Quedando pocas horas para que sea el 6 de enero, un Puerto adormecido por el frío y la pandemia, espera, ansioso, la llegada de Sus Majestades de Oriente.

En su espera, y mientras las olas susurran lejanas canciones olvidadas, piensa en sus regalos, esos que todos los portuenses ofrecerán a su ciudad.

Al cobijo de los pinos que amparan las dunas, se amontonan y acumulan lo que todos y cada uno ofrecemos a la ciudad, quien, sin siquiera mirarlos, sueña con el esfuerzo de todos, con el cuidado de sus playas y sus costas, con el disfrute de sus pinares y esteros.

Sueña con el fin de una pandemia, un final que devuelva el fino al albero, que devuelva a su calle Larga el olor a incienso. Sueña con sus alfombras de serrín al paso de su Patrona, y, sobre todo, sueña y espera que las críticas sean siempre constructivas; sueña con el final del adoctrinamiento político, más empeñado en hundir al rival que en sacar a flote una ciudad.



Sueña con el final de los que en su propio beneficio piensen más en su patrimonio que en el patrimonio de todos. Sueña con su río, con sus playas, con sus pinos y su mar, y en su sueño, mientras ansioso espera la llegada de sus Magos, se entristece por la envidia, la sinrazón y el revanchismo que a veces le brindamos, sin casi ser necesario.

Poco a poco se va acercando el momento, el mágico momento de los Reyes, el mágico momento en donde todo es posible, en donde la ilusión aflora en cualquier rincón de la ciudad.

El Puerto, entre restricciones, críticas, aplausos e ilusiones, se viste de gala, mira en su derredor, y al final de su sueño, y viendo su regalo, se siente orgulloso de sus hijos, de todos, de los que luchan, de los que aplauden, de los que protestan y critican, de los que siendo traviesos intentan hundir la labor de los demás; de los que no se cansan y continúan adelante… al fin y al cabo, todos duermen bajo su cielo, y todos tienen cabida.

El Puerto vive, sigue adelante, y en noche tan mágica, devuelve el cumplido a sus hijos, los mismos que de todo le ofrecen. El Puerto, mi Puerto, cargado de regalos nos deja los mejores Reyes que se pueden tener, sus playas y su sol para vivirlas, sus olas y sus mares para darnos la vida; sus pinos, sus viñas, sus esteros, su sal… su esencia… qué más podemos desear.