hae Sung, dos amiguitos de la infancia que tienen un vínculo muy fuerte, como que estaban, al modo infantil, enamorados. Ambos niños se separan cuando los padres de Nora, que entonces tenía 10 años, emigraron desde Corea del Sur a Canadá. Una separación traumática para ambos infantes.

Transcurridos doce años, cuando Nora está estudiando teatro en Nueva York, vuelven a encontrarse por Skype, o sea, online. Se ponen al día de sus vidas, pero de nuevo se corta la relación. Transcurrida otra docena de años Nora se ha casado, Hae no, pero ya es ingeniero y tiene su trabajo, momento en que él decide viajar a la ciudad de los rascacielos; ambos pasarán juntos una semana que les enfrentará a su antiguo amor, al destino y a las elecciones que componen una vida.

En este reencuentro de dos niños que se enamoraron, la directora y guionista Celine Song da cuenta de su talento porque evita discursos grandilocuentes, de sentimientos desaforados, y deja que la cámara nos muestre lo que ocurre sin necesidad de explicar nada, contagiando una sensación, insuflándole vida a la imagen.

La Song hace una delicada narración y cada plano, cada secuencia, contiene una emoción aplacada. No hay acentuación innecesaria, ni reiteraciones vanas. Hay cine puro, y los diálogos son parcos y brillantes. Hay mucha imagen, como debe ser el cine.

En los personajes, la distancia que los separaba en su niñez se ha convertido en un océano, el cual se intenta salvar a través de la pantalla de un ordenador en una primera conexión (la cámara se detiene en la pantalla del ordenador de ella, que se arregla el cabello antes), y nos muestra su emoción.

Luego, Nora decide interrumpir el contacto (siempre ella tomando las decisiones). Posteriormente, doce años después, Hae Sung se desplaza en busca de Nora, la distancia física se reduce, pero la barrera no desaparece. Hay un abrazo, se mueve la cámara de uno a otro, no se sitúan sobre un mismo plano. Finalmente, un plano de ambos detenidos frente a frente.

Su reencuentro es manifestación del in-yun coreano, el destino que hace que dos personas que se han encontrado ocho mil veces en sus vidas pasadas, aunque no sean conscientes de ello, acaban juntándose. Si bien esa promesa de amor eterno, por encima de todos los obstáculos, no deja de ser una ilusión salvífica, no una realidad.

La despedida constata la irreversibilidad del tiempo y la amenaza de un fracaso. Para Hae Sung la vuelta a Corea con una nueva novia de reemplazo, bebiendo más de la cuenta con amigos frustrados como él. Para Nora, meterse en una casa y con un marido, tal vez no muy convencida.

Todo ello con unos actores de primer orden y capaces de expresar con miradas y gestos una vida entera. Greta Lee (Nora) y Teo Yoo (Hae Sung), pero también John Magaro (Arthur) hacen trabajos muy buenos y convincentes.

A lo cual cabe añadir la fotografía de Shabier Kirchner: la frialdad de las tormentas, la esperanza de los rayos de sol, o la calidez de los interiores. O la música de Christopher Bear y Daniel Rosen con piezas de Leonard Cohen o a Van Morrison, entre otros.

 

UNA CUESTIÓN DE TIEMPO (2013). Tim Lake (Gleeson), un joven de 21 años conoce por boca de su padre (Nighy), que los hombres de la familia tienen el don el de poder regresar en el tiempo, hasta conseguir hacer "lo correcto", lo más conveniente y arreglar desaguisados anteriores.

Richard Curtis, haciendo uso del recurso narrativo de los viajes temporales, nos va mostrando cómo el protagonista Tim tiene esa experiencia en varias ocasiones, para volver atrás y poder conquistar a Mary (Rachel McAdams), su genuino amor. Este extremo le conduce igualmente a darse cuenta de que la vida tiene momentos muy singulares a los que no siempre merece la pena “regresar”.

Película sorprendentemente intensa, entrañable y acogedora, atrapa al espectador prácticamente desde la primera escena. Su valor principal es la naturalidad y la frescura con que aborda la forma de ver la vida, los problemas inherentes a ella, evitando tópicos y lugares comunes, más bien subrayando aspectos de interés humano, todo lo cual que consigue mantener la atención todo el metraje, incluso tiene un inesperado final.

Es comedia, pero con algo más que adorna la risa, la buena onda o la ligereza, con un razonable grado de reflexión. Porque el filme es inteligente, delicado y esperanzador, sirva el dato          que ganó el premio del público en el Festival de San Sebastián de 2013.

Es la idea, como decía, de volver atrás para encontrara aquel amor malogrado y rehabilitarlo, reparar situaciones mal resueltas. En ello se pone una genial dirección y guion de un Richard Curtis maravilloso. Además, el reparto genial, sobre todo Domhall Gleeson (muy acertado), Rachel McAdams (bonita y resuelta), Bill Nighy y Lydia Wilson. Hermosa música de Nick Laird-Clowes y una luminosa fotografía de John Guleserian. Redondo.

La excelente dirección de Curtis consigue introducirnos en un mundo que se sirve del “tiempo” como dimensión y como estructura. Como afirmó Andrei Tarkovski, director y estudioso de cine ruso, “el cine es el único arte capaz de reproducir la efectiva consistencia y esencia del tiempo. El cine actúa como recuerdo y memoria, cualidades interiores e inmanentes”.

O sea, a Curtis le interesan las personas y el inexorable paso del tiempo, y acierta a ver en los mecanismos del enamoramiento, noviazgo y matrimonio una máquina futurista donde la marcha atrás es, además de cómica, adorablemente romántica.

Siguiendo este razonamiento, estamos ante una cinta en episodios, donde cada corte es un momento distinto sobre detalles concretos. Este es el mensaje que propone la obra en cada escena. Pero el montaje hace algo cardinal y asombroso, pues brinca en el tiempo en los que se encuentra el joven Tim de manera que pasado y presente se funden dando lugar a sorpresas continuas de guion, con episodios variados, que es lo que ocurre en la propia vida.

Lo más llamativo es que cada “viaje” al pasado no tiene un final preciso, sino que se entremezcla con algo anterior o sucesivo, en una serie de acontecimientos donde el destino deja su huella.

Interesante película mezcla de drama, humor, inteligencia y suspense a veces, pues Tim no siempre logra lo que quiere… pero sí, casi siempre, lo que espera.