Sorprende cuando quienes presumen de no practicar religión alguna, defiende la tradición como el más fanático de los practicantes. Y aunque hace años que supe la verdadera identidad de ellos, siempre me causó ilusión la mágica noche en la que todos pensamos.

Me defraudó, como a muchas personas, que se defendiera la no identidad sexual, queriendo hacernos pasar por eso de que da lo mismo un rey mago que una reina maga, pero supongo que Lenin no era una mujer disfrazada, y que  sonaría a choteo el que dijéramos que da lo mismo, a no ser que yo estuviera dentro de ese elenco de intocables amigos de la verdad absoluta no binaria.

Pero volviendo con la idoneidad de los Magos, queda claro que, siempre que hubo oportunidad fue un señor negro el que interpretaba a uno de los magos, y cuando no, siempre estaba la solución del antiguo betún, hoy sustituido por magníficos maquillajes y profesionales que hacen un trabajo impresionante. Pero en una sociedad ávida de polémica que mejor oportunidad para denunciar la falta de empatía que criticar por elecciones de blanquitos habiendo infinidad de negritos.



El problema es mucho mayor, porque realmente, es incomprensible que en lugar de coger a un señor octogenario con barbas blancas, escogen a un madurito barbilampiño, con el consiguiente escándalo discriminatorio para los señores mayores y barbudos, siendo incomprensible que tengan que acudir al maquillaje para poner barbas postizas. Con Melchor tiene cierto arreglo, porque siempre se puede dejar una barbita coqueta, siendo imperdonable que acuda al evento sin la barba recortada.

Sorprendente, sobre todo, que la crítica venga de un sector de la sociedad que defiende a capa y espada la absoluta negación de los eventos religiosos, porque da la casualidad de que, les guste o no, Los Magos, están unidos a la Iglesia.

Verdaderamente asistimos atónitos a un principio del fin, en donde los veganos dicen a los carnívoros que han de comer, los ateos imponen orden en la casa de Dios, y, los que defienden la vida protegen el aborto, creándose un sarao más propio de una comedia de Muñoz Seca que de un manual de adoctrinamiento.

Menos mal que aún la mayor parte de la sociedad, que suele no intervenir en política, conservan algo de lo que parece que carecen quienes viven de nosotros, el sentido común.