Apoyado en la barandilla del río, mi amigo y yo mirábamos las cornisas llenas de estorninos. En cada hueco, antes cerrado al paso de los años por las ventanas, se veían techos derruidos. Mi amigo me explicó la antigua gloria de aquel viejo hospital, y me prometió llevarme hasta su capilla, en donde había un hermoso Cristo portando su Cruz. Me habló de su patio, de sus vistas al río, y me dijo que aquel fue su primer hogar, pues allí nació.

Mi mente se disparó, pues también allí en mi tierra, bellos edificios se volvían refugio de aves y matorrales, sin que nadie pudiera hacer nada. Con aquellas vistas me extrañaba que ninguna cadena hotelera se hubiera interesado, pues aun en tiempos de crisis, cosas así eran una buena inversión.

Hoy día había mágicas aplicaciones, y con el móvil decidí informarme más allá de las acusaciones a políticos que hacía mi amigo. Pronto descubrí que aquel edificio era una donación que hizo una rica viuda. Pude leer como su bondad ya adelantaba la mezquindad, y que como condición para que tal donación siguiera siéndolo, debería estar destinado siempre a usos sanitarios, revertiendo, en caso contrario, a su familia.



La atrevida ignorancia de algunos, los mismos que criticaban a veces la especulación, acusaba al ayuntamiento de dejadez, alentando ideas peregrinas que nada tenían que ver con el carácter del edificio. Aun así, era difícil pensar que tan bello edificio fuera un hospital funcional, los tiempos habían cambiado, por otro lado, convertirlo en lo que aquí llaman ambulatorio, era un desperdicio y un despropósito.

Con pena me quedé pensando, hasta que mi amigo, tras un largo suspiro, me dijo que no le importaría terminar allí sus días, sentado en un sillón mirando a su río. Esa era quizás la única clave.

Quizás su jubilación le llevaría a ser refugio de los mayores, quizás la razón se impondría y esos viejos muros terminarían llenándose de vida, último refugio de las vidas que languidecen y sonríen mirando al río. La viuda descansaría en paz, y cientos de ojos cansados mirarían al río de la nostalgia para decirle su último adiós.

Sobre el autor: Paolo Vertemati representa a un personaje ficticio, un extranjero que ha venido a El Puerto de Santa María, y a través de sus capítulos narra a modo novelesco sus sensaciones y experiencias con las tradiciones y la propia idiosincrasia del lugar, con historias entre reales e imaginarias. [Lee aquí los anteriores capítulos]