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Hoy hablo de un trágico capítulo en la historia europea: la ignominiosa invasión alemana sobre Francia, invasión consentida por el gobierno de Vichy, Mariscal Philippe Pétain por medio, tras su entrevista con Hitler en Montoire en 1940. Esto trajo consigo el acoso de los judíos franceses, que fueron perseguidos, expoliados y exterminados, con la colaboración de muchos ciudadanos galos, que se aprovecharon de la situación y arramblaron con lo que pudieron. Con toda la codicia imaginable se llevaron (robaron) parte importante del patrimonio de aquellos pobres judíos caídos en desgracia.

Este lamentable episodio histórico de la Francia ocupada y la cacería de hebreos, la rapacería, este entorno socio-tóxico, recuerdo haberlo visto en películas entre las que destaco: Lacombe Lucien (1974), de L. Malle, que recreaba este ambiente en un joven analfabeto que colabora con los alemanes (la comento abajo); también de Malle, Adiós, muchachos (1987), historia autobiográfica de amistad entre un chico católico de familia acomodada y otro adolescente de padres judíos, separado de la familia y oculto en un internado religioso (magnífica). Igualmente asociada en mi memoria está la obra Monsieur Batignole (2001), donde Gérard Jugnot, un charcutero tibio y pusilánime, acaba quedándose con la casa y las pertenencias de una familia judía (abajo hablo de ella). La redada (2010), polémica película de Roselyne Bosch en la que 13.152 judíos fueron arrestados y posteriormente encerrados en condiciones infrahumanas, en el Velódromo de invierno de París.

Películas calificadas de «film-mémoire» («cine-memoria») versus el «cine amnésico» que presidió la posguerra e incluso los años posteriores, hasta la década de los ’70, cuando ya la filmografía francesa, como he apuntado, empieza a abordar, no sin reparo social y administrativa, el colaboracionismo de los franceses con los Nazis, que condujo al exterminio a más de setenta y cinco mil judíos, miles de propiedades sustraídas, y el saqueo de obras de arte y otros objetos de gran valor.

Trataré hoy de las películas: Adiós, Señor Haffman (2021), de F. Cavayé; Monsieur Batignole (2001), de G. Jugnot; y Lacombe Lucien (1974), de L. Malle.

ADIÓS, SEÑOR HAFFMANN (2021). Estamos ante una historia de infamia y rapacidad. París, 1942. François Mercier es un hombre corriente, junto a su mujer, Blanche. Es el empleado de un talentoso orfebre, el señor Haffmann, judío, dueño de una joyería en París. Este se da cuenta que con la llegada de los alemanes corre peligro y llega a un acuerdo con su empleado.

Fred Cavayé a la dirección, junto a Sarah Kaminsky en el guion, adaptan la obra teatral homónima de Jean-Philippe Daguerre. Se centra en la avaricia del típico ayudante acomplejado, de un prestigioso joyero.

Haffmann busca refugio en la zona libre de Francia para su familia. Una vez se han marchado su esposa e hijas, el joyero le propone a Mercier traspasarle la titularidad del negocio, para volver cuando sea posible; el contrato deja a Mercier dueño de la joyería y la vivienda familiar, que está en el piso de arriba.

Pero Haffmann no puede huir y queda atrapado en París, vuelve y se ve obligado a ocultarse de nuevo en la joyería. El matrimonio Mercier, que ya había empezado a hacer uso de la vivienda, decide esconderlo en el sótano.

Mientras el joyero permaneces escondido, su empleado asume la que antes era su vida. François empieza a cumplir su sueño de presentar diseños propios, congraciándose incluso con los militares invasores. Pero carece de dotes para el esbozo de alhajas. Lo que le lleva a pedir ayuda a su jefe recluido.

“Fue un error ofrecerle esta tienda. Antes no tenía nada, ahora lo quiere todo”, le dice Blanche Mercier al Sr. Haffmann. El filme va ahondando en zonas cada vez más oscuras formadas de ruindad y el ansia de reconocimiento de un empleado ambicioso pero con pocas cualidades.

Ese “lo quiere todo” incluye la apropiación y la amistad con un oficial alemán, cliente y proveedor de piedras preciosas robadas a los judíos; incluye la ilusión de ser padre y de tener el amor de su esposa.

Mercier acaba por convertirse en un sinvergüenza oportunista ante la tragedia de los demás, con la violencia psicológica y la perversidad que hace mella en los tres personajes, creando un clima asfixiante.

El espectador asiste a esta historia con inquietud, con varias vueltas de tuerca en la trama. Historia que además es reveladora del carácter humano, en lo bueno, lo dudoso y lo censurable.

En la interpretación, son principales dos actores sólidos, Gilles Lellouche y, especialmente, Daniel Auteuil, que hacen comprensible la complejidad moral que arrastran los personajes. Sin embargo, es Sara Giraudeau (con cara de mosquita muerta), quien introduce la mayor carga dramática, capaz de expresar con notable sensibilidad la problemática que se le plantea.

Especial fuerza tiene Nikolái Kinski (hijo del peculiar Klaus) que interpreta a un oficial nazi que sabe hacer titubear y amedrentar (“la suerte, como la guerra, dura poco”, le dice el oficial a Mercier).

Y hay más, Mercier busca la paternidad que a él le es negada biológicamente. Para sorpresa de su mujer y del propio jefe, les propone una paternidad, en que el propio Haffmann se ofrezca a fecundar a su mujer. Tensión y locura total.

Estamos ante un producto francés clásico en cuanto a narración y por ofrecer un cine de calidad, a lo que hay que añadir que cuenta una parte de la historia francesa, no bien conocida.

Publicado en revista Encadenados.

 

MONSIEUR BATIGNOLE (2001). Dirigió Gérard Jugnot esta comedia dramática o sencillamente drama total que, si bien tuvo una magnífica acogida del público, igualmente produjo una seria división de opiniones por parte de los críticos.

En la historia París, 1942, ocupación alemana. El dueño de una charcutería, Edmond Batignole (Gérard Jugnot), un hombre carácter débil, provee de sus productos al ejército alemán, ello gracias a Jean-Pierre, el novio de su hija, un colaboracionista que delata a los judíos.

Los Bernstein, vecinos de los Batignole, son arrestados y confiscadas sus pertenencias, lo cual que hasta el piso que habitaban es cedido a los Batignole. Pero un día, en medio de una fiesta donde Batignole festeja con los germanos, llama a la puerta el pequeño Simon Bernstein (Jules Sitruk), que ha logrado escapar y retorna a su casa para reunirse con su familia. Los sucesos discurrirán por un camino no exento de tendencia lacrimógena.

La película tiene dos partes diferenciadas. Por un lado ofrece una descripción de la ocupación, sus protagonistas, métodos y la crueldad con la que detienen masivamente a los judíos franceses. De otro lado, hay una referencia superficial y caricaturesca del colaboracionismo (encarnado en Pierre Jean Lamour). Y en un tercer punto tenemos a Edmund Batignole, ingenuo, de cortas entendederas y poco comprometido, con un comportamiento desordenado que tiene su hilaridad. Cuando se cruza en su camino el pequeño Simon, listo, avispado y manipulador, se entabla entre ambos una lucha de poder a poder (lo más interesante del film), de la que el niño sale vencedor siempre.

Realmente el filme es poco crítico con el colaboracionismo, y se a limita a ponernos delante a un personaje de caricatura (el aspirante a yerno del protagonista) y poco más, lo cual que fue una ocasión perdida para llevar a la pantalla con seriedad y severidad tanto dolor y tanta hipocresía como significó el colaboracionismo en Francia con las tropas germanas invasoras, y los delirantes y criminales métodos de exterminio de los Nazis. De modo que los detalles y aspectos sórdidos son mantenidos a distancia.

Sugestiva y distraída, aunque su elección por la afabilidad y la gracia le resta intensidad y emoción.

Película completa español:

 

LACOMBE LUCIEN (1974). Vi esta película por vez primera en su estreno, en mi vida de estudiante. Me gustó mucho, intuí muchas cosas de la ocupación nazi en Francia que por mi juventud ignoraba.

Muy bien dirigida por el director francés Louis Malle (autor también de “Adios, muchachos”, 1987). Guion cuidadoso, compartido con el novelista Patrick Modiano, Malle trabajó con actores no profesionales (tal el protagonista Blaise) mezclados con profesionales. Describe el camino del joven campesino Lacombe, analfabeto, de familia desarraigada y pobre, hacia el colaboracionismo con los alemanes, después que fuera rechazado para ingresar en la “resistencia francesa”.

Los acontecimientos ocurren en la zona de Toulouse, en la que se produjeron matanzas por parte de los nazis. Una dirección que acierta a recrear el ambiente de la Francia ocupada y sometida.

Malle no enjuicia lo que ocurre ni califica al joven vendido a los germanos como un monstruo, sino meramente como un muchacho sin rumbo que se equivoca, aunque hay algunas escenas iniciales de caza, que lo muestran como un sujeto frío y distante.

Lo cierto es que Malle, en aquellos setenta, mostró una Francia que había estado oculta, lo cual provocó una gran polémica en el país galo, pues hasta aquellos tiempos, era un tema tabú la posición que tuvo la sociedad civil francesa ante la ocupación alemana.

Igualmente, Malle, pone en duda la idealización de la Resistencia francesa entre 1940 y 1944, que tras la guerra fueron considerados héroes y autores de la recuperación del país. Lo que vemos en la pantalla es una población que ante la ocupación nazi adopta un posicionamiento mustio, alejado del mítico heroísmo de la versión oficial.

Entre los intérpretes hay actores y actrices amateur, con otros profesionales. Pierre Blaise inició una carrera prometedora truncada por un mortal accidente de tráfico; Aurora Clément tuvo una prolongada carrera de éxitos; el secundario Helfer Lawenadler, en el papel de médico, obtuvo 2 merecidos premios internacionales.

Este filme estuvo nominado al Oscar a la Mejor Película de habla no inglesa en aquel año y considero que no fue bien entendido o que se realizó y estrenó en una época en la que aún quedaban muchos flecos sueltos y mal digeridos con relación a la II Gran Guerra en una Francia cuyos gobernantes se dejaron invadir por los teutones. Pero sin duda es una película narrativamente clara, emotiva y éticamente seria.