En estos días en los que celebramos el día del libro, lo propio sería hablar de los libros, pero no como elementos decorativos, que juntados con lomos de vivos colores quedan preciosos en el salón de casa.
Tampoco hablamos de esos libros, que para una inmensa mayoría no valen nada sin dibujitos o fotos. Cuando nos referimos al día del libro lo hacemos pensando esa leyenda urbana de la que alguna gente joven oyó hablar.
No hace mucho tiempo, cuando los teléfonos no se podían transportar, y lo más que podíamos ver en ellos era una rueda llena de ruedecitas, los libros eran algo más que una diversión, más que el Netflix y el Disney Plus juntos. Había personas que podían pasar incluso más tiempo leyendo que un gamer culturizándose con el Candy.
Todavía existen, y a veces, pueden incluso verse a seres humanos pasando sus páginas, virtuales o de papel, absortos, en un mundo mágico que les hace escapar de una realidad, que, gracias a los libros, incluso comprenden mejor. Dice, igualmente, una vieja leyenda urbana, que, en los centros educativos, que se llamaban colegios, a diferencia de los centros de adoctrinamiento, actualmente centros de formación del espíritu socio social, incluso se obligaba a los menores a leer hasta tres y cuatro libros al año.
Actualmente, la falta de imaginación impide a muchas de las nuevas generaciones saber lo que se esconde tras unas tapas, porque, en una sociedad donde todo se da hecho, donde la imaginación se sustituye por realidades virtuales, una sociedad que cuando cierra los ojos dice no ver nada, donde el volar, libre y sin tabúes se deja para los superhéroes y las series enlatadas, los libros apenas tienen lugar. Y, sin embargo, con un libro en las manos, mientras lentamente pasan por nuestros ojos las palabras, la mente se llena de color, ponemos voces a nuestro gusto y paisajes distintos al que vio el autor, vamos rodando, con cada página, escenas imperecederas que solo nos pertenecerán a nosotros, y viviremos con cada capítulo, la historia más grande jamás vivida.
Ojalá, esta leyenda nunca acabe, ojalá alguien cambien el juego de muñecas para dejar de apretar un botón y por fin, pase la siguiente página.