“Nuestra harina El Vaporcito siempre apoya la cultura, el deporte y el arte”.

El cine nos dejó testimonio de Concha Velasco (1939-2023) desde que tenía 15 años: La reina mora (1955), de R. Alfonso; La fierecilla domada (1956), de A. Román; o Muchachas en vacaciones (1957), de J.M. Elorrieta son ejemplos. Con el tiempo fue cambiando de estilo y de registros.

Conchita, la chica yeyé en Historias de la Televisión (1965), de J.L. Sáez de Heredia, fue cine y ritmo ya en los finales de los ’50 y en los ’60 con comedias ligeras y alegres, algunas con su admirado amigo Tony Leblanc, que inauguraron la década del desarrollismo con títulos como Las chicas de la Cruz Roja (1958), de R.J. Salvia; El día de los enamorados (1959), de F. Palacios; Los tramposos (1959), de P. Lazaga, o Amor bajo cero (1960), de R. Blasco, un cine luminoso y simpático.

Velasco fue también pareja en pantalla de Manolo Escobar, al cual le puso su alegría y talento de actriz. Trabajó con los mejores: Alfredo Landa, Fernán Gómez, José Luis López Vázquez, y para los mejores directores, como Sáenz de Heredia (La verbena de la Paloma, 1963 o Los gallos de la madrugada, 1971), M. Ozores, o J. Aguirre y J.M. Forqué, con estos dos últimos hizo: Los que tocan el piano (1968) y Las que tienen que servir (1967), ambas con humor y un manual de sociología bajo el brazo.

En época de transiciones, la Velasco hizo la suya de manera magistral. Así, con P. Olea rodó Pim, pam, pum… ¡Fuego! (1975), como corista de posguerra ayudando a los maquis; o Las largas vacaciones del 36 (1976) de J. Camino; y al poco, una cinta cimera: La colmena (1982), de M. Camus.

Aunque fue justo después y en un trabajo para televisión de Josefina Molina, Teresa de Jesús (1984), donde hizo el papel de su vida como actriz de fuste, acompañada por Paco Rabal. Este trabajo supuso un punto de inflexión en su carrera que reveló una faceta dramática hasta entonces inédita en ella: «Como actriz, ha sido mi mejor trabajo», declaró.

Y mucho más, pues la Velasco participó en 129 películas, amén de revistas y obras de teatro. Nuestra actriz tenía una formación importante. Estudió Danza Clásica y Española en Madrid en el Conservatorio Nacional de los 10 a los 20 años y fue cuerpo de baile de la Ópera de La Coruña; trabajó además como bailaora flamenca con Manolo Caracol (nada menos) o como vicetiple con otra grande que mucho la ayudó: Celia Gámez.

Mención especial en su vida fue el teatro. «El teatro es mi pasión. No entiendo la vida sin él, no concibo la vida sin ir al teatro todos los días. Mi vida es esa. Me gusta lo que hago, no hay otra razón». Lo decía Concha Velasco hace seis años antes de subirse a escena a interpretar Reina Juana, una obra de Ernesto Caballero por la que obtuvo el premio Nacional de Teatro. La escena se lo dio todo. «El teatro –dijo en 2016 en Almagro, al recibir el premio Corral de Comedias– es mi vida, mi amante más fiel, el que nunca me ha abandonado. Es mi centro, yo no he querido ser otra cosa sino actriz. El teatro me lo ha dado todo, incluso a mis hijos, a los que he criado en un camerino».

Fue actriz principal, y menciono sólo algunas, en obras teatrales como: 1964, la Doña Inés de Don Juan Tenorio; 1977, Las arrecogías del beaterio de Santa María Egipcíaca, de J. Martín Recuerda; Filomena Marturano, de E. de Filippo; Yo me bajo en la próxima, ¿y usted?, Mata-Hari, ambas de A. Marsillach; Buenas noches, madre, de M. Norman, o La rosa tatuada, de T. Williams. Hizo también espectáculos musicales, y más teatro y más de todo. Pero este espacio no da para tanto como la Velasco hizo.

Como escribe José Manuel de Prada en ABC: «Concha Velasco fue una actriz descomunal, vocacional y hormonal, una actriz de forma irremediable (…) podía hacer comedia y drama sin solución de continuidad».

Para honrar su memoria he elegido comentar dos películas emblemáticas en su carrera: Las chicas de la Cruz Roja (1958) y El indulto (1961).

LAS CHICAS DE LA CRUZ ROJA (1958). Recuerdo haber visto esta película por primera vez siendo muy pequeño acompañando a mis hermanas mayores. Era verano y fuimos a uno de esos cines al aire libre propios de la época. Recuerdo que me agradó. Luego nos volvimos caminando hasta una alejada casa de campo donde vivíamos.

La historia se desarrolla en el Madrid de los cincuenta, en el Día de la Cruz Roja. Paloma, Isabel, Marion y Julia, son cuatro bonitas muchachas de la capital que ataviadas con lindos vestidos piden, hucha en mano, alguna aportación para la insigne institución. Estas jóvenes, de distinta ascendencia social son alabadas por los maduros señores que echan billetes de los grandes en sus blancas alcancías. Además, las cuatro son pretendidas por diferentes jóvenes; ellas buscan el amor de sus vidas y, en definitiva, casarse, que era lo que se llevaba por aquellos entonces. Y sus novios, que no hay que olvidarlos.

El director Rafael J. Salvia resuelve con solvencia esta película, rodada al estilo americano, con importantes medios técnicos y económicos. El objetivo, seguramente dictado desde arriba, era promocionar a la Cruz Roja, que la gente se animara a aportar y hacer propaganda de un país al que se presenta generoso y que nada tiene que ver con la “leyenda” de nación pobre y pauperizada. O sea, la imagen de una España próspera, que había pasado lo peor de la posguerra.

Ello en un “venturoso” régimen franquista que pretendía abrirse paso al resto del mundo y progresar como fuera, sobre todo con la ayuda de los norteamericanos, claro.

El guion de Pedro Masó y del propio Salvia está bien escrito, un relato sencillo, sin pretensiones y absolutamente predecible; una historia sin maldad, amable. Lo importante es la liviandad de las guapas jóvenes intérpretes, el uso del tecnicolor y una bonita fotografía de Alejandro Ulloa; y por supuesto la música pegadiza e inocente de Augusto Algueró donde las chicas de la Cruz Roja son las protagonistas.

El reparto es muy llamativo y reluciente. Lo fue para la época y lo es hoy plan nostálgico para ver de muy jovencitos a actrices y actores como Concha Velasco, que entonces tenía 18 años; un Tony Leblanc pletórico con 36; Arturo Fernández elegante y con sus trazas de galán; Jesús Puente, Luis Sánchez Polack (Tip) y más cómicos de la época, amén de algún deportista afamado como el famodso portero de fútbol Ricardo Zamora.

Como chicas de la Cruz Roja: Luz Márquez, Katia Loritz, Manuel Arbó y la joven Conchita Velasco, claro; y acompañan Mabel Karr, Antonio Casal, Pedro Porcel, Ángel Ter, Manuel Gómez Bur, Jesús Puente y otros. Todos forman parte ya de nuestro imaginario cinematográfico personal y colectivo. Las interpretaciones son correctas y agradables. Destacan graciosas, un humor blanco y sin maldad, para mí lo más importante cuando la he vuelto a ver hace poco, ha sido ese viaje emotivo a través del tiempo.

La película tiene una buena y cuidada puesta en escena con localizaciones "chic" en el hipódromo de la Zarzuela, de glamurosos bailes y orquestas.

Además, ver la bonita vestimenta de aquellas chicas, de la época, los automóviles, las maneras de trato hacia las mujeres, y en fin, mil pequeños detalles de una cultura que se ha volatilizado ya, que resulta de gran interés social para entender mejor aquel tiempo. Aunque, claro, el filme presenta una sociedad que distaba mucho de ser la media de aquel entonces.

Esta cinta representó una especie de bocanada de aire fresquito, una ilusión para tantos españoles corrientes y molientes que empezaban a soñar con dejar atrás los años del hambre, del pan negro de centeno, que aspiraban en comprarse un Seat 600 y a vivir una vida más cómoda y alegre.

El propio tema central del filme (“Las cicas de la Cruz Roja, novias de la primavera, la, la…”) fue un tema súper popular que sonaba a todas horas en aquel tiempo de radio, y la gente la cantaba como una especie de himno primaveral ante tanta densidad social y política. Aquí podemos ver primero al gran Tip y el himno cantado por la Velasco y sus compañeras:

Esta película fue todo un éxito popular y de taquilla, lo cual consiguió por el carácter coral del filme y por la presencia de las cuatro guapas y modernas jóvenes, y también por el colorido de la fotografía y algunas escenas que aunque cándidas, eran ya algo aperturistas para la época.

Tráiler aquí:

 

EL INDULTO (1961). Adaptación libre del cuento de título homónimo de Emilia Pardo Bazán, 1893. Como es sabido, la Pardo Bazán fue una de las mejores novelistas y autora de relatos cortos realistas y naturalistas entre el siglo XIX y principios del XX.

El estreno de esta película fue un fracaso comercial absoluto en su momento. Sin embargo, a pesar de que no es una de las obras más reconocidas de Sáez de Heredia, es una de las mejores que ha realizado.

El guion fue escrito por Sáenz de Heredia y es un melodrama rural, un triángulo con una mujer acosada en el centro, retrato del personaje femenino del cuento de la Pardo Bazán. Sáez desarrolla esta trama de manera convencional, añadiendo personajes como el de Manuel Monroy, el hermano del marido, enamorado y defensor de la mujer.

Entre los protagonistas tenemos a Concha Velasco en su primer trabajo con Sáez de Heredia, lo cual supone un necesario cambio de registro en ella de sus comedias de la época, a un papel dramático; la Velasco está sensacional. Lucas, el malvado, es encarnado por Pedro Armendáriz, toda una estrella del cine mexicano que hace un gran trabajo como esposo maléfico, acosador y criminal. Están muy bien como actores de reparto Guadalupe Muñoz Sampedro, la hermosa Eulalia del Pino, Antonio Garisa, Rafaela Aparicio o Manuel Monroy, entre otros.

La película tiene un tinte expresionista, fruto en buena medida de la estupenda fotografía (B&N) de Cecilio Paniagua, sin olvidar que los decorados fueron diseñados por el genial Sigfrido Burmann, todo lo cual ve en el tratamiento de la obra, sobre todo la parte que transcurre en el pueblo.

Buena música de Salvador Ruiz de Luna y cuidada ambientación. Todo ello hace de esta obra de Sáez una película de gran solvencia, siendo difícil imaginar que en su momento haya tenido tan poca aceptación. Tal vez eran otras las tendencias.

Drama intenso, historia rural contada con gran magisterio para el cine, porque el libreto “libre” de J.L. Sáenz de Heredia tiene gran nivel y su labor como director convierte el relato en una trama terrible con un intenso pulso narrativo. Película lamentablemente poco recordada.

Publicado más extenso en revista ENCADENADOS.

Película completa: