Hoy toca hablar de películas que tuvieron en mí la sensación de estar visionando sueños. Películas que parecen sacadas del soñar, o mejor, de un mal sueño, de un sueño turbulento. Imágenes, escenas, elementos diversos, personajes variados y bizarros, una trama inverosímil, amores, broncas, persecuciones, anhelos, seres que mutan y escenarios inconcebibles.
En algunas películas hay la sensación de que lo que se está viendo en la pantalla no puede ser real, relatos que parecen traídos de lo más remoto e inverosímil, de una experiencia alucinatoria, pues no otra cosa son las imágenes y vivencias oníricas.
Por eso el título esta entrega, cine onírico, porque algunas películas, por su carácter surrealista e incluso de pesadilla, nos recuerdan a esos sueños en los cuales, al despertar, damos gracias de volver a la realidad.
Escribo hoy sobre El cuarto pasajero (2022) (estreno), de Álex de la Iglesia; y Jo, qué noche (1985), de M. Scorsese.
EL CUARTO PASAJERO (2022). Un excelente Álex de la Iglesia, nos cuenta una historia que divierte, aterroriza, inquieta, enamora y mantiene la atención todo el metraje.
Filme que parece fruto de una ensoñación donde los elementos van y vienen, los personajes se entremezclan cuando menos se piensa y finalmente, el amor asoma en forma pasional.
Aparece inicialmente un personaje a la expectativa de un encuentro, Julián (Alberto San Juan), un hombre maduro, divorciado y en paro. Julián comparte su automóvil por medio de una aplicación de móvil, pero especialmente lo hace con la bonita Lorena (Blanca Suárez), una joven que viaja a menudo con él de Bilbao a Madrid, ida y vuelta. Julián está enamorado de ella.
Pero hay otros. Uno inquietante (Ernesto Alterio), que provocará un radical cambio en el rumbo de los acontecimientos, con episodios insólitos, cómicos e incluso violentos. El otro es un joven atractivo (Rubén Cortada) que se ha colado en el lote. Individuos muy diferentes, todos juntos en el coche de Julián, para compartir los gastos.
Cada cual, dentro de sus desdichas, sus vacilaciones y sus secretos más profundos, hacen lo posible por huir, no sólo del propio coche que los transporta, sino también de sí mismos.
Pero hay una extraña y pegajosa fuerza que les va devolviendo una y otra vez al punto de partida. No pueden salir del coche por la misma razón que tampoco pueden dejar de ser quienes son, ni alcanzar lo que desearían ser.
El filme es igualmente una inopinada comedia romántica y una feliz reelaboración del cuento de Julio Cortázar, “La autopista del sur”, solo que aquí en un monumental atasco para entrar a Madrid, con incidentes, accidentes, gritos, giros sorpresa, acelerones y derrapes.
En este embotellamiento, que evoca la imagen del estancamiento, es donde la película se expande, crece, se reproduce e incluso, a un tris de morir, resucita.
En esta parte final de la cinta, es cuando aparece con más fuerza un humor ocurrente y creativo que provoca risas y carcajadas. Abandona De la Iglesia el deseo de parecer inteligente, para arrojarse al fangal de la locura total.
Reparto y concluyendo
El reparto es sensacional, con un acertado San Juan como enamorado que no se rinde bajo ningún concepto, firme en su amor como un noray de amarre inconmovible; la Suárez, además de muy linda, está sensacional como mujer que ama en silencio; Alterio en un papel que es motor principal en la historia: cara dura superlativo. Rubén Cortada muy bien como joven apuesto y ducho en taekwondo.
Las películas de Álex de la Iglesia siempre tienen gran carga de humor negro e incluso terrorífico. Pero creo que gana cuando va más allá de esta oscura visión para mirar hacia la comedia humana; entonces saca su lado más divertido y mordiente, tal el caso.
Hay cierto costumbrismo esperpéntico apoyado en el bien hacer y el encanto de los intérpretes, donde Alterio se lleva la palma. Hay situaciones cómicas y geniales, como la escena en la tienda de la gasolinera, los encuentros con los guardias civiles o la parada en un Motel.
Película muy divertida que no busca la sofisticación ni el barroquismo, sino que va directa al gag visual, a la situación absurda y rocambolesca, a la construcción y deconstrucción del estereotipo.
Y un disparatado final que deviene deliciosamente absurdo, extático en su desmesura, pomposamente burlesco, como para pasar un rato muy bueno.
Publicado más extenso en revista de cine ENCADENADOS.
JO, QUÉ NOCHE (AFTER HOURS) (1985). Es muy habitual oír hablar peyorativamente del trabajo y de las rutinas diarias. Se piensa que es fuera de ese lugar donde existe un mundo de libertad o expansión sin límite. De hecho, cuando tercia un tiempo festivo, son millones las personas que emprenden viajes y aventuras.
En este filme de Martin Scorsese, un pobre informático de nombre Paul Hackett (Griffin Dunne) trabaja en una oficina tediosa. Individuo solitario y frío, un día se tropieza con una joven que lo invita a visitarla en el Soho, el famoso barrio neoyorquino. Y así, se dispone a la cosa de l'aventure c'est l'aventure.
Pero cuando Paul Hackett pierda el dinero de vuelta de la manera más estúpida imaginable y quede empantanado en el Soho, se producirá el comienzo de otra aventura, a ratos desternillante, a ratos surrealista e incluso dramática.
El insociable Hackett, por la invitación de la insinuante joven que de nada conocía, Marcy (Rosanna Arquette), se ve envuelto en un encadenamiento de peripecias por las peores zonas de Nueva York, donde vivirá una loca, peligrosa, kafkiana, inquietante e interminable noche: “¡Jo, qué noche!”.
El psicoanálisis hace su acto de presencia en la cinta pues Paul es un ser castrado por las mujeres. De un lado lo demuestra la chica de nombre Kiki con su ansia de masoquismo; Marcy lo rechaza; Julie y Gail provocan a una multitud contra él; y June lo encorseta en papel maché, reduciéndolo a la indefensión.
Además, hay referencias a la castración. En el baño del Berlín Bar, hay una imagen garabateada en la pared de un tiburón mordiendo el pene erecto de un hombre; o Kiki, que sostiene un cigarrillo en los dientes cuando lo conoce (símbolo fálico-oral castrador); y otros…
En fin, Paul es un hombre apocado y timorato. Sabemos que Scorsese le pidió a Dunne que se abstuviese de relaciones sexuales e incluso de dormir, para tener una idea más cabal y realista de la paranoia que habría de interpretar en el filme.
La cosa es que el informático, tras estar en el Soho con estas experiencias anhela retornar a sus dominios cotidianos, pero pierde el último metro de la noche, pues se ha quedado sin dinero para el ticket.
De manera que se ve anclado al lugar, teniendo que pasar la noche allí sin opción de regreso. Sin saber muy bien qué hacer, el joven sufrirá gran angustia, pánico y penas frente a una fauna nocturna pintoresca y hostil en ocasiones; incluso hasta llegan a perseguirlo para matarlo.
Scorsese consigue una película con cargas de profundidad. Dicen que diseñó la película como una parodia del estilo de Hitchcock. El filme es conducido por un inigualable guion de Joseph Minion, guion muy ocurrente y sin fisuras; hilarante y brillante a partes iguales.
La obra es una metáfora de los temores que alguien puede soñar en una pesadilla e incluso como salidos del delirio de un enfermo paranoico. Descenso a los infiernos. Inquietante la música de Howard Shore y una excelente fotografía de Michael Ballhaus (desde entonces colaborador habitual de Scorsese).
Lo más curioso es que tras esa diabólica noche, cuando el joven regresa a su gris y aburrida oficina, lo hace como quien por fin ha avistado tierra en una nave a la deriva, como quien encuentra un refugio, llegando a preferir la tediosa cotidianeidad laboral, a la pasión del linchamiento popular en que concluye su aventura. Digo esto a propósito de lo que comentaba al principio: la mala prensa de las rutinas cotidianas que, resulta, son en gran medida “reaseguradoras”.
El actor Griffin Dunne es un cómico limitado, aunque hace un trabajo que pasa el corte, una de sus mejores interpretaciones, el papel de su vida, un personaje cero empático, sin éxito con las mujeres y muy retraído. También una estupenda Rosanna Arquette (nominación a los Premios Bafta); preciosa Linda Florentino como la escultora.
El crítico de cine Roger Ebert elogió la película como una de las mejores del año y dijo que “continúa el intento de Scorsese de combinar la comedia y la sátira con una presión implacable y una sensación de paranoia omnipresente”. Fernando Morales la definió como una “Comedia sofisticada y enloquecida, llena de fuerza”.
Recuerdo que la primera vez que la vi, salí de la sala de cine con la impresión de haber asistido a una obra alegórica, sobre lo que podemos imaginar, fantasear o soñar, e incluso cosas que son factibles de ocurrir en la realidad.
Publicado más extenso en revista ENCADENADOS.