Los degustadores del buen teatro pueden acceder, a través de la plataforma on line de la radio televisión pública, a una impecable y recomendable puesta en escena de La Malcasada, incluida en aquella maravilla que se llamó Estudio 1, y que tanto hizo por la difusión del arte de Talía y Melpómene.

Ha pasado medio siglo de aquello y la pieza de Lope de Vega vuelve a las tablas. No ha tenido demasiadas oportunidades de hacerlo, porque no es de las joyas imprescindibles del inabarcable autor -tan prolífico, que sería imposible representarlo todo y hacerlo, además, siempre-, por eso se agradecen montajes como los del grupo manchego Tumbalobos, ortodoxos que no oxidados, con dirección de Ana Vélez y versión de David Fernández, que pudimos ver en El Puerto la noche del viernes 18, mitad de trayecto del cartel del XXII Festival de Comedias.  

El argumento de esta obra lopesca de madurez se parece al de otras de las suyas, porque el Fénix supo exprimir la fórmula de su éxito como cualquier director de cine o de series lo haría hoy. Situada en la corte madrileña,  Feliciana, una madre autoritaria, domina a su hermosa hija Lucrecia y la fuerza a dos casamientos: primero con el viejo y rico don Julio, y después con Fabricio, el poco agraciado sobrino de este.



Dos pretendientes suplementarios, el jurista don Lisardo y el joven caballero don Juan, rivalizan también por el favor de Lucrecia. La historia tiene todos los ingredientes de la comedia del Siglo de Oro, que Tumbalobos sabe respetar sin excesiva licencia en lo estructural, aunque pasados peligrosamente por el tamiz de la actualidad y traídos al resbaladizo suelo de lo políticamente correcto para limar lo que puede pinchar por obsoleto en La Malcasada.

La cuarta pared se rompe más de una vez para dialogar desde aquel 1620 de la acción del texto con este 2023 a través de reflexiones que en ocasiones rozan el panfleto bienintencionado y ramplón.

Con todo, el interés por captar la complicidad del auditorio a través del enredo, el honor  -gran tema del teatro español-, la fusión de lo cómico y lo trágico, la simetría entre el principio y el final, y una original intriga amorosa desfilan por esta versión que se deja ver, pero no va a ser, desde luego, lo mejor que veamos este verano en el patio de San Luis Gonzaga. Nota meritoria, eso sí, a quienes se meten en la piel de los criados, que nos entregan el mejor dibujo de esos seres deslenguados, disfrutones y sofisticadamente libres bajo sus aparentes simplezas.

Sugerente acompañamiento musical, discreta escenografía, ritmo ágil y esforzado trabajo actoral completan la recuperación de un texto revisitado del siglo XVII que un público agradecido supo  reconocer con aplausos del siglo XXI.