Si este verano El Puerto era ‘pijo’ -según un artículo de un medio nacional- y hemos sido latinos, orgullosos y etcétera, ahora somos una ciudad decadente no nos faltan adjetivos. Y es que días atrás la editorial de un grupo de información escrito ha sido bastante explícita con la situación del centro histórico y el estado de deterioro en que se encuentra, y todo ello adobado con un extenso publirreportaje de imágenes que causan más miedo que una fiesta de fin de curso de los cayetanos del Ahúja. ¿Tremendismo informativo? No, la pura realidad, lo que ocurre es que esto no coge por sorpresa a nadie, todos conocemos la película que en numerosas ocasiones aquí se ha relatado por tanto nada nuevo bajo el sol Federico...
La enfermedad es antigua, crónica. Mientras poblaciones del entorno empleaban medidas para revitalizar y adecentar sus cascos históricos, aquí andábamos enfrascados en levantar glorietas y en desmadres urbanísticos varios, todo ello en vez de aplicar un proyecto para recuperarlo, crear un centro de documentación en relación a las estructuras patrimoniales que permita tener el registro del estado en el que se encuentra, y un plan de vivienda para los jóvenes. Un problema añadido es el peligro para la seguridad ciudadana en numerosas fincas ruinosas que son propicias para crear situaciones que incumplan la ordenanza de convivencia. Por otro lado está el inconveniente de la adquisición de los suelos. Los propietarios (la mayoría entidades financieras) se niegan a vender o piden cifras elevadas), existiendo la falta de conexión con zonas de actividad económica ya que no puede basarse la recuperación en los usos residenciales.
La pregunta es qué es lo que se necesita hacer para levantar algo que parece herido de muerte. La inacción de unos y otros gobiernos de distintos colores, las posturas enfrentadas, la no conclusión de proyectos de progreso, y, sobre todo, el incumplimiento de falsas promesas electorales, nos han llevado a esta penuria y decaimiento.
La dicotomía abierta es evidente: o te crees los mundos de yupi pintados por las redes sociales del entorno de quienes nos dirigen, o ves todo negro y piensas que ‘El Muerto de Santa María’ ya no tiene solución. El eslogan que adjunta a la nueva denominación de este rincón de la Bahía es previsible: “Hay que ver cómo está todo”. Es probable que el resto tome esta opinión como un criticar por criticar y un constante menosprecio hacia todas las iniciativas pero es que la gente ya empieza a estar cansada de tanto pan y circo y mientras tanto la casa sin barrer.
Para recomponernos, debemos preguntarnos antes qué es actualmente El Puerto y sus gentes y en qué se ha convertido; si está del todo muerto o aún tiene remedio; si la culpa de los males que padecemos se debe a pésimas gestiones anteriores o es todo producto de la actual; si son soluciones beneficiosas para nuestro futuro las acciones que se están ejecutando o se van a ejecutar a pesar de ser contrarias a la opinión pública, o si al final de todo, no son ellos sino somos los propios portuenses los culpables de este desaguisado. Ahora sólo hay que saber lo que necesita ser deconstruido y encontrar la manera y las personas que sepan levantar un modelo de ciudad próspero y habitable.
Hay que lograr que los diferentes aspectos de la administración local y lo que venga de ella dejen de ser el cortijo de unos pocos y dar lugar para que surjan voces distintas a los embaucadores de siempre y sus aduladores porque, como decía Aristóteles, una ciudad está compuesta por diferentes clases de hombres de distinto pensamiento; personas similares no pueden crear una ciudad.