Comenzada la cuenta atrás, para algunos es más bien una carrera contra reloj que el ansia viva de comenzar el baile del rebujito. Y es que, la feria, es como ese palacio que Enrique VIII desplegó a base de lonas para sorprender a su homónimo francés. Es como esos campos plagados de tanques hinchables para sorprender al enemigo.

La feria, al fin y al cabo, que para algunos una fiesta, es el resulto de miles de argucias, engaños. Y problemas. Como decía, esos días de fiesta encierran mucho más, y para algunos ahora vendrán el claro, hay gente que trabaja para que otros disfruten, algo claro como el agua y que durante todo el año ocurre, porque cualquier diversión tiene detrás a cientos de personas que lo hacen posible y que además, como es justo, cobran por ello. Pero la feria, la feria, la feria encierra otro submundo que la hace posible, un submundo cuyas profundidades afecta a ayuntamientos y técnicos, que tienen que crear esa palacio dorado y falso.



Luego, luego llega el turno a los interiores de cada sala, cada caseta tiene sus problemas, las negociaciones con caseteros, feriantes al fin y al cabo con mas tiros dados que un patito de feria, nunca mejor dicho, y que al final, como si de un secreto de estado se tratase, obtienen unas ganancias, que nunca son reveladas, pero que siempre son muy por debajo de las expectativas, argumento que al siguiente año se usa porque no piensan seguir perdiendo dinero (a pesar de que año tras año siguen haciendo esas ferias que supuestamente no son rentables).

La feria, la fantástica feria, al fin y al cabo es un verdadero quebradero de cabeza, sobre todo para los que ni viven de ella, ni obtienen rédito alguno. Por ello, y en estos días previos, creo que es importante pararse a pensar en el esfuerzo de aquellos que, sin obtener ni oficio ni beneficio, pierden su tiempo en que todo sea posible. Así que alcemos esa copa de prefería por todos los que hacen también posible, de forma desinteresada, esa feria que nos espera.