Diversos organismos nacionales e internacionales han denunciado el deterioro actual de las condiciones laborales. Se critica principalmente que, para maximizar las ganancias, se ha entrado en una espiral de bajos salarios y un aumento de contratos temporales, en detrimento de la dignidad y la certidumbre en la continuidad del trabajo.
El planteamiento de las películas que trataré hoy evoca lo que se denomina “sociedad enfermante”. El psicoanalista Racamier en su obra Le Psychanaliste sans Divan, insiste en la idea de que los síntomas de depresión o angustia de las personas ponen en evidencia el trastorno de la sociedad en su conjunto. Estamos asistiendo actualmente a perversos cambios sociales, donde la alienación y el descarte se manifiesta en un aumento de los trastornos psíquicos e incluso en un aumento en la tasa de suicidios.
Se explica esto por el llamado “principio de homología" o equivalencia entre contextos faltos de auténtica afectividad, contextos de indiferencia que hacen emerger dificultades anímicas y su correspondencia con patologías diversas. De la manera que dijera Erich Fromm: si el entorno está enfermo, nuestra adaptación sólo puede producirse por medio de conductas igualmente enfermas.
Estas películas de las que ahora hablaré muestran personajes que sólo pueden responder en forma abatida a un mundo que le ha dejado al lado del camino. Sobrevivir o afrontar una existencia difícil, exige en estos casos de un ímprobo esfuerzo que no cualquiera puede soportar si pagar un duro peaje; se requeriría al menos de una respuesta afectiva y de aliento de parte de un “otro”. Hablaré de: En un muelle de Normandía (2021), de E. Carrère y Un día, una noche (2014), de los hermanos Dardenne.
EN UN MUELLE DE NORMANDÍA (2021). Tercer largometraje dirigido por el también escritor Enmanuel Carrère, que adapta una novela de Florence Aubenas, quien quiso indagar sobre la explotación laboral. Para ello se hizo pasar por una mujer sin estudios y accedió a un trabajo duro y mal pagado, para sufrir en sus carnes aquello que deseaba reflejar en su libro.
La película comienza de manera lúcida, atenta al gesto de la protagonista, que nos introduce en el padecimiento de unos personajes en una oficina de empleo, retrato doloroso de la precariedad en lo laboral.
La dirección de Carrère es briosa, con una eficaz presentación de los personajes, un estudio perspicaz de los mismos, con sus interacciones laborales y su vida familiar.
Marianne Winckler (una Juliette Binoche desmaquillada), es la escritora que quiere recoger en una novela la dificultad de los trabajos duros, implicándose personalmente. Para conseguirlo, oculta su identidad y pasa a ser una limpiadora. Poco a poco irá descubriendo un mundo en el cual acucia la necesidad, en el que cada moneda ganada o gastada tiene su importancia.
En esta obra se evidencia la cruda realidad de laboral de las trabajadoras de la limpieza, el drama que deben vivir cada día y la explotación a la que son sometidas.
Es mezcla de ficción y documental (docuficción), donde una actriz conocida como la Binoche, se coloca en un entorno realista de penuria, rodeada de mujeres que en su vida son trabajadoras verdaderamente.
La dureza de la experiencia no es óbice para aflore la solidaridad y el respaldo de las colegas de faena. Se crean fuertes lazos de amistad entre Marianne y las limpiadoras. Ayuda recíproca que lleva a intimar y que se dé confianza y familiaridad. Como cuando Marianne va a casa de una de las trabajadoras a celebrar su cumpleaños.
El asunto difícil y complejo se plantea cuando surge la interrogante sobre qué ocurrirá cuando se sepa la verdad, o sea, que Marianne no es una mujer de la limpieza.
En este punto la historia se torna más reflexiva, pues se plantea si lo que hace Marianne no es una manera de falsedad e incluso de traición, engañar a sus nuevas amigas obreras con la intención de triunfar e incluso vender más libros.
En cuanto al reparto resulta interesante es saber que la única actriz profesional es la Binoche; el resto son trabajadoras que están geniales en la pantalla. Para ello, Juliette Binoche se involucró en ayudar a estas féminas. Mujeres que nunca habían rodado ninguna película y que durante meses ensayaron para que saliera bien la cosa.
Vemos mujeres en plena faena, limpiando los baños y los camarotes de un enorme Ferry, a destajo. Podría ocurrir y ojalá así sea, que los que vean la película, en un futuro se muestren más sensibles con esas señoras que se dedican a adecentar las oficinas, las habitaciones de hotel, los cines y teatros, o sencillamente, la propia casa.
Queda también para la reflexión, el espinoso equilibrio entre objetividad y subjetividad que sustenta el relato de esta escritora que quiere vivir la experiencia de ser limpiadora por unos días.
Pero esto ha sucedido también con investigadores que se han metido dentro de entornos sociales o instituciones, para indagar por propia experiencia, qué ocurría en esos centros con residentes o internos. Como el sociólogo canadiense Erving Goffman o el psiquiatra Paul Claude Racamier, que convivieron con los propios enfermos mentales.
Película que rastrea en las miserias de los trabajos mal pagados, lo cual nos estimula a la reflexión sobre ese ardid de Marianne, como vía para entender y comprender la realidad penosa de la precariedad laboral.
Más extenso en revista de cine Encadenados.
DOS DÍAS, UNA NOCHE (2014). Sandra (Marion Cotillard) tiene un fin de semana (dos días y una noche) para visitar a sus compañeros de trabajo y convencerlos de que renuncien a su paga extraordinaria en la empresa, a cambio de que ella pueda mantener su puesto de trabajo; según la decisión del propietario de la empresa donde trabaja. Pero no todos están dispuestos.
Película dirigida y escrita con pulso por los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne, que sirve a modo de revulsivo social. Retrata una realidad sangrante en nuestros días: la falta de trabajo, sus causas y sus consecuencias. Así como las grietas en una sociedad falta de solidaridad que excluye a personas que pasan penalidades. También los problemas psicológicos que se derivan de este estado de cosas.
De hecho, la peli narra la historia de una mujer que vive en una noche permanente, fruto de una depresión, un tema central en el filme.
Buena fotografía de Alain Marcoen y una música variada de rock y canciones melódicas. Hay, por ejemplo, una escena en la que suena en un viaje en coche, una vieja canción melancólica cantada en un francés con acento americano a cargo por Petula Clark.
El reparto es mayormente Marion Cotillard, protagonista con absoluta autoridad. Obra triste, con mucha tensión social y un clima gris. La Cotillard, con rictus melancólico y de indefensión. Le secunda muy bien el que hace de esposo, Fabrizio Rongione, así como un elenco de intérpretes como Simon Caudry o Catherine Salée.
Sandra, mujer joven, toma antidepresivos, siempre quiere dormir y aislarse en la cama en posición fetal; e ideas de suicidio. Si su trabajo falla, la economía familiar se hunde. Por suerte la acompaña un esposo bueno que lleva el peso de la familia.
Película que aboga por una especie de socialismo socialismo utópico, de tipo doméstico. Y subraya la importancia del “factor humano” que somos todos, para bien o para mal. Como se ve en la pantalla, unos colaboran con Sandra, pero en otros prevalecen los propios intereses.
Recuerdo aquí que la visión integradora como aspiración del “hombre nuevo”. Como afirma el filósofo escocés John McMurray: "Todo conocimiento tiene sentido gracias a la acción, y toda acción tiene sentido gracias a la amistad". En esta historia falla la amistad. Los Dardenne han declarado que “la solidaridad en la época actual es algo casi utópico”. Aun así, la película es esperanzadora, pues también hay dosis de fraternidad hacia Marianne.
La historia se desarrolla en Bélgica. Por lo tanto, el filme habla de nuestra realidad europea, donde el trabajo es un bien escaso y hay muchas desigualdades sociales.
Los sociólogos advierten que las nuevas tecnologías y otras herramientas hacen que haya menos trabajo. Pero se necesitan millones de empleos para incorporar a los jóvenes al mundo laboral; y del “reparto del trabajo” como derecho inalienable del individuo.
En fin, el jefe y la mitad de los compañeros, por ambición o necesidad, se convierten en mezquinos bajo la consigna del “sálvese quien pueda”.
Los hermanos Dardenne cuentan esta historia con estilo austero, un realismo creíble con vocación documental, huyendo del tópico de “buenos y malos”, pues todos tienen sus razones ante un dilema cruel. Nuestra época tiene mucho de insolidaridad y consumismo miserable y sórdido, capaz de mirar por las pequeñas apetencias, antes que por lo propiamente humano.
Pero también se ve en la cinta gente buena y solidaria. Al final, cuando todo parece perdido, brota el lado bueno, hacer lo que se debe hacer: luchar, ayudar, negarse a dañar a la compañera y amiga. Uno de los mejores mensajes es el rayo de esperanza final que apunta a que no serán los villanos quienes triunfen en la dura batalla de la inmoralidad y la injusticia.
Cine escueto y desprovisto de ostentosidad, el viacrucis de una mujer que busca respaldo y piedad. No se alza la voz ni se derrumban las murallas de Jericó. Es meramente una mujer abatida que busca amparo en un entorno cruel. Retratado sin grandes revoluciones, sin dogmas ni ideologías precisas. Lo importante es el efecto colateral de la mirada de la protagonista y de los compañeros que deben decidir entre lo que más necesitan (el dinero) y su dignidad como seres sociales.
Un filme admirable, sin moralina, una pequeña gran película que sale de lo humilde, de lo cotidiano. No es cine panfletario, ni cine que subvierta políticamente; tampoco una historia sobre la depresión psicológica, aunque toque todos esos palos. Es una película sobre la necesidad, el decoro y la empatía. Que indaga los límites entre el individualismo y el amor: la lucha que es en definitiva, la vida.
Esperanza, cinta taciturna en ocasiones alegre, que tiene un final cargado de hermosas consideraciones sobre las posibilidades del ser humano.