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Hoy hablaré de sendas películas sobre dos mujeres empresarias, con intereses centrados en el campo o la ganadería. Una y otra mujer son fuertes y obstinadas en sacar adelante sus negocios. Además, en ambas películas, las señoras recurren a un tipo de empleo muy positivo denominado “Integración penal” o “rehabilitación de reclusos”. Medidas de apoyo a la recuperación de reclusos y su integración en la comunidad, a través de la contratación en trabajos que a su vez requieren un aprendizaje.

Escribiré del filme de Pierre Pinaud, Entre rosas (2020), estrenado recientemente (Multicines Bahía Mar en El Puerto de Santa María); y sobre: El galope salvaje (2017), de Alex Ranarivelo.

ENTRE ROSAS (2020). Película agradable de ver que cuenta las adversidades que debe afrontar Eve Vernet (Catherine Frot), una experta criadora y creadora de nuevas especies de rosas, que se encuentra al borde de la quiebra y a punto de ser absorbida por un poderoso y repelente competidor.

Eve ya no tiene edad para imaginar una vida familiar y con hijos, porque ha dedicado su existencia a cultivar rosas. Rosas que fueron las más reconocidas en su momento.

Pero el mercantilismo ha decidido que está pasada de moda según los cánones dominantes, como si los delicados colores o las fragancias de las flores tuvieran que claudicar ante las despiadadas leyes de la moda y la avaricia del mercado.

Eve está más que afectada anímicamente, viendo cómo su vida y su vocación se pueden venir abajo y su vida entrar en caída libre. Se une a ello que su enemigo y contrincante principal, gana todos concursos de la especialidad en rosas que ella dominaba. Ahora los balances de su empresa anuncian quiebra.

En esta situación Véra, su fiel secretaria, toma la decisión de contratar a tres empleados sin conocimientos de jardinería, una idea brillante que podría cambiar sus vidas y dar un vuelco a la situación. Lo interesante es que van a contratar a personas en régimen de “integración penal”, para su reinserción; ello además tiene beneficios fiscales. Lo malo es que no tienen preparación hortícola ni jardinera. Pero juntos, dos hombres y una joven se comprometen para salvar la explotación artesanal de rosas.

El filme trata de la búsqueda de la belleza, algo que en el caso de Eve justifica los años de dedicación que ha destinado al cuidado de sus plantaciones florales y el esmero exquisito a los nuevos híbridos de rosa en invernaderos. Pero también tiene el filme un mensaje contra el mercantilismo vulgar imperante.

Aunque nunca deja de ser una comedia tierna, hay también espacio para los asuntos sociales y de clase, con unos pobres trabajadores, pequeños delincuentes, que anhelan reinsertarse, vivir en paz y tener un empleo fijo.

En la dirección Pierre Pinaud acomete su segundo largometraje, lo cual que le ha salido una comedia amable, pedagógica, con buena onda y un reparto pequeño pero equilibrado.

El guion es resultón y bien hilado, aunque sin mordiente ni mayores sobresaltos. Está escrito por Fadette Drouard, Philippe Le Guay y el propio Pinaud.

Bien por la música de Mathieu Lamboley y sus bonitas canciones que no excluyen algo de rap. Estupenda fotografía de Guillaume Deffontaines y buena puesta en escena. Maravillosa propuesta, que vuelve a demostrar el poder del cine que sienta bien y alimenta el espíritu.

También, la fábula de “Entre rosas” tiene aristas dramáticas, como el conflicto social derivado de la inmigración, el abandono de unos padres hacia su hijo y la necesidad de afecto de sus empleados presidiarios.

La película parece hecha a medida de la veterana y eficaz actriz Catherine Frot, una mujer cuyo recorrido en el teatro y en la gran pantalla se remonta a los años 70 y que, como los buenos vinos, ha ido ganando reconocimiento como intérprete. Frot (de gran parecido por cierto con nuestra Carmen Machi) derrocha encanto, con un personaje complejo cuya lealtad familiar por el cultivo de rosas esconde un trasfondo de soledad y melancolía.

Quiero recordar que en España pudimos hace unos meses el estreno de Bajo las estrellas de París” (2019), filme de Claus Drexel humano y humanista, basado en la tragedia de los simpapeles.

Además de la Frot sobresalen Olivia Côte, que encarna muy bien a la fiel secretaria; el joven Vincent Dedienne Melan Omerta, excelente en su rol de joven delincuente de poca monta, solo en la vida; o Melan Omerta, que apenas había rodado un corto y algún papelito en TV.

La película en si constituye un espacio apacible donde pasar hora y media sin muchos sobresaltos, donde, como dice Martín Bellón: “No cabe temer ni a las espinas”. Es de esas obras que ni emocionan ni decepcionan de manera particular, con algún destello brillante y, sobre todo, la cualidad de dejar buenas sensaciones.

Quizá le falte ambición, pero resulta reconfortante para una tarde de sábado en una sala de cine, a l ser un filme muy tónico y digestivo.

Igual que Emmanuelle Devos nos enseñó con su interesante filme Perfumes” (2020) a elaborar exquisitas fragancias, Frot, de la mano de Pinaud, nos muestra cómo crear maravillosos, balsámicos y coloridos híbridos de rosa en el invernadero. De igual modo, su joven empleado resulta tener excelentes cualidades para reconocer y diferenciar los aromas de las rosas, sus componentes y sus matices.

El espectador puede verse atraído con el transcurrir del metraje, por el universo de este cultivo, a la vez que va aprendiendo pequeños-grandes detalles sobre el oficio de jardinero, hasta, quién sabe, desear experimentarlo en la vida real.

Este mensaje me ha recordado ese proverbio chino que dice: “Si quieres ser feliz una hora, emborráchate. Si quieres ser feliz un día, mata un cerdo. Si quieres ser feliz una semana, haz un viaje. Si quieres ser feliz un año, cásate. Si quieres ser feliz toda tu vida, métete a jardinero”.

Como digo, una peli bonita, una comedia delicada, como sus sensibles protagonistas, que parecen pedir un lugar en este mundo materialista, para colaborar en pos de la belleza, de una hermosura que no tiene que oler a dinero, sino conducirse al modo de los delicados y pequeños brotes que con amor ya cultivaba el padre de la protagonista, omnipresente su fotografía en la casa, a quien ella idolatraba. Este detalle es un símbolo de agradecimiento y veneración a nuestros ancestros, a todos aquellos que nos enseñan en la vida tantas cosas.

En una sociedad que parece elogiar lo grotesco o lo perverso, resulta maravilloso ver en la pantalla a personajes dedicados a una profesión tan poética, sensorial y pegada a la tierra. Como se pregunta la protagonista en un momento del metraje, esta inventora de pétalos y aromas: “La vida sin belleza, ¿qué es?”.

Más extenso en revista Encadenados.

EL GALOPE SALVAJE (2017). Stella Davis (Dorian Brown Pham) es una bonita mujer viuda que pretende salvar el rancho que su difunto esposo le dejó en herencia. La historia tiene dos vertientes.

De un lado es un relato dramático sobre la lucha de una mujer contra la política equina, relativa a los caballos salvajes de raza mustang en Norteamérica y contra la burocracia federal. Aquí juega su papel la extremista de los derechos de los animales Meredith Parish (una estupenda Sharon Stone), una viuda multimillonaria, y la malvada hermana de la examiga malvada de Stella, Jennifer (Christina Moore). Meredith cree que todos los caballos deberían ser libres. Pero Stella defiende la protección de la superpoblación de esos caballos silvestres pues si se les abandona a su suerte, morirán.

Cuenta también y de manera subrayada cómo Stella se implica en una actividad para la “rehabilitación de reclusos”, trabajando con convictos para que la ayuden a domar los caballos que vagaban por su propiedad.

La cosa es que Stella y su gerente del rancho Bratt (Jason Lewis) encuentran una manada de mustang enfermos pastando en sus tierras y deciden enfrentarse al sistema. Se harán cargo junto al Programa Equino de Rehabilitación Penitenciaria (PREP), que incluye un quinteto de convictos locales, que trabajarán cada día para cuidar y montar los indómitos potros. Los presidiarios pueden incluso poner nombre a sus corceles favoritos, lo cual resulta motivador para ellos.

La película, dirigida por Alex Ranarivelo, adopta un enfoque entre simplista y duro para un asunto potencialmente profundo, complejo, que habría podido incluir la historia vital de los protagonistas y otros aspectos interesantes. Pero el guion se queda un tanto corto.

El filme acaba cayendo a pesar del esfuerzo de producción y los buenos mensajes. Ni siquiera la Stone y Flanagan logran levantar a un nivel aceptable esta producción de Netflix, un producto salido de esa comercial mediocre, empeñada en pasatiempos desaboridos y poco inteligentes.

Si miramos el reparto, destaca Browm Pham como hermosa ranchera. El resultado convence también gracias a la presencia y el tirón de la Stone, a quien acompaña algún rostro conocido como el de Toomy Flanagan, sin desmerecer a un guapetón Lewis.

Los sucesos se desarrollan en forma enrevesada y a medias creíbles, sobre todo cuando se trata de los aspectos financieros del rancho, las intenciones de los personajes, la manera de gestionar el negocio, el entrenamiento equino, una subasta de caballos asombrosa en la cual hasta Meredith Parish acaba convertida a la causa de los mustang rescatados, etc.

Y cuando ya todo parecía resuelto, cuando Stella y Bratt se habían dicho lo buenas personas que eran, cuando ya Bratt se había despedido pues iba a viajar a visitar a su hijito, entonces, cuando ya parece que el telón va a caer, entra el vaquero Bratt como un torbellino y sin pisar el freno se abalanza sobre Stella estampándole un beso con lengua y colmillo que a punto está de dar con Stella en el suelo ¡Amor vaquero!

Más extenso en revista Encadenados.