A veces, muchas veces, comentamos tópicos, situaciones reiterativas, costumbres, formas de pensar o ver la vida que se repiten un año tras otro, y a punto de acabar el mes de los muertos, comienza el mes del abrazo.
Puede que la culpan la tengan esas películas, tan españolas como el Haloguin, que nos imponen desde la Cancillería, o desde la Casa Blanca, y que, desde hace algunas semanas, solo nos cuentan historias de Navidad, de amores imposibles salvo para el dueño de el Rudolf.
Bellas historias de milagros cotidianos, de encuentros propiciados por un señor, ya no tan grueso, de barba blanca y buenísimas intenciones, vamos, el dueño del Rudolf. Otras propician reencuentros de familias desestructuradas o uniones entre vecinos que eran eternos enemigos, pequeños milagros posibles y cotidianos, pero que solo ocurren en las películas de fuera… porque las nuestras sí que eran reales.
Todas tienen en común el hacernos mirar el lado más humano, amable y ñoño de nuestro retorcido ser. Y en ese ambiente, entramos en el mes de los mensajes. Desde llamadas o mensajes a familiares de los que no nos acordamos jamás, a los abrazos virtuales colectivos que damos, a veces sin pesarnos, a esas personas que no se merecerían ni un buenos días de nuestros labios.
Entramos en el mes en donde la empatía televisiva se contagia de Paz y Amor. Después criticamos a La gran familia, tachándola de propaganda mal intencionada. Nos reímos de Chencho por imbécil, y miramos con desprecio al abuelo que tenemos en casa por carajote. Y con mas cuento que el párroco de Se armó el Belen, nos vestimos de Elfo y hasta derramamos una lagrimita por los que se fueron.
Al igual que esto ocurre una Navidad tras otra, una Navidad tras otra, habrá gente, como yo, que pida que esa empatía, bien intencionada amistad; que ese abrazo virtual y esa bonhomía hacia nuestros más despreciables amigos, no sea solo cosa de la Navidad. Pero como ocurre siempre, pasaran mas de mil años, muchos más, y nada, nada cambiará. De todos modos, dadas las fechas que se acercan…. Feliz Navidad y… por cierto, Chencho aparece al final de la película, y la culpa no era del abuelo.