Olivier Dahan, nacido en el sur de Francia, puede considerarse un especialista en el formato biográfico, en biopics históricos de mujeres clave desde su acercamiento a la figura de Edith Piaf en La vida en rosa (2007), película en la cual demostró su querencia por las pelucas, el histrionismo y el exceso dramático.
Después le tocó el turno a Grace de Mónaco (2012), aunque esta obra resultó más anodina y mediocre.
Recientemente se ha estrenado Simone, la mujer del siglo (2022), referida a la vida de Simone Veil, la activista política que consiguió instaurar la ley del aborto en Francia en los años setenta, y docenas de acontecimientos más. De estas películas, de este cine de Dahan hablaré hoy.
Pero estamos ante un filme sobre Simone Veil (2027-2017), una mujer judía (laica) que sobrevivió al Holocausto, estudió Derecho y Ciencias Políticas a la par que joven madre, y fue magistrada. Pero sobre todo fue una de las políticas más importantes de Francia y de Europa.
Veil fue ministra de Sanidad con Valéry Giscard d'Estaing e impulsó la ley por la que se despenalizaba el aborto en su país en los años ’60, y frente a insultos y descalificaciones de todo tipo aseguró el acceso a un procedimiento seguro, legal y financiado con fondos públicos para la interrupción voluntaria de un embarazo. Pensemos que la esencia de su lucha está en su apasionado feminismo, su sed de justicia y la fe inquebrantable en un país que, como es sabido, colaboró con los Nazis en la época de la ocupación, lo cual recordamos aquí.
Pionera en exigir servicios básicos y atención médica para los presos en Francia, a la Veil le decían los Jefes de Presidio: "Señora, ¿está sugiriendo que establezcamos bibliotecas para los presos?". Pero hacía valer su compasión por los reclusos y también por los enfermos de SIDA; igualmente hizo labor en los Centros de apoyo para drogodependientes de larga duración.
Fue también la primera mejer en presidir el Parlamento Europeo de Estrasburgo (1979-1982). Ocupó varios cargos ministeriales en el gobierno de Édouard Balladur, y de 1998 a 2007 fue miembro del Consejo Constitucional en Francia, la autoridad legal más importante del país. S. Veil está enterrada en el Panteón de París.
Y habría más, una larga lista de logros y cargos, todo lo cual no es fácil de resumir en una película, pues, aunque la cinta es larga (140 minutos), no es del todo suficiente. Olivier Dahan es un director ambicioso y ha querido abarcar desde los primeros años del personaje, la única época en su vida, por cierto, en que fue feliz y vivió en paz. Luego vendría el penoso capítulo de su deportación, junto con sus hermanas y madre al campo de exterminio de Auschwitz.
Es el retrato épico e íntimo de una mujer con un recorrido de vida fuera de lo habitual, que revolucionó su época y siempre defendió un mensaje humanista que pervive hasta hoy. Fue una mujer entregada a mejorar la vida de la gente humilde, mostrando su empeño en mejorar sus condiciones de vida. No había drama que le fuera ajeno, ni siquiera el drama argelino en el que se impuso para mejorar las condiciones de los presos en la Argelia colonial en guerra, capítulo tan candente en el país galo de la época. De otro lado, no sentía ningún partido político como propio, unos por parecerle reaccionarios y otros sectarios.
Dirección y guion de Dahan, que aborda esta biografía con soluciones elegantes para las transiciones entre épocas, como se aprecia en los primeros minutos. Estos pasajes los acomete avanzando en el tiempo y dando saltos, adelante y atrás, de la infancia a la juventud y edad posterior.
Es una apuesta arriesgada por cierto desorden, pues teniendo tanto material, en lugar de seleccionar y resignar algunas partes, lo que aparece en pantalla resulta excesivo y atropellado por momentos, con una colección de estampas que pueden ser brillantes en sí mismas, pero no siempre bien estructuradas.
En todo caso, ayuda en positivo la fotografía brillante de Manuel Dacosse, una música sugerente de Olvon Yacob y excelente dirección artística, algo teatral en ocasiones.
En el reparto Veil es interpretada espléndidamente cuando era joven por Rebecca Marder y, a partir de 1968, por Elsa Zylberstein, aunque con mucho maquillaje protésico. Su esposo Antoine es interpretado por Mathieu Spinosi cuando era joven y Olivier Gourmet en años posteriores, muy bien como funcionario francés a quien le costó entender la lucha de Simone, para finalmente convertirse en uno de sus más grandes colaboradores. Y acompañan otras actrices y actores de reparto como Élodie Bouchez, Judith Chemia, o Sylvie Testud.
La película tiene un estilo similar a La Vie En Rose (de la que hablo abajo); o sea, una cámara inquieta y casi mareada, aunque no pierde el control, va entrando y saliendo de los episodios de la vida de Veil, con lo cual se construye una narrativa sensorial basada en los ecos emocionales del personaje, más que en la cronología de los acontecimientos.
Película que da para pensar y que hace caer en la cuenta de que hay personas extraordinarias no necesariamente muy famosas ni muy conocidas, pero que han colaborado a construir una sociedad más humana. «Haber hecho Europa me reconcilió con el siglo XX», confesaría Simone Veil, testigo de una era fabulosa y terrible.
Dahan, con libreto de Christopher Gunning ambienta la historia en plena crisis política y económica entre Francia y Mónaco, crisis en la que la actriz americana estuvo involucrada. Tiempos en los que el general De Gaulle no veía bien que las fortunas francesas emigraran al Principado para no pagar impuestos.
Encarna la figura de Grace una Nicole Kidman que hace un retrato de la actriz-aristócrata más bien mediocre, arrancando con la frase de la Kelly: "La idea de mi vida como un cuento de hadas es ella misma un cuento de hadas".
Es sabido que Grace Kelly sufrió con su decisión monegasca y Dahan y Kidman nos cuentan este suceso en una cinta por demás pomposa, por momentos hasta ridícula, y cursi a cada tanto.
La historia de una mujer que pese a tenerlo todo (riqueza, pompa y circunstancia) aprendió a sufrir y a hacerlo en silencio. Es también una mirada al interior triste y oscuro de eso que conocemos como “cuentos de hadas”. Y atendiendo a nuestro director, la intención de la cinta es alcanzar el sentido profundo de los mitos modernos, que es de lo que estamos hablando.
En cuanto al reparto Nicole Kidman hace lo que puede, Tim Roth es un un príncipe Rainiero que fuma mucho. Y una colección de figuras como Maria Callas (Paz Vega), Onassis (Robert Lindsay), Hitchcock (Roger Ashton-Griffiths) o De Gaulle (André Pervern).
Para colmo la familia real de Mónaco atacó esta película biográfica de Dahan por inexactitudes en la representación de sus difuntos padres.
Como apunta S. Dalton: “Dahan pierde casi todos los objetivos y desperdicia casi todas las oportunidades”. Porque esta cinta viene a resultar envarada, teatral, seria y generó más drama fuera que dentro de ella.
Impostura esta de confeccionar un relato del sufrimiento desde la aceptación sin fisuras de lo afectado, de lo estúpido, lo cual puede resultar hasta cruel.
Pues bien, resulta que cuando se estrenaba en todo el mundo la obra “Piaf, voz y delirio”, una historia musical conmovedora escrita por el reconocido autor Leonardo Padrón, que interpretaba la cantante y actriz venezolana Mariaca Semprún, una artista integral y versátil que pone voz a la legendaria diva Edith Piaf. Digo, al hilo de aquel exitoso estreno, volví a ver esta maravillosa película de Olivier Dahan sobre la Piaf.
La cinta versa sobre la infancia, adolescencia y fama de Edith Piaf (1915-1963) que, viniendo de los barrios bajos de París, recorrió el mundo entero con su voz por bandera. Una mujer cuyo capital fue su prodigiosa voz, que amó intensamente y se relacionó con grandes personajes de la época (Yves Montand, Jean Cocteau, Charles Aznavour, Marlene Dietrich…). En fin, una estrella que nunca ha pasado, que continúa deleitándonos con canciones como la que da título a esta obra: “La vie en rose”.
Dahan hace una labor meritoria con un libreto del que son autores él mismo junto a Isabelle Sobelman, que hilan la trama de un biopic de gran fuerza, a veces excesivo y grandilocuente, aunque en general convincente.
Lo que creo que le da intensidad al filme son dos aspectos. En primer lugar la Actriz Marion Cotillard (Oscar, Globo de Oro, BAFTA, etc., a mejor actriz), una mujer que puede y sabe meterse de pleno en el cuerpo y el corazón de la tumultuosa Edith, mujer éste excesiva, frágil y mortecina. No hay que olvidar otros actores del filme como Sylvie Testud, Emmanuelle Seigner, Pascal Greggory o Gerard Depardieu.
La Cotillard que se preparó a conciencia, maestros de canto incluidos, para conseguir el lenguaje, los gestos tan propios de la artista parisina, su expresión corporal o su mirada, de manera que incluso la Cotillard declaró poco menos que se encontró poseída por la Piaf y que luego le resultó complicado desprenderse del personaje que ya habitaba dentro de ella.
La cosa es que consigue reconstruir fidedignamente a la estrella francesa con un magisterio envidiable.
El segundo elemento importantísimo de la película es la voz de la propia Edith Piaf cuyas canciones son cantadas en playback por la Cotillard, lo cual que escuchamos lo más granado de su repertorio.
Una meritoria película construida a base de flashbacks, que es ni más ni menos que una interesante adaptación de la vida de una de las mejores voces femeninas en la historia de la música francesa e internacional, la carismática Piaf, “el gorrión de París”, una artista y una mujer con una existencia trágica marcada por la enfermedad, las adicciones, la pobreza, los excesos y el sufrimiento.