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Se puede llevar al cine una radiografía del albur (casualidad-causalidad), poner en imágenes algunas de las ideas del famoso Premio Novel Jacques Monod (El azar y la necesidad), donde introduce estos conceptos «azar» y «necesidad», lo cual plantea implicaciones metafísicas y espirituales del destino, de un futuro que no está escrito ni determinado en ninguna parte, por ser tan etéreo como una pluma al viento.

De esto va estas dos películas de hoy: Pequeñas casualidades (2023), de O. Treiner; y Dos vidas en un instante (1998), de P Howitt.

PEQUEÑAS CASUALIDADES (2023). Nos lleva esta película, de la mano de Julia, París en el año 2052, donde seguimos la vida de una mujer de 80 años que piensa sobre las decisiones y escenarios que podrían haberla llevado por caminos diferentes. Desde la adolescencia hasta el día de hoy, ha habido en su vida pequeños-críticos momentos. Cada uno, un punto de inflexión con consecuencias inopinadas.

Olivier Treiner, que debuta como director de largometrajes, acierta a colocar frente a la pantalla a la misma mujer que, hipotéticamente para el relato, va pasando por situaciones varias desde que era adolescente en los años 1980, hasta décadas después, y las consecuencias que tienen para su vida.

El mismo personaje con diferentes perfiles, motivados estos por desiguales pequeñas casualidades. Treiner consigue un ritmo acorde a lo que cuenta, haciendo uso de recursos visuales para resaltar los momentos cumbre, esos que llevan emparejados virajes existenciales sustantivos.

La película está construida de pequeños datos y movimientos de cámara. Puede que en una escena esté la protagonista en una habitación y enfocar a continuación a un edificio lejano donde la protagonista está en otra vida. 

Es como una radiografía del albur (casualidad-causalidad), como poner en imágenes algunas de las ideas del famoso Premio Novel Jacques Monod (El azar y la necesidad), donde introduce estos conceptos, lo cual plantea implicaciones metafísicas y espirituales del destino, de un sino que no está escrito ni determinado por ser tan etéreo como un vilano al viento.

Lo que fue y lo que pudo haber sido, lo que ha sido y lo que quizá se quiso, todo ello se intercambia; una disyuntiva de itinerarios y caminos que, como la vida misma, acechan a cada uno de nosotros, quién sabe, a la vuelta de la esquina, para bien, para mal, para felicidad, para amargura, el encuentro con el amor, un tropiezo irreparable, la bofetada de un padre airado, la llegada de la madre a una fiesta estudiantil, etc.

Un pasaporte volátil, la elección de un modelo de vestido en una tienda de modas, la cola en una librería en la que aparece el hombre soñado, o no, ese hombre paga sus libros y marcha rápido, cuestión de segundos, el viaje en moto por París con su prometido, se lanza la moneda al aire a ver quién conduce, si es uno, zafan, si es otro, accidente y desdicha.

En pantalla vamos viendo situaciones disímiles y vidas del mismo personaje que son producto de la aventura del vivir, de las coincidencias, de algún choque, de una mirada que atrapa: urdimbre en la que se teje quién sabe cómo la fortuna o el infortunio. Todo menos un camino rígidamente trazado.

En esta cinta, a diferencia de otras anteriores similares, nos encontramos con más de dos variables, muchísimas más, a partir de algunos instantes clave que generan combinaciones diversas, casi como si nos encontráramos en el multiverso, una biografía polimorfa siempre abierta a diferentes universos.

Este caleidoscopio de posibilidades es audaz y lo que importa es la experiencia, de cómo el director nos coloca ante una lista de existencias más o menos felices/infelices, una mujer que tiene que abordar un crisol de disyuntivas y de consecuencias, que van desde la frustración a la liberación.

Toda esta trama tiene sentido por el poder magnético y brillante que transmite su protagonista, Lou de Laâge, con sus extraordinarias cualidades para hacerse con poder del relato, por su magnetismo en todos los roles que interpreta; con gran capacidad para pasar de un plano a otro, de una vida a otra, con enorme sencillez en registros antagónicos. Acompañada por un ejemplar reparto de actores y actrices como Raphael Personnaz (estupendo como el marido soñado), Isabelle Carré (excelente como la amantísima madre), Grégory Gadebois (padre de Julia, muy bien y mejor), y otros.

Es muy importante el guion de Camille Treiner y O. Treiner, que consigue contar una historia multinivel, multisendero y en ocasiones, sino en todas, muy inquietante, pues que «la vida iba en serio (…) y la verdad desagradable asoma: / envejecer, morir, / es el único argumento de la obra», como escribiera Jaime Gil de Biedma.

Lo que caracteriza esta cinta es que la biografía de Julia no se sostiene en un solo hilo, sino que deriva en decenas de ellos, porque cada vida, que al principio son dos, se va subdividiendo en otras a medida que gestos imperceptibles, comportamientos sencillos o accidentes fatales aplican un cruce, una deriva inesperada.

Trenier tiene la osadía meritoria de engañar al espectador modulando lo que parece un modelo narrativo. Lo traiciona para darle dinamismo al relato y en gran medida, confundirnos. Hay mano izquierda en las transiciones entre las trayectorias de las distintas Julias, se cuidan detalles -corte de pelo, vestuario, luz- que nos ayudan a orientarnos en el galimatías.

La peli juega también la baza de la ambigüedad: qué es la realidad y qué no. Cosa que no queda claro pues todas las historias son a la vez reales y ficticias, no hace falta que sea o haya sido la vida veraz de la protagonista. Tiene de «real maravilloso» poder ver todas las vidas de Julia, y que cada cual se quede con la que le parezca.

Temas como el porvenir, el destino, la opción por tal o cual, las consecuencias de nuestras conductas, lo inesperado que aguarda a la vuelta de cualquier esquina. Se exploran las ramificaciones incluso de decisiones insignificantes en apariencia, que tomamos, y el impacto sobre nuestro futuro. Todo ello en un tono meditabundo, nostálgico y de incertidumbre.

Una película que emociona, que atrapa con la vida de Julia. Una propuesta original que se sale de las películas más convencionales de Hollywood. Una oda a la vida, un canto también a las oportunidades, a la fortuna e incluso al infortunio.

Publicado en revista ENCADENADOS.

DOS VIDAS EN UN INSTANTE (1998). Justo el mismo día que pierde su trabajo, una joven llamada Helen (una Paltrow mona y sensacional) descubre la infidelidad de su novio (Hannah). Este es el núcleo central de esta curiosa historia sobre el azar y la fuerza del destino: la posibilidad de que una circunstancia nimia y ociosa, tal perder el metro, le depare a la protagonista un destino impensado y diferente al previsto.

Veamos, se va contando la historia desde las dos circunstancias: la Helen que todavía vive con su novio, ajena al engaño, y otra Helen y el metro que descubrió el engaño. De este punto arrancan casi cien minutos de metraje, en el que las casualidades, los engaños y los flechazos van surgiendo entre los personajes.

La pregunta que nos plantea esta cinta es esa que tal vez nos hecho más de una vez: qué hubiera sido de nuestra vida si en algún punto de esta hubiéramos tomado un camino distinto del que tomamos.

Película que es más de lo que aparenta, pues ciertamente, todos los pasos que damos en la vida acarrean consecuencias futuras, buenas o malas, deseadas o no, felices o desafortunadas.

Con una más que aceptable dirección (y guion) del escritor y realizador inglés Peter Howitt, se nos invita incursionar en una exploración inteligente y urbana de las repercusiones monumentales y los pequeños giros del destino. Una comedia interesante y simpática, con toque melodramático, al más puro estilo británico.

Diferentes historias y, aunque ninguna de ellas sea especialmente interesante no importa: sólo su contraste es suficiente para convertirla en una fantasía amorosa irresistible.

El filme se sostiene en gran medida por el buen oficio de sus actores: Gwyneth Paltrow está sensacional y muy linda; John Hannah, estupendo; también John Lynch o Jeanne Tripplehorn. También tiene una música interesante de David Hirschfelder y más que bien la fotografía de Remi Adefarasin que da el tono ambiental preciso.

Como curiosidad diré que este filme es un remake de "La vida en un hilo", escrita y dirigida por el realizador español Edgar Neville en 1945 y protagonizada por la estrella del momento, Conchita Montes.